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Xinjiang: la sorprendente transformación agrícola del desierto a la abundancia

En el noroeste de China, Xinjiang combina tradición y alta tecnología para convertir tierras áridas en un polo agropecuario en plena expansión.

En el remoto noroeste de China, donde los desiertos parecen infinitos y las montañas nevadas marcan el horizonte, Xinjiang vive una transformación que sorprende tanto a visitantes como a propios habitantes. Tierra de caravanas y de la antigua Ruta de la Seda, la región autónoma uigur se ha ganado en los últimos años otro nombre: el de laboratorio agrícola del futuro.

La vida en el campo, que durante siglos se mantuvo ligada a la tradición y al esfuerzo manual, hoy se mezcla con chips digitales, sistemas de mecanización avanzada y técnicas de conservación que rozan la ciencia ficción. En este cruce entre pasado y futuro, la agricultura y la ganadería de Xinjiang están escribiendo una nueva historia.

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La región autónoma Uigur se muestra en el mapa, al noreste de China.

La región autónoma Uigur se muestra en el mapa, al noreste de China.

Una granja que parece del mañana

La primera impresión al entrar en la granja de alta tecnología de Tian Lai Agri es la de estar en una ciudad silenciosa, poblada no por personas, sino por 55 mil cabezas de ganado. El orden es meticuloso: corrales limpios, establos climatizados y un murmullo constante de máquinas que mezclan alimento.

Cada vaca lleva colgado un pequeño dispositivo: una etiqueta digital que es a la vez carné de identidad y médico personal. El chip registra su peso, edad, temperatura y hasta indicadores de salud que los técnicos pueden monitorear en tiempo real desde sus teléfonos o computadoras.

“Cuando una vaca presenta fiebre, el sistema nos avisa de inmediato. Así podemos actuar rápido, sin esperar a que los síntomas empeoren”, comenta Liu Mei, una veterinaria de 32 años que recorre el establo con bata blanca. Para ella, la diferencia con el pasado es enorme: “Antes teníamos que revisar animal por animal, ahora el sistema hace un trabajo de prevención que nos ahorra tiempo y salva vidas”.

Los animales gozan de libertad controlada. Salen a pastar y a tomar el sol, pero siempre con acceso a espacios cerrados y confortables. Cada establo alberga a dos vacas, un modelo que evita el hacinamiento. El resultado es visible: en apenas 13 meses, un animal pasa de 380 a 950 kilogramos.

La dieta del éxito

Ese crecimiento no es casualidad. El secreto se encuentra en 2.000 hectáreas de cultivos orgánicos que producen alimento para el ganado. Con mezcladoras automáticas, se combina alfalfa, paja de trigo y maíz triturado en raciones exactas.

“Es como preparar un menú balanceado para un atleta de élite”, explica entre risas Wang Qiang, operario de la planta de alimento. “Cada mezcla se ajusta según la edad y el estado de cada vaca. No sobra nada, no falta nada”. El círculo productivo es claro: la tierra nutre al ganado, y el ganado, convertido en leche y carne de calidad, impulsa la economía regional.

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Lo más notable es que la modernización no se queda en la granja, sino que derrama beneficios hacia los agricultores locales. Según Chen Rulong, vicepresidente del grupo Tian Lai Agri: “No trabajamos aislados. Colaboramos con los campesinos en la siembra, en el cultivo de forraje y en el procesamiento. Eso significa más ingresos para ellos y más estabilidad para la comunidad”.

En las afueras de la granja, Abdul Karim, un agricultor uigur de 54 años, cuenta su experiencia: “Antes cultivaba trigo y apenas me alcanzaba para mantener a mi familia. Ahora produzco alfalfa para el ganado y tengo contratos estables. Mi hijo incluso pudo volver del trabajo en la ciudad para ayudarme en el campo. Nunca pensé que la tecnología me daría seguridad”. El ejemplo de Abdul se multiplica. En 2024, Xinjiang ya contaba con más de 84 mil grandes granjas de ganado, generando un valor de producción de 15.600 millones de dólares estadounidenses.

La mecanización del campo

La agricultura vegetal tampoco se queda atrás. En el distrito de Jinghe, campos que hace una década dependían casi exclusivamente de la fuerza de los campesinos hoy son gestionados con maquinaria moderna.

“Antes pasábamos días enteros deshierbando con las manos. Ahora un tractor hace el trabajo en horas”, dice Nurhayat Axim, una joven agricultora que heredó la parcela de sus abuelos. Mientras habla, observa cómo una sembradora automática avanza recta sobre los surcos.

El cambio se nota en los resultados: las nuevas variedades alcanzan rendimientos de hasta 16,5 toneladas por hectárea, algo impensado en tiempos pasados. “La mecanización no solo nos ahorra esfuerzo físico —explica Nurhayat—, también nos da tiempo para pensar en otras cosas, como aprender nuevas técnicas o cuidar de la familia”.

Entre los cultivos, uno destaca por su simbolismo y valor: las bayas de goji, frutos pequeños y anaranjados-rojizos originarios de Asia, conocidos por sus propiedades como superalimento, gracias a su alto contenido de antioxidantes (vitaminas A, C y E, carotenoides), fibra, proteínas y minerales. Se consumen deshidratadas, en zumos, infusiones o como aderezo en comidas, y se les atribuyen beneficios como la protección ocular, el fortalecimiento del sistema inmunitario y la acción antienvejecimiento.

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Las bayas de goji, frutos pequeños y anaranjados-rojizos originarios de Asia, conocidos por sus propiedades como superalimento.

Las bayas de goji, frutos pequeños y anaranjados-rojizos originarios de Asia, conocidos por sus propiedades como superalimento.

En Jinghe, los campos de goji tiñen el paisaje con tonalidades brillantes al caer el sol. Allí trabaja Zhao Yuying, vicepresidenta del grupo Qimingxing, quien muestra con orgullo las instalaciones de procesamiento. “Antes, las bayas frescas duraban un día y había que consumirlas de inmediato. Ahora, gracias a la tecnología de secado al vacío a baja temperatura, podemos conservarlas hasta 12 meses sin perder su valor nutricional”.

Esta innovación ha abierto las puertas de mercados lejanos. Hoy, las bayas de goji de Xinjiang llegan a Asia Central y la Unión Europea. En las casas rurales, las familias siguen usándolas en sopas y tés, pero al mismo tiempo se envasan para exportación en modernas plantas de procesamiento.

Dilara, una campesina de 28 años, asegura que el goji cambió la vida en su aldea: “Antes muchos jóvenes se iban a las ciudades porque no había oportunidades. Con el auge de este cultivo, algunos han regresado. Ahora trabajamos en el campo, pero con la seguridad de que lo que producimos tiene valor internacional”.

Una región que se reinventa

Xinjiang, conocida por su geografía extrema y sus climas contrastantes, se enfrenta a un desafío: demostrar que incluso en condiciones adversas se puede producir de manera eficiente y sostenible. Y lo está logrando.

La clave ha sido la combinación de tradición y modernidad. Los agricultores mantienen prácticas transmitidas por generaciones, pero ahora apoyadas en biotecnología, digitalización y sistemas mecanizados. El resultado no solo es mayor productividad, sino también un cambio cultural: la percepción de que el campo ya no es un espacio de atraso, sino un escenario de innovación.

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Ganar tierras productivas al desierto; un proyecto que está impactando favorablemente en la economía de China.

Ganar tierras productivas al desierto; un proyecto que está impactando favorablemente en la economía de China.

En cada chip que controla la salud de una vaca, en cada tractor que recorre los surcos de Jinghe, en cada baya de goji que cruza fronteras, late una idea común: Xinjiang está demostrando que es posible reinventarse sin perder identidad.

Las historias de Liu, Wang, Abdul o Dilara muestran que la revolución agropecuaria no es solo cuestión de cifras millonarias, sino también de vidas que mejoran, familias que se fortalecen y comunidades que encuentran nuevas esperanzas.

En el corazón de Asia, donde el pasado y el futuro parecen darse la mano, Xinjiang se ha convertido en testigo privilegiado de un cambio que podría inspirar a muchas otras regiones del mundo.

Fuente: CGTN Español con aportes de la Redacción +P.

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