En el ojo de la tormenta

Esta semana, los argentinos vimos cómo se devaluaba nuestra moneda un 20% el lunes; cómo se subía la tasa 21 puntos en un día; cómo escalaba el dólar llegando casi a los 800 pesos y también vimos a la clase política digiriendo los resultados de las PASO.  Detengámonos unos segundos para pensar dónde estamos parados.

Escribir sobre la situación de la economía argentina en este presente que estamos viviendo, en la actualidad que cambia con cada nueva noticia que se conoce, es un desafío importante. Este es el proceso que estamos viviendo, originado por la inestabilidad creciente de las variables económicas: sube el dólar, los precios, las tasas de interés; baja el poder adquisitivo, las ventas, la actividad económica.

Hemos vuelto a chocar contra la misma pared, pero eso será tema para ocuparse en otra etapa. Hoy lo que prima es saber cómo transitaremos estos días en que la inestabilidad creciente, las devaluaciones de los varios tipos de cambios y los aumentos de precios pulverizan el valor de nuestra moneda.

Si bien se dice que los aumentos de precios se producen por incrementos que se han verificado en los costos, esa es una regla del comportamiento que es útil cuando las tasas de inflación son relativamente cercanas en sus valores mensuales. En ese caso, el valor de la inflación pasada se suele utilizar para ajustar los precios, salarios, alquileres, la relación con otras monedas, impuestos y otros.

Sin mapa de ruta

Cuando la trayectoria de la inflación de los meses anteriores deja de ser un parámetro útil para estimar el aumento de los costos que puede suceder en los próximos meses, y el riesgo de la descapitalización por no conocer los costos de reposición futura empieza a moldear las expectativas empresarias sobre el futuro, el comportamiento de los formadores de precios adopta un creciente componente de aumentar más que la inflación pasada, porque lo que se viene en el futuro nadie lo conoce.

Si el panorama sobre la inflación futura y la incertidumbre sobre lo que va a acontecer es creciente, se generan conductas en la formación de precios que tienden a proyectar los aumentos esperados de los índices inflacionarios hacia niveles superiores a lo que fue la inflación pasada.

La inestabilidad económica y política, la incertidumbre sobre el futuro, en un escenario donde no hay precisiones sobre las propuestas, hace que el aumento de precios sea creciente y no se pueda estimar que techo puede alcanzar.

La gota que rebalsó el vaso

Como si todo lo anterior no fuera una combinación explosiva, hay que agregar la crisis externa, que ha sumido al gobierno actual en una situación que durante 4 años no ha sabido resolver. A eso se sumó la sequía que disminuyó el ingreso de divisas. Ya los cepos no alcanzaron, y un mercado cambiario atado con alambres sucumbió ante los hechos.

Despertarse mirando el valor del dólar no indica un futuro promisorio, pero la culpa no es de la moneda de Estados Unidos ni del imperialismo, sino de la clase dirigencial y del poder económico nativo, que se encargaron de destruir el peso en cuanta ocasión estuvo al alcance. La suba de la tasa de interés y la creciente deuda en pesos del Estado son futuros problemas que el próximo gobierno deberá afrontar.

Mientras tanto, los sectores mayoritarios de la población, aquellos que no pueden formar sus precios y actualizar sus salarios anticipándose a la inflación futura, sino que tienen que esperar reajustar con posterioridad una vez que han sucedido, y durante ese tiempo ven mermar continuamente su poder adquisitivo, son los que más sufrirán las consecuencias de estos meses que tenemos por delante. Cuando los precios suben por el ascensor, los salarios suben por la escalera.

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