El “Massismo” como una nueva expresión de poder del Peronismo
El ministro de Economía, abogado y candidato del oficialismo comenzó su proceso de personalización de liderazgo tras el triunfo del último domingo. Mando un claro mensaje al kirchnerismo señalándole el rol que tendría en su probable futuro Gobierno. Juntos por el Cambio, implosionó antes del balotaje.
La elección del domingo pasado, sin dudas, fue atípica para la joven democracia argentina.
Fue el momento cúlmine de una lucha de emociones. De una lado la bronca, canalizada a través de la imagen de Javier Milei. Del otro, el miedo impulsado por Sergio Massa. Ganó esta última la estrategia.
Ahora, todas las miradas están puestas en el 19 de noviembre. Son altas las posibilidades de que el ministro de Economía, abogado y candidato de Unión por la Patria llegue a la presidencia, si bien los números están muy dispersos al día de hoy como para que exista una tendencia clara sobre la migración del voto hacia uno u otro candidato.
Lo que sí esta muy claro es que Massa comenzó a tejer su red de poder para el relanzamiento del “Massismo” dentro de la estructura del peronismo, aquel objetivo que no pudo consolidar cuando estaba liderando el Frente Renovador, en momentos en que le puso un freno al sueño de la reelección indefinida de Cristina Fernández.
La foto de esta semana, rodeado por todos lo gobernadores, es un primer mensaje hacia adentro y hacia afuera del peronismo. “Hay un único líder para esta nueva etapa”, en el primero de los casos. “El peronismo no está muerto”, la segunda misiva destinada a toda la sociedad.
La personalización es una tendencia en auge de la política contemporánea a la que se le dedica cada vez mayor cantidad de literatura. Hace referencia al protagonismo que han adquirido los líderes políticos en relación con sus partidos. El líder político se sitúa en este contexto en el centro del proceso político. Si anteriormente aspectos como la ideología, la pertenencia a una clase social y la religión han sido factores determinantes para la decisión del voto, en la actualidad el político a nivel individual parece ser un elemento central de las decisiones políticas que toman los electores.
Massa ya avanzó en este camino. Tras la foto con los mandatarios provinciales, envió una clara señal, a su hoy socia política, la vicepresidenta de la Nación. Anunció que “la grieta” -que dividió a los argentinos en kirchneristas y antikirchneristas- dejará de existir. Tal como señala el escritor Martín Caparrós en su columna del diario El País “es su forma de decir que el kirchnerismo se terminó. Es, también, su forma de inaugurar un nuevo peronismo”. A 48 horas de cerrado el escrutinio del domingo, el actual ministro de Economía fue más a fondo. Se refirió al rol que tendrá Cristina Fernández si finalmente se impone en el balotaje en el que competirá contra Javier Milei, el próximo 19 de noviembre. “Ella eligió de alguna manera tener un rol en su vida política más de distancia, más de mirar desde afuera la vida pública”, planteó en una entrevista concedida a Telenoche. Y agregó: “Hace muchos años que está en la vida pública y me parece que es su propia decisión”. Palabras más, palabras menos, Massa le invitó a disfrutar de sus nietos.
La flexibilidad del movimiento peronista permite este tipo de puerta giratoria para mantenerse en el poder a lo largo de los años. “El peronismo no muere porque no existe, porque puede convertirse en cualquier cosa en cualquier momento. Ha sido, desde su creación, hace 78 años, nacionalista, mussoliniano, obrero y resistente, guevarista, socialdemócrata, demócratacristiano, neoliberal, rosista y varias más. En cada momento ha sabido adaptarse a la demanda, porque en realidad su esencia sigue intacta: el peronismo es una máquina de conseguir y conservar poder que no tiene ningún pudor para adoptar la postura que le resulte conveniente”, agrega Caparrós.
Los antecedentes que tiene esta estructura partidaria, permiten entrever una nueva etapa dentro del movimiento: el renacimiento del Massismo y el languidecimiento del kirchnerismo. Hace poco más de dos décadas Néstor Kirchner terminó apartando de su estructura de poder al Duhaldismo, padrino político que le permitió, en ese momento, llegar al poder. Un dato histórico a tener en cuenta.
La reconstrucción del relato
Sergio Massa logró reconstruir el relato, recuperar el poder de su aparato partidario, y consiguió el apoyo del 37% de los argentinos en las últimas elecciones. Y lo hizo llevando la inflación al 150% anual, hundiendo a más de 3 millones de personas en la pobreza en poco más de un año al frente de Economía, pulverizando los sueldos de los trabajadores, y con funcionarios ostentando públicamente los logros económicos obtenidos a través de la corrupción. Con un agravante adicional: mintió a la población, ya que hizo todo lo contrario de lo que prometió al momento de asumir al frente de la cartera económica. Esto sí es magia. No existen grandes antecedentes en el mundo de una sociedad que haya respaldado a un gobierno que tanto daño le ha generado en tan poco tiempo.
Sin llevar esta foto de nuestra argentina a grandes extremos, y obviamente sin la intención de banalizar el tema, pareciera que, como sociedad, sufrimos una especie atenuada del síndrome de Estocolmo o, lo que define la psicóloga Lenore Walker, como el síndrome de la mujer maltratada. Las víctimas de esta violencia manejan la situación con una amplia variedad de métodos: minimizan los hechos, reprimen sus sentimientos, naturalizan la vida que les tocó y descreen de la posibilidad de un cambio. En menos palabras, niegan la realidad evidente que viven. Conceptos éstos del profesor y periodista Néstor Barreiro, en un artículo publicado esta semana en el diario Clarín titulado “La Argentina y el síndrome de la mujer maltratada”. Un punto de vista que sin dudas intenta interpelar a nuestra sociedad y a la política en esa -hoy perversa- relación que existe entre ambas.
Lo concreto es que Massa el domingo logró el respaldo de poco más de 9,5 millones de ciudadanos, la mayoría de ellos, seguramente, votantes que fueron maltratados por este mismo Gobierno.
El colapso de la oposición
El sueño de Juntos por el Cambio como alternativa política para conducir el país, quedó solo en eso; en un sueño para una dirigencia que, hasta hace un año, se sentía ganadora en las urnas. Pero en política las eventualidades pueden hundir o hacer emerger a los candidatos.
Es algo normal que las alianzas políticas sufran fracturas, que duren un tiempo y luego se transformen. Existen innumerables ejemplos en la historia argentina que grafican este tipo de escenarios. Por lo tanto no nos tiene que sorprender la ruptura de Juntos Por el Cambio. Lo que verdaderamente habla mal de los políticos que conforman este tipo de alianzas es que, hasta el domingo previo a las elecciones, estaban todos unidos y ahora se critican como si fuesen férreos opositores. Pasa en Juntos por el Cambio, y podría haber pasado en Unión por la Patria si los resultados de las elecciones del domingo hubiesen sido diferentes.
Pero esto refleja en definitiva que las alianzas en la Argentinas tienen objetivos de corto plazo. Son construcciones políticas electoralistas con el único objetivo de llegar al poder. Lo que no existe son proyectos de poder, que son conceptos más amplios de transformación, los que permiten el desarrollo de un país. El analista Sergio Berensztein coincide en señalar que los políticos argentinos hacen alianzas para llegar al poder y gobernar, pero no para mejorar las condiciones de sus ciudadanos.
La clave entonces pasa por lograr un tipo de construcción política que marque un camino de desarrollo. Juntos por el Cambio nunca fue una alianza de esta envergadura, y lo que intenta ahora Mauricio Macri, Javier Milei y Patricia Bullrich tiene la misma lógica: unirse con la única intención de llegar al poder. Un espejo de lo que hizo el peronismo en las últimas cuatro décadas. Resultó para las ambiciones de poder de la política, pero no funcionó para el país y menos para sus ciudadanos.
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