EE. UU.

El Tesoro de EE. UU. pone dólares, pero impone rumbo: radiografía de una relación desigual

El respaldo de EE. UU. estabiliza al dólar, pero podría profundizar la dependencia y limitar la autonomía económica del país.

La política internacional nunca es un acto de altruismo. Cuando una potencia como Estados Unidos (EE. UU.) interviene en el tablero financiero de un país en crisis, lo hace movida por intereses que exceden la coyuntura. Y la Argentina, en medio de su frágil recuperación económica y su eterno dilema cambiario, se ha convertido en el escenario donde se cruzan los intereses de Washington, Pekín y un gobierno local que intenta mantener el equilibrio entre la ortodoxia y la supervivencia política.

En las últimas semanas, la intervención del secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, en el mercado cambiario argentino generó una sensación de alivio inmediato: el dólar se estabilizó dentro de las bandas previstas, el riesgo país se redujo y el Gobierno de Javier Milei respiró políticamente. Sin embargo, detrás de ese respiro hay una trama algo más compleja.

La probable estabilidad del dólar hasta el 26 de octubre —fecha que coincide con el cronograma electoral— no es producto del milagro, sino del músculo financiero norteamericano. Las intervenciones coordinadas con el Tesoro y los organismos multilaterales permitieron frenar una corrida que amenazaba con desbordar la estrategia de Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo. Pero la contracara de esa estabilidad estaría en la consolidación del atraso cambiario. Con un tipo de cambio artificialmente contenido, la economía argentina comenzaría a repetir un patrón conocido: inflación en dólares, pérdida de competitividad y expectativas postergadas de un ajuste que tarde o temprano llegará.

El Gobierno argumenta que las futuras reformas laboral y tributaria compensarán esa distorsión. Sin embargo, los antecedentes locales y regionales muestran que la sobrevaluación de la moneda nacional es un enemigo silencioso de las exportaciones, el empleo y la inversión productiva. En este contexto, el apoyo financiero de Estados Unidos aparecería como un salvavidas cargado de plomo: permitiría ganar tiempo político, pero profundizaría una estructura económica que beneficiaría a unos pocos y castigaría la competitividad real del país.

El aval de Washington a la estrategia de Milei no debe leerse como un gesto ideológico sino como una maniobra de reposicionamiento global. En el tablero internacional, el Gobierno de Donald Trump ha desplegado dos instrumentos clave para defender sus intereses: el manejo de aranceles y la manipulación del valor relativo de las monedas de sus competidores.

tierras raras
Minerales y tierras raras, todos productos clave para la industria tecnológica de EE. UU. y que están disponibles en América Latina.

Minerales y tierras raras, todos productos clave para la industria tecnológica de EE. UU. y que están disponibles en América Latina.

El caso chino es paradigmático. La Casa Blanca intentó forzar una revaluación del yuan mediante presiones diplomáticas y comerciales, con escaso éxito;. De ahí las ofensivas crecientes a través de los aranceles. En cambio, frente al euro, las políticas de estímulo y la retórica del “súper dólar” lograron revertir parcialmente la tendencia, permitiendo una devaluación de la divisa estadounidense cercana al 20% desde la llegada del nuevo Gobierno.

En América Latina, el tablero es distinto. La región no compite directamente con Estados Unidos por tecnología o industria pesada, pero sí en sectores clave como la producción agrícola, energética y minera. Argentina, con su gas no convencional y su potencial alimentario, es un competidor natural del país del norte.

Desde esa perspectiva, un peso argentino artificialmente fuerte no perjudica a Washington: lo favorece. Una moneda sobrevaluada encarece las exportaciones argentinas, erosiona su competitividad y refuerza la dependencia del financiamiento externo. La ecuación es sencilla: cuanto más necesita Argentina dólares para sostener su esquema, más poder de negociación gana Estados Unidos.

Posible condicionamiento financiero

Lo que estaría en marcha es una sofisticada estrategia de influencia económica. Ya no se trataría de sanciones o imposiciones abiertas, sino de un mecanismo de condicionamiento a través del crédito y la asistencia técnica. El Tesoro estadounidense actuaría como garante de la estabilidad cambiaria argentina, pero al mismo tiempo marcaría los límites de esa misma estabilidad.

Scott Bessent fue explícito al afirmar que “Javier Milei está comprometido con sacar a China de Argentina”. Esa frase, que en otro contexto podría sonar anecdótica, sintetiza la lógica geopolítica del apoyo norteamericano. La disputa no es ideológica: es comercial, tecnológica y territorial. Estados Unidos busca impedir que China siga expandiendo su influencia sobre los recursos estratégicos del Cono Sur. En el caso argentino, esos recursos tienen nombre y apellido: energía, litio y tierras raras. Todos ellos, insumos críticos para la transición energética global y la industria de alta tecnología.

Washington entiende que para frenar a Pekín no basta con sancionar o competir en los mercados internacionales. Hay que limitar su acceso directo a los recursos naturales. Y eso se puede lograr condicionando financieramente a los gobiernos de la región.

Milei xi jinping
No será un trabajo fácil para el Gobierno de Javier Milei retirar a las inversiones chinas de la Argentina.

No será un trabajo fácil para el Gobierno de Javier Milei retirar a las inversiones chinas de la Argentina.

Durante la última década, China se consolidó como uno de los principales socios comerciales de América Latina. En Argentina, financió obras de infraestructura, proveyó swap de divisas y se transformó en el mayor comprador de soja y derivados. En Brasil, amplió las fronteras agrícolas y mineras con fuertes aportes de inversiones. En Perú, construyó el puerto de Chancay, su principal puerta de acceso al Pacífico. Y en Chile, se volvió el gran cliente de su sector agroexportador.

Esa presencia creciente encendió las alarmas en Washington. La administración Trump busca revertir lo que percibe como una pérdida de influencia estratégica en su propio “patio trasero”. Y Argentina, con su alineamiento discursivo con Occidente, aparece como la oportunidad para dar el golpe de timón. El plan norteamericano, según fuentes del mercado, contempla el reemplazo del swap chino por financiamiento proveniente del Tesoro y fondos aliados. Los 20.000 millones de dólares prometidos permitirían cancelar la deuda equivalente en yuanes que el Banco Central mantiene con Pekín. Así, el país no solo aliviaría sus reservas, sino que también enviaría una señal política de distanciamiento del gigante asiático.

Pero ese movimiento tiene riesgos. China no es un acreedor cualquiera: es un socio estructural de la economía argentina. Su retiro abrupto podría impactar en el comercio exterior, en la inversión y, sobre todo, en la estabilidad de sectores exportadores que dependen de su demanda.

El desafío para Milei entonces es cómo sostener este equilibrio. Por un lado, necesita los dólares de Washington para estabilizar la macroeconomía y financiar su transición. Por otro, no puede romper con Pekín sin generar un daño inmediato en su balanza comercial. Las declaraciones de Bessent desataron una inmediata reacción de la embajada china, que calificó sus dichos de “provocadores” y advirtió que “América Latina y el Caribe no son el patio trasero de nadie”. La respuesta refleja un cambio de tono: China ya no busca disimular su incomodidad ante el avance norteamericano.

Milei, por su parte, intenta moverse en la cornisa. Sabe que cualquier señal de ruptura con Pekín puede afectar las exportaciones agroindustriales y complicar la entrada de divisas. Pero también es consciente de que su estabilidad política depende del respaldo financiero de Washington.

Las contradicciones del modelo

La política de sostener un peso fuerte para frenar la inflación y ganar tiempo electoral tiene costos. En términos reales, implica una pérdida de competitividad que impactará sobre la producción, las exportaciones y el empleo industrial. Además, la sobrevaluación cambiaria favorece la entrada de productos importados, lo que podría derivar en una nueva ola de sustitución inversa: industrias locales que cierran o reducen su actividad ante la competencia externa. Paradójicamente, esto incluye a productos de origen chino, que podrían ingresar al mercado argentino a precios más bajos, pese al deseo de Washington de limitar su influencia.

Otra contradicción aparece en el sector farmacéutico. El intento de avanzar en acuerdos de liberalización de patentes con Estados Unidos genera preocupación entre los laboratorios locales. El lobby histórico de la industria farmacéutica norteamericana busca ampliar sus márgenes de control sobre el mercado argentino, lo que podría encarecer los medicamentos y afectar la producción nacional.

En este contexto, el apoyo estadounidense parece más un programa de alineamiento estructural que un rescate económico. Las condiciones no están escritas en un documento del FMI, pero se expresan en cada decisión de política económica y comercial.

puerto estados unidos huelga
El atraso cambiario podría abrir aún más el camino para las importaciones de China al mercado argentino.

El atraso cambiario podría abrir aún más el camino para las importaciones de China al mercado argentino.

Desde el punto de vista político, el plan cumple su objetivo inmediato: estabilizar el dólar y generar una sensación de orden que permita llegar a las elecciones sin sobresaltos. La narrativa de Milei —el mercado se calma, los inversores confían, el dólar no sube— refuerza su imagen de liderazgo económico. Sin embargo, esta estabilidad tiene fecha de vencimiento. Después de octubre, el país deberá enfrentar el ajuste que hoy se disfraza de normalidad. El atraso cambiario, los compromisos financieros y la falta de reservas genuinas son una bomba de tiempo.

Los operadores financieros lo saben. “La paridad cambiaria va a seguir la bitácora que impulsa el Gobierno, pero el mercado ya está mirando el día después”, comentó recientemente una fuente del mercado. Esa mirada resume la sensación de que el acuerdo con Estados Unidos garantiza un presente previsible, pero a costa de condicionar la autonomía futura.

El tablero regional

La disputa por la Argentina es, en realidad, parte de una estrategia más amplia. Estados Unidos busca recuperar terreno en una región donde China ha ganado presencia económica y diplomática. Brasil, bajo la conducción de Lula da Silva, mantiene una política de equidistancia: no rompe con Washington, pero profundiza su alianza con Pekín. Perú y Chile avanzan con proyectos de infraestructura financiados por capital chino. México, aunque formalmente aliado de Estados Unidos, mantiene su propio juego en función de su cercanía económica y migratoria.

En ese tablero, Argentina aparece como el caso testigo: un país con crisis crónica, recursos estratégicos y un gobierno dispuesto a alinearse con Occidente. Si la estrategia de Washington tiene éxito aquí, podría replicarse en otros países del Cono Sur.

En este contexto no hay que dejar de señalar que cada vez que Argentina se apoyó excesivamente en una potencia externa para resolver sus problemas internos, terminó pagando un precio alto. Ocurrió con el endeudamiento durante la dictadura, con las privatizaciones de los 90 y con los acuerdos financieros de la última década. El actual esquema, aunque se presenta como una alianza virtuosa, podría repetir ese patrón. La dependencia del financiamiento externo y la subordinación a los intereses geopolíticos de una potencia suelen erosionar el margen de maniobra económica y limitar la capacidad de decisión local.

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China es hoy el principal comprador de soja de la Argentina.

China es hoy el principal comprador de soja de la Argentina.

La historia argentina demuestra que la estabilidad comprada es siempre inestable. Dura lo que dura la paciencia del prestamista.

En definitiva, el apoyo de Estados Unidos a la Argentina tiene un efecto inmediato y visible: estabiliza el mercado cambiario y da oxígeno político al Gobierno. Pero su impacto profundo es mucho más ambiguo. Por un lado, consolida un modelo de atraso cambiario que favorece a los importadores y al capital financiero. Por otro, redefine el mapa geopolítico de la región, desplazando a China y reforzando la dependencia de Washington.

El dilema argentino es el de siempre: entre el pragmatismo y la soberanía, entre el alivio de corto plazo y la sustentabilidad de largo plazo. Milei ha elegido el camino del apoyo norteamericano como ancla de estabilidad. Pero esa ancla, si no se gestiona con inteligencia, puede convertirse en un lastre.

La ayuda de Estados Unidos no es gratuita ni inocente. Es una apuesta estratégica por el control de los recursos y de la orientación política de un país clave del Cono Sur. La pregunta que queda abierta es cuánto de esa apuesta está dispuesto a aceptar el Gobierno argentino y si, una vez más, la historia no terminará repitiéndose con los mismos protagonistas, pero con un libreto adaptado al siglo XXI.

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