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Fruticultura en Patagonia: los viveros y su rol clave en la reconversión varietal

La renovación de la fruticultura del Valle de Río Negro y Neuquén depende de poder contar con plantas certificadas y viveros de calidad.

La fruticultura del Valle de Río Negro y Neuquén atraviesa un momento clave. La necesidad de reconvertir variedades de peras y manzanas para responder a las exigencias de los mercados y garantizar la rentabilidad del negocio coloca a los viveros en el centro de la escena. Sin plantas de calidad, homogéneas y sanas, no hay posibilidad de futuro para la actividad que, desde hace más de un siglo, sostiene la economía y la identidad de esta región.

La reconversión varietal no es un capricho. Es una estrategia que busca ofrecer frutas con mejores condiciones de color, sabor, conservación y adaptabilidad a las tendencias del consumo. Pero detrás de ese objetivo se esconde un engranaje fundamental: contar con plantas certificadas, en cantidad suficiente y con la calidad genética, anatómica y sanitaria adecuada.

En esta nota, especialistas, productores y técnicos repasan los desafíos de los viveros y el rol decisivo que cumplen en el porvenir de la fruticultura patagónica.

El suelo como cimiento de la inversión

Antes incluso de pensar en la variedad o en el vivero proveedor, la fruticultura parte de un principio básico: elegir suelos lo más homogéneos posibles y sin limitaciones físicas o químicas.

Los valles irrigados del norte de la Patagonia tienen un origen aluvial que les otorga ventajas, pero también heterogeneidades. Existen sectores con baja retención hídrica junto a otros de mayor capacidad de almacenamiento de agua, lo que se traduce en crecimientos desiguales de las plantas. También aparecen zonas con salinidad, suelos franco-limosos con problemas de sodicidad o presencia de napas freáticas muy cercanas a la superficie.

La homogeneidad del suelo, entonces, se convierte en el primer pilar del éxito de la inversión. El segundo pilar, no menos importante, es la calidad de la planta.

Tres dimensiones de la calidad de planta

Según las Pautas Tecnológicas para Frutales de Pepita del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), al momento de seleccionar plantas de vivero se deben considerar tres grandes aspectos:

-Características genéticas

Garantizar la identidad varietal y del portainjerto es crucial. El productor debe asegurarse de que el clon adquirido corresponda efectivamente a la variedad solicitada. Un error en esta etapa puede derivar en graves pérdidas económicas años más tarde, cuando los árboles comiencen a producir.

-Características anatómicas

El fuste debe tener un calibre de al menos 10 mm a un metro de altura. Las ramas anticipadas, si existen, deben estar por encima de ese punto para colaborar en la formación del árbol. El portainjerto, idealmente, debe tener dos años y el injerto uno. Además, el sistema radical debe estar bien desarrollado, con abundantes raíces finas, sin mutilaciones y protegido del ambiente.

-Características sanitarias

Al momento de la compra, el productor debe comprobar la ausencia de enfermedades como agalla de corona (Agrobacterium tumefaciens), podredumbre del cuello (Phytophthora cactorum) o plagas como el pulgón lanígero (Eriosoma lanigerum) en manzanos. También es clave exigir plantas libres de virus, ya que su control posterior es extremadamente complejo.

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Manzana con mucha cobertura de color, un requisito que hoy demandan los mercados internacionales.

Estas condiciones se pueden verificar en parte durante la compra, pero la calidad genética —es decir, que la fruta cumpla con las características de coloración, tamaño y calidad prometidas— solo se observa años después.

Por eso, los especialistas recomiendan realizar contratos de compra que especifiquen con claridad las características del material adquirido y las penalidades en caso de incumplimiento. “Si un clon de Red Delicious no logra más del 90 % de cobertura roja, el daño económico es enorme, y recién se descubre a los cuatro o cinco años de plantado”, advierten los técnicos.

Entrevista: Jorge Toranzo, técnico referente del Alto Valle

Para profundizar en el tema, +P dialogó con el ingeniero agrónomo Jorge Toranzo, exdirector de la EEA INTA Alto Valle y actual asesor privado en producción de pomáceas. Su mirada resume los retos del sector viverista y las oportunidades que tiene la región.

–¿Qué rol cumplen los viveros?

–Muy importante. Proveen plantas de calidad en cantidad suficiente para sostener una fruticultura eficiente. Además, cada vez más, desarrollan nuevas variedades adaptadas a las condiciones locales y a los mercados. En países como Nueva Zelanda, Chile, Estados Unidos y otros, los viveros, en asociación con el Estado, manejan estas innovaciones para beneficio de los productores.

–¿Ese rol se cumple en el Valle?

–Lamentablemente, solo en parte. No siempre las plantas ofrecidas son de la calidad requerida y, lo que es peor, a veces el productor descubre años después que el clon comprado no era el especificado. En frutales de pepita no existe una asociación entre privados ni con el Estado destinada a obtener nuevas variedades. Las causas, entre otras, son económicas: se necesita una inversión de al menos 20 años para lograr una nueva variedad y luego hay que instalarla en los mercados. Las recurrentes crisis de la fruticultura han frenado el desarrollo sostenido del sector viverista en Argentina.

–¿Qué pasos habría que dar?

–Lo primero es un esfuerzo compartido entre lo público y lo privado para establecer objetivos y responsabilidades. Se necesita una política de Estado que favorezca la fruticultura, con reducción de impuestos y tasas, y con una discusión seria de las relaciones laborales, porque es una actividad intensiva en capital y mano de obra. A nivel productor, cada uno podría marcar plantas con frutos de buenas características para obtener yemas y multiplicarlas. Y desde los organismos públicos, como INTA, debería existir un “cerco de yemas” previamente testeado para garantizar la calidad genética y proveer al viverista y/o productores.

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Toranzo remarcó la necesidad de realizar un esfuerzo compartido para poder lograr resultados satisfactorios en una reconversión varietal para la fruticultura.

–¿Es viable importar plantas?

–Sí, es viable. Hay que solicitar al SENASA una Autorización Fitosanitaria de Importación (AFIDI), asegurarse de que el vivero extranjero cumpla los requisitos y luego pasar por una cuarentena posentrada. Si la variedad está protegida, además se necesita la autorización del obtentor y registrarla en el ex INASE.

–¿Qué países pueden proveernos?

Las plantas pueden provenir de cualquier país con el que Argentina tenga un Protocolo Fitosanitario de Importación vigente y, de hecho, hay varias empresas que están importando plantas desde Chile.

Un desafío de políticas y de visión a largo plazo

La experiencia internacional demuestra que los viveros no son solo proveedores de plantas, sino actores estratégicos en el desarrollo frutícola. Al generar variedades propias, adaptadas al clima y las exigencias de los mercados, se convierten en socios de los productores y del Estado. Asimismo, contar con viveros que provean plantas que respondan completamente a las características de cada variedad evitaría fracasos a futuro.

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Homogeneidad en las plantaciones, otra de las característica que se necesita para el éxito de una reconversión.

En Argentina, la falta de continuidad en las políticas sectoriales, los altos costos impositivos y las crisis recurrentes han debilitado al sector viverista. Sin embargo, la reconversión varietal que demandan los mercados puede convertirse en la oportunidad para reactivar esta pieza clave del engranaje productivo.

“Los viveros son la puerta de entrada a una nueva fruticultura. Si no invertimos en su fortalecimiento, seguiremos atrasados respecto de competidores como Chile o Nueva Zelanda”, subrayan los productores.

Conclusiones

La reconversión de los valles de Río Negro y Neuquén hacia variedades de peras y manzanas más competitivas requiere tres condiciones básicas:

-Suelos adecuados y homogéneos, sin limitaciones físicas ni químicas.

-Plantas de calidad genética, anatómica y sanitaria, con contratos claros entre productores y viveristas.

-Una política público-privada sostenida, que potencie la investigación, asegure material vegetal confiable y genere nuevas variedades adaptadas a las condiciones locales.

Los viveros no son un eslabón más de la cadena productiva: son el origen, el punto cero de toda plantación. En ellos se define, en gran medida, el éxito o fracaso de una inversión que solo muestra resultados a largo plazo.

En un contexto global donde la innovación varietal marca la diferencia en los mercados, el norte de la Patagonia tiene una oportunidad histórica: apostar a los viveros como aliados estratégicos para sostener y proyectar la fruticultura de las próximas décadas.

Fuente: Redacción +P.

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