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Razonar fuera del recipiente: cuando las conversaciones no dan en el blanco (ni el tinto)

Con una botella de vino, se habla. Y se habla mucho. Ahí comienzan debates impensados y con finales desopilantes. Aquí, algunos ejemplos.

Beber vino es hablar. O mejor: es estar con amigos, pareja o incluso monologando en plan de hacerse compañía. Rara vez beber una botella de vino es un acto estrictamente cerebral y de análisis profundo o solitario. Es que descorchar una botella de vino es como descorchar un diálogo.

Con una botella de vino se habla. Y se habla mucho. Y también se habla mucho sobre la botella de vino. En general eso sucede cuando se depositan en la botella grandes expectativas –del tipo de las que arrancan suspiros de admiración al ver la etiqueta o que se cuenta un detalle prometedor, como el precio– y el combustible de la conversación pasa de los grandes motivos de la vida a los motivos de la botella. Se conversa incluso en una posición táctica de sabedor, con el cuerpo dispuesto, de otra manera, en una suerte de tensión. Hay que decir también que es algo bastante masculino, pero no exclusivamente terreno de ellos.

Ahí es cuando la de la conversación comienza desfilar por la pasarela del pavoneo y cuando, también hay que decirlo, suele perder la sal. Sucede que muchas de las charlas que tienen al vino como centro de gravedad suelen tener órbitas dispares. Son, para decirlo con la gracia que Les Luthiers tiene en sus definiciones, como “razonar fuera del recipiente” (un canapé de genialidad en el diálogo sobre Esther Píscore. Buscar en YouTube). Algunos de esos razonamientos, son:

Hablar de corchos sí o no

Es un típico momento a la hora de las copas. Se abre una botella que tiene un tapón que no es corcho y arrancan las especulaciones. ¿Será que es un mal vino, será que la pifiamos comprando este y no el otro que decíamos, será que nos metieron el cuento?

Todo eso sucede. Pero en las generales de la ley, el razonamiento fuera del recipiente en este tipo de charlas es la duda puesta en el vino desde el tapón. El tapón, si sirve para tapar, bien. Hay que probar el vino para decir algo coherente. Si el sabor es rico, nadie se acordará del tapón que no fue corcho.

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Hablar de vino y calorías

¿Existe un contrasentido más marcado? ¿En qué sano juicio convive la invocación de las calorías con una copa de vino? No hay manera de maridar ese diálogo. A menos que se esté dispuesto a contar las calorías por grano de arroz, poco importa que una copa de vino equivalga a un cuarto de alfajor triple.

Lo raro, lo descabellado de esta conversación, es que parte de preguntarse por el punto equivocado: razona fuera del recipiente en la medida en que no se pregunta si el vino es rico, si causa placer, si acompaña la comida o la mejora. Ya dará su veredicto la balanza a fin de mes, pero recordemos en ese momento subrayar los buenos momentos que, etéreos como los buenos recuerdos, no llegan ni a los 21 gramos que representa la vida en esa balanza.

Habla del culot de las botellas

Es verdad, el envase es parte del contenido. Concedemos. Pero anticipar la calidad de un vino porque la botella tiene una hendidura cóncava en la base, y concluir de ello que se beberá un buen vino, equivale a juzgar el crocante y el sabor del pan por la foto en menú.

Es verdad, las botellas con culot son más caras y se reservan a vinos más caros, pero es una tautología que parte de una idea errada y, por tanto, razona fuera del recipiente. Algunos de los grandes vinos de este tiempo vienen en las botellas más simples que uno pueda imaginar.

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Las lágrimas (o piernas) del vino

De todas las conversaciones posibles, hablar sobre esas gotas que resbalan lentas y trazando una estela sobre los bordes de la copa, las llamadas lágrimas o piernas del vino, es de las más bizarras. En todo caso sirve como chamuyo extra y da el tono de esa acción: hablará de piernas quien esté en situación de conquista, hablará de lágrimas quien esté en situación de olvido.

Pero una cosa es segura: si se quiere saber qué significan estos intrincados mensajeros del cuerpo y del tenor etílico del vino, es mejor beber la copa antes de hablar. Para razonar dentro del recipiente, en este caso, lo mejor es llevar el vino a la boca y juzgar. Parafraseando a Groucho Marx, es mejor permanecer callado y parecer un tonto que abrir la boca y despejar toda duda.

Están los que defienden el vino puro y sin otro añadido que la buena voluntad de beber. Y están aquellos que defienden el sodeado porque quita la sed y embriaga menos. Entre las maravillas de nuestro tiempo se encuentran los bebedores de soda que creen que hay vinos que les arruinan la soda. Para zanjar esta cuestión, conviene preguntarle a @elsodelier en las redes, primer sommelier de sodas de Argentina (y del mundo), a ver

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