Cajón de Almaza

La hermosa historia de Maruca y su huerta de Cajón de Almaza

La huertera más prolifera de Cajón de Almaza, María Olga -o Maruca, como se la conocía-, dejó esta vida hace unas semanas. Quedó la abundancia de su huerta y el camino de cómo poner en valor producciones únicas.

Se la recuerda sonriente, contenta de recibir visitas. Junto a sus pares, otras mujeres huerteras de Huecú Co, Maruca intentaba aprender cómo comunicar saberes y comercializar sus producciones de la mejor manera posible.

“Se fue el 8 de marzo, era una mujer del interior que como muchas otras trabajaba la tierra, vivía la dificultad de conseguir el agua y de mantener su producción a la vez que luchaba por su familia y por sus sueños”, nos cuenta su sobrina María Inés, quien se quedó con el ánimo de homenajear a su tía.

El sol había ajado sus mejillas, parecía sonrojada y tímida, pero tenía todas las ganas de hablar de su huerta, ubicada en el paraje Cajón de Almaza a unos 20 kilómetros de Loncopué, de transformarla en palabras.

Maruca se había unido al grupo de “Mujeres del paraje”, nucleadas en la Asociación de Fomento Rural (AFR) Huecú Có para aunar esfuerzos en producciones a la intemperie y bajo cubierta, modalidad que les aseguraba verduras todo el año.

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Las huerteras del Huecú Có, en marcha. Foto: gentileza.

Las huerteras del Huecú Có, en marcha. Foto: gentileza.

Un descubrimiento en el paraje

Las recorridas por los parajes del Neuquén profundo nos hacen ver que usualmente detrás de los grupos de hombres trabajando y gestionando financiamiento para distintos proyectos de desarrollo rural, más de una vez, hay mujeres como Maruca. Ellas, silenciosas, laboriosas despliegan lo suyo en huertas abundantes.

“Gracias a la idea de ir puesto por puesto, nos encontramos con que en todas las casas había huertas, y menos mal que lo hicimos, sino no nos enterábamos de ellas, ni de lo que estaban haciendo”, cuenta la agrónoma María Laura, que suele hacer relevamientos de los puestos del interior de la provincia.

Esos puestos están ubicados sobre la misma línea, por el mismo camino y en subida. La última casa era la de Maruca, con un paisaje maravilloso alrededor, de cara al cielo y un amplio horizonte.

Ella y sus compañeras de la AFR pudieron obtener 9 invernaderos sumando ideas mediante proyectos que les facilitaron el acceso al financiamiento.

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Maruca:

Maruca: "Me cambió un montón el huerteo”. Foto: gentileza.

El milagro del “huerteo”

“Hace como veinte años tengo esa huerta; cosechaba poco primero, tenía papa, zanahoria, cebolla porque esperaba que pasara el frío para empezar. Ahora con el invernadero cambió un montón, tengo plantines, lechuga, acelga, cebollita de verdeo, apio, repollo, ajo puerro. Me cambió un montón el huerteo”, nos contaba Maruca hace unos meses.

Durante alguna visita a su huerta, nos dijo: “Cosecho también zapallo y papa; vendo, le convido a mis amigas y hermanas, por ahí me compran. Me da satisfacción”. Ese orgullo por el trabajo realizado se le notaba a flor de piel, el último tiempo había sumado riego por goteo, herramienta que le ahorraba un poco de tiempo para otras tareas.

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En el paraje, todas las casas tenían huertas. Foto: gentileza.

En el paraje, todas las casas tenían huertas. Foto: gentileza.

Producir y algo más

La idea de Maruca y de las demás huerteras era poder comercializar a tiempo y experimentar el beneficio de generar una red. Pero el fruto de su trabajo consiguió algo más.

Tan abundante era Maruca que logró una experiencia particular entre sus pares: cosechó mucha papa y tuvo excedente; entonces, la agrónoma ofreció semillas de esa producción a la Comisión de Fomento de Paso Aguerre. Desde esa localidad habían consultado a la profesional si tenía semillas y no tardó en vincular a Maruca y ayudarla a lograr un precio especial por esa papa del paraje Cajón de Almaza.

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Maruca, con las manos en la tierra. Foto: gentileza.

Maruca, con las manos en la tierra. Foto: gentileza.

La historia detrás de esas papas

La huerta de Maruca dejó un puñado de historias que circulan en el paraje. Un ejemplo es la del hombre que venía de Chile y pasó por la casa de María Olga a vender verduras.

“Un día apareció en mi casa y le pregunté por una papa roja que tenía, así que le compré una bolsa. Me comí la mitad y la otra mitad la planté y se multiplicó”, nos dijo.

La inquietud y dedicación de Maruca llegaron en forma de semilla a la tierra de un productor en Paso Aguerre y ahí crece con singularidad la papa andina con otro rendimiento y adaptación.

Disperso en otro lugar va su sueño, el sueño de multiplicarse, generar y procurarse el sustento. Dejó aprendizajes y un profundo deseo de dar continuidad a su laboriosa tarea.

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