Paritaria frutícola: la pulseada entre competitividad y poder adquisitivo
Hoy continúa la paritaria frutícola en Roca. Se acotan los tiempos a días de dar comienzo la cosecha. Pérdida de competitividad, en el centro de la negociación.
Todos los años, a días de iniciar la cosecha de peras, el gremio de los trabajadores rurales y la parte patronal de la producción frutícola, se reúnen para definir las nuevas pautas salariales que regirán para la temporada.
Los sindicalistas, con la meritoria intención de defender los intereses de sus trabajadores, van a lo concreto en función de la realidad que impone el país. Toman el salario del año anterior y lo multiplican por la inflación de los últimos doce meses. Es un razonamiento lineal. Valido, pero lineal. “Nosotros lo que pedimos es que el trabajador no pierda su poder de compra por la misma tarea que hace año tras año”, se justifica un dirigente sindical al conversar sobre el tema. Es difícil correrlo de este eje. La inflación es un tema que no solo afecta el bolsillo de la gente, sino también su conducta, la forma de desenvolverse en este tipo de negociaciones. La falta de previsibilidad hace para muchos inviable pensar más allá de las discusiones del día a día. No hay posibilidad de hablar de productividad ni otras alternativas que permitan amortiguar los desequilibrios que producen, en cualquier sistema productivo, aumentos de hasta el 200% de un día para otro.
Del otro lado está el sector patronal. Empresarios y productores primarios que intentan llegar a acuerdos que ellos consideren “razonables” dentro del contexto que vive la actividad. Lo primero que hay que señalar es que no es similar la realidad de los productores a la de los empresarios frente a esta negociación. Los primeros están mucho más afectados por cualquier suba que se establezca porque carecen de espaldas o financiamiento para soportar los momentos de altos niveles de gastos que que representa la cosecha. Esto no quiere decir que los empresarios no sientan el enorme incremento salarial al que deben hacer frente. Solo que tienen más herramientas para poder solventarlo.
Pero volvamos a las negociaciones. Hagamos una cuenta sencilla. El año pasado, para esta misma fecha, los trabajadores rurales llegaron a un acuerdo por el cual se le pagaba 7.100 pesos el jornal. Ese valor equivalente al dólar oficial era de 37 dólares por día. Hoy los poco más de 22.000 pesos por día que reclaman representan 26 dólares diarios; es decir que el trabajador rural estaría perdiendo en moneda dura un 30% de su jornal. Este razonamiento podría funcionar si, como ocurría hace décadas, el sistema frutícola orientará la mayor parte de su oferta comercial hacia la exportación. Entonces se podría establecer una relación directa entre el salario y la paridad cambiaria. Pero la realidad muestra que solo el 30% del total de la cosecha de frutas del Valle va para la exportación.
Si tomamos el dólar paralelo como referencia -muchos insumos de la actividad lo hacen- la realidad es totalmente distinta. El año pasado el jornal se pagaba a 19 dólares y hoy se estaría abonando -asumiendo como ciertas las pretensiones gremiales- esta misma cifra de 19 dólares, siempre tomando la relación con el dólar paralelo.
En este complejo contexto económico y teniendo en cuenta que los tiempos de las negociaciones se acotan por la cosecha que ya está encima, no es descabellado pensar que el sector gremial logre sus objetivos de máxima -pesos más o pesos menos- tras las negociaciones que continúan hoy en la Agencia del ministerio de Trabajo en Roca, salvo que el sector empresarial pueda presentar algún tipo de propuesta alternativa superadora.
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