La torpe manía de culpar a terceros por los errores propios
El país se encuentra económicamente a la deriva. El Banco Central perdió su poder de fuego para intervenir el mercado cambiario y la divisa marginal se disparó hasta perforar el techo de los 1.000 pesos por unidad. Fiel a su estilo, el Gobierno culpa al libertario Javier Milei por la minicorrida de la semana.
En estos casi cuatro años, el Gobierno Nacional nunca se hizo cargo de los problemas que generaron llevando la economía al crítico estado en que se encuentra en la actualidad. Las frías estadísticas resumen este concepto:
- La inflación pasó del 3,7% en diciembre de 2019 al 12,7% en septiembre del 2023 (último dato disponible de la administración Fernández-Fernández); casi se triplicó.
- El valor anualizado en este mismo período transitó del 53,8% al 138,3% respectivamente, más que duplicó.
- La pobreza afectaba en 2019 a cerca de 17 millones de argentinos; hoy esa cifra se la ubica en 18,6 millones.
- El dólar a fines de 2019 estaba en 65 pesos, cerrando el último viernes a 980 pesos; valor que se multiplicó por quince.
Y como estos podemos dar decenas de ejemplos más, confirmando que los indicadores sociales y económicos hoy están mucho peor que hace cuatro años. Pero nadie se hace cargo de este escenario. El relato sigue su cauce tradicional, acusando a terceros de los problemas que hoy padece toda la sociedad. Como si Alberto Fernández, Cristina Fernández y hasta le mismo Sergio Massa, nada tengan que ver con esta angustiante realidad.
Ya en septiembre del 2019, a semanas de llegar al Gobierno, la dupla Fernández-Fernández culpaba a su antecesor (con el famoso “A, pero Macri…”) de la herencia que iban a recibir por la deuda contraída con el FMI.
A los pocos meses de asumir, llegó la pandemia que nos dejo la escalofriante cifra de 130.000 argentinos muertos. Desidia, mala praxis y corrupción en el ámbito sanitario, pasaron a un segundo plano para el Gobierno. Ahí ya hablaban de: A, pero Macri…; a pero la Pandemia…
A principios de 2022 comienza la invasión de las tropas rusas a Ucrania y los precios de los commodities sufren importantes correcciones al alza. La inflación en la Argentina -como en el resto del mundo- se acelera y la economía no solo no se recupera sino que ya presenta serios síntomas recesivos. Desde el Gobierno insisten con su discurso vacío de contenido: A, pero Macri…; A, pero la pandemia…; A, pero la guerra…
Pero la retórica continua intacta en los meses siguientes. Hacia mediados de ese año renuncia el ministro de Economía Guzmán y asume la cartera Sergio Massa; concentrado el poder de áreas clave y prometiendo un total cambio de escenario en la economía. A los pocos meses, da su primer diagnóstico de la brasa que tomó sumando un actor de reparto más a la partitura que se venía recitando: A, pero Macri…; A, pero la pandemia…; A, pero la guerra…; y A, pero Guzmán…
Avanzando en el tiempo, y pese a los diagnósticos que ya había presentado el sector privado durante el tercer trimestre del año pasado, en donde se mencionaban las mermas de cosecha por falta de agua en zonas clave de producción, el Gobierno, ya lanzando de lleno a la campaña, seguía con un nivel de gastos incompatible con los ingresos que se proyectaban, en ese entonces, para el 2023.
Y pasó lo que tenía que pasar. La sequía golpeó al campo, motor del ingreso de dólares al país, y el Gobierno se quedó descalzado en la ejecución de su presupuesto. La crisis estaba presente con el repertorio de siempre: A, pero Macri...; A, pero la pandemia…; A, pero la guerra…; A, pero Guzmán…; y A, pero la sequía.
Hacia mediados de este año parecía que el mundo estaba conspirando contra los argentinos. La inflación ya se encontraba en tres dígitos, la pobreza crecía a pasos agigantados y el peso se depreciaba a pasos agigantados. Desde el Gobierno siguieron emitiendo y replicando el “Plan Platita”, con el objetivo era llegar con alguna chance a las elecciones, manteniendo incólume el relato del “A, pero…”.
Llegamos a esta semana con un dólar perforando el techo de los 1.000 pesos. Todo un récord, en términos nominales, para la moneda norteamericana. El candidato libertario, Javier Milei, salió a criticar al Gobierno y fiel a su estilo el lunes recomendó no renovar los plazos fijos en pesos y volvió a vapulear la moneda argentina al comparar con “excremento”.
Gran parte de la oposición calificó las palabras de Milei como “irresponsables” en el marco de la crisis de confianza que atraviesa la moneda local. Con excelentes reflejos, el ministro Sergio Massa avanzó con el tema, culpándolo del salto que tuvo el dólar informal y de desestabilizar el mercado.
En los hechos, la plaza financiera abrió el lunes con firme tendencia compradora a 920 pesos, Milei habla cerca del mediodía y la divisa termina en 945 pesos la jornada, para seguir su rally hasta los 1010 el martes y terminar en los 980 pesos el viernes. Esto refleja un devaluación del orden del 6% de punta a punta de la semana.
Frente a este escenario aparece nuevamente el latiguillo de las diez plagas de Egipto: A, pero Macri...; A, pero la pandemia…; A, pero la guerra…; A, pero Guzmán…; A, pero la sequía; y ahora, A, pero Milei…
Es probable que el candidato libertario haya sido imprudente al dar su opinión en un momento donde la moneda argentina se está desmoronando a pasos agigantados. Pero es exagerado acusarlo de la crisis cambiaria que sufre el país. El peso se devaluó en torno al 1500% desde que el Gobierno asumió el poder hace ya poco más de tres años; ¿podemos pensar que el verdadero desestabilizador de la moneda es Milei?
Por otra parte Uruguay, Brasil, Paraguay y Chile -por dar tan solo unos ejemplos- tuvieron los mismos efectos que la Argentina generados por la pandemia, la guerra de Ucrania y la sequía. Sin embargo, en todos estos casos sus monedas están firmes, la inflación se ubica por debajo del 5% anual y la economía está creciendo a tasas promedio del 3% en los países mencionados. Seguramente la variable “gestión” es la que diferencia a la Argentina de nuestros vecinos.
¿Por qué la gente huye del peso?
La moneda en cualquier parte del mundo tiene tres funciones específicas.
1. Medio de cambio, porque es intercambiable por otros bienes y servicios. Esta función es la principal y anula el trueque.
2. Unidad de cuenta, porque determina el precio de cualquier bien en función de una cantidad de dinero.
3. Depósito de valor, debido a que podemos ahorrar dinero para conservar riqueza.
El peso argentino, en nuestro país tiene enormes limitaciones para cumplir con estas tres premisas básicas de la economía.
Sobre el primer punto, la definición aplicada a la Argentina es relativa. Supongamos que hoy tenemos un bolso de dinero con pesos para comprar un departamento. Esos pesos los debemos pasar a dólares, porque el mercado inmobiliario cotiza todas sus viviendas en dólares. En definitiva, no todos los bienes y servicios son intercambiables por pesos.
El segundo punto también es de difícil aplicación en el país. Hoy en el mercado local, un mismo producto no tiene el mismo precio. Tomemos un ejemplo sencillo, del día a día. ¿Cuánto cuesta un kilo de queso cremoso de una primera marca? No hay un valor único. Depende del comercio, de la localidad, de los costos que tiene que absorber del vendedor y de la cara del comprador. La dispersión de precios que tienen los productos en la Argentina hace imposible cumplir con la segunda premisa de la función de la moneda.
El tercer punto es el más crítico. Y es a dónde apuntó recientemente el candidato a presidente Javier Milei. La moneda argentina no existe como depósito de valor con la que podemos ahorrar para conservar riqueza. El peso está totalmente destruido producto de la inflación que existe en la economía del país. De allí que el argentino se aleja de él. Las estadísticas así lo confirman. El Instituto Interdisciplinario de Economía Política de la Universidad de Buenos Aires (IIEP) tiene un coeficiente de dolarización que intenta tener en cuenta estas y otras variables. En su último cálculo, Argentina presenta una tasa de dolarización del 70%, una de las más altas de la región al lado de Uruguay (y sin tener en cuenta países dolarizados como Ecuador). Chile tiene 11% y Perú 44%.
Suena hipócrita escuchar a nuestros funcionarios decir que hay que ahorrar en pesos, cuando ellos son los primeros que tienen la mayor parte de sus activos dolarizados. La gente no es ignorante en este punto. Sabe mucho más de finanzas familiares de lo que uno supone. Y sino sabe, consulta. Y en el contexto actual, entre comprar dólares y poner un plazo fijo en pesos, entiende que la primera opción en un resguardo mucho más seguro para sus ahorros. Así de sencillo. No hay ninguna conspiración interestelar contra el ministro de Economía, candidato a presidente y abogado, Sergio Massa.
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