EE. UU.

El apoyo de EE. UU. y los dólares del agro: ¿alivio pasajero o punto de inflexión?

EE. UU. y los dólares del agro dieron respiro al oficialismo en su semana más crítica. Sin embargo, el futuro depende de consensos políticos aún lejanos.

Al Gobierno de Javier Milei no le pudo ir mejor. En medio de la semana más turbulenta desde que asumió la presidencia, con el Banco Central perdiendo más de 1.100 millones de dólares en apenas unos días y con los mercados descontando un lunes negro, llegó una noticia inesperada: el respaldo de los Estados Unidos (EE. UU.). No fue cualquier gesto diplomático, ni un saludo de ocasión. Fue un movimiento coordinado desde la Casa Blanca, con la administración de Donald Trump como protagonista, que implicó a los organismos multilaterales y a los actores financieros globales.

En cuestión de horas, la narrativa del colapso se transformó en relato de esperanza. El tuit del secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, selló una señal política que no se redujo al plano económico: antes de comprometerse, Washington había pedido un informe detallado sobre cómo quedaría el Congreso argentino tras el recambio legislativo. El mensaje era claro: los dólares importan, pero la política importa más.

El alivio fue inmediato. Los trascendidos hablaban de un swap por 20.000 millones de dólares con el Banco Central, mientras que el Banco Mundial y el BID anunciaban líneas de financiamiento adicionales por 4.000 y 1.500 millones, respectivamente. Ningún gobierno argentino había conseguido semejante nivel de respaldo en tan poco tiempo. Milei, Caputo y la comitiva oficialista vivieron la gira por Estados Unidos como una suerte de consagración.

Sin embargo, el mismo gesto que encendió la euforia dejó planteada la paradoja central del momento: el apoyo político fue enorme, pero los dólares frescos demorarán. Como reconoció el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, lo que se obtuvo fue una garantía de auxilio futuro, no un desembolso inmediato. “La palabra del gobierno de Estados Unidos diciendo ‘vamos a estar cuando lo necesiten’ es fundamental. Saben que acá tienen un aliado”, aseguró. Pero la letra chica es contundente: nadie regalará divisas para que terminen fugándose del país.

Mientras tanto, los dólares de verdad no vinieron de Washington ni de los organismos internacionales. Llegaron del mismo lugar de siempre: el campo. En apenas 48 horas, el agro liquidó 7.000 millones de dólares, permitiendo al ministro Caputo estabilizar el mercado cambiario y contener la corrida. Un alivio inmediato que ningún otro sector pudo proveer con semejante rapidez.

Ese gesto, obtenido tras una baja de retenciones, generó un doble efecto. Por un lado, calmó a los mercados y le dio oxígeno al Gobierno para transitar las semanas críticas que separan al presente de las elecciones. Por otro, abrió un agujero fiscal de más de 1.400 millones de dólares en recaudación, al tiempo que adelantó divisas que ya no estarán disponibles en los próximos meses. Fue, en otras palabras, una victoria táctica con costos estratégicos.

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Esta semana, el campo mostró la fuerza que tiene para disponer de miles de millones de dólares en solo horas.

Esta semana, el campo mostró la fuerza que tiene para disponer de miles de millones de dólares en solo horas.

La enseñanza es evidente: el campo sigue siendo la columna vertebral de la economía argentina. Cada vez que se lo libera parcialmente, su capacidad de generar divisas y sostener al país queda demostrada. Pero también se confirma la fragilidad de un esquema que depende de decisiones políticas coyunturales y que nunca logra consolidar reglas de juego estables.

Aquí se asoma una vieja pregunta: ¿qué pasaría si se liberara plenamente ese potencial productivo, con un marco regulatorio previsible y acuerdos duraderos? La respuesta parece obvia: la Argentina sería otra, con más producción, más exportaciones y más desarrollo sustentable. Pero la realidad insiste en mostrar otra cara: la de un Estado que, gobierno tras gobierno, interviene y distorsiona, sembrando incertidumbre en lugar de confianza.

Ensueño con sombras en el horizonte

La combinación de apoyo externo y dólares del campo le permitió al oficialismo hablar de una “semana de ensueño”. Pero el ensueño tiene fecha de vencimiento: 26 de octubre. Hasta entonces, salvo que un “cisne negro” altere el tablero, el Gobierno cuenta con un horizonte de cierta calma. Después, la historia dependerá de los resultados electorales y de la capacidad de avanzar en reformas estructurales.

Porque si algo quedó claro es que hasta aquí el programa de Milei se concentró en lo financiero. El equilibrio del mercado de cambios, las reservas, la negociación con los organismos internacionales y el orden fiscal ocuparon el centro de la escena. Pero la Argentina no puede vivir indefinidamente de estabilizaciones transitorias. La pregunta que asoma es inevitable: ¿será el momento de pasar de la emergencia a la economía real?

Los empresarios lo repiten con insistencia: sin una reforma tributaria, laboral y financiera que haga competitiva la economía, no habrá futuro sustentable. La competitividad no se construye solo con disciplina fiscal, sino también con un marco que incentive la inversión, fomente la producción y libere la capacidad de generar empleo.

Para avanzar en esas reformas, el Gobierno necesita algo más que respaldo externo y dólares del campo. Necesita acuerdos políticos. Y aquí radica el gran desafío de Milei. Su estilo confrontativo, su verborragia insultante y la dinámica de polarización que alimenta a sus seguidores dificultan la posibilidad de sentarse a negociar con la oposición y con los gobernadores.

La historia reciente muestra que ningún proyecto pudo sostenerse sin consensos. Carlos Menem pudo privatizar y reformar porque selló pactos con sectores del peronismo y la oposición. Néstor Kirchner consolidó poder en base a acuerdos con gobernadores e intendentes. Incluso Mauricio Macri, con todas sus dificultades, entendió que debía negociar para gobernar sin mayoría propia. Pretender que Milei logrará imponer reformas estructurales sin acuerdos es desconocer la lógica más básica del sistema político argentino.

Macri con Trump
El presidente Donal Trump en su momento también dio su fuerte respaldo al entonces mandatario Mauricio Macri. Pero solo con eso no alcanzó.

El presidente Donal Trump en su momento también dio su fuerte respaldo al entonces mandatario Mauricio Macri. Pero solo con eso no alcanzó.

En este sentido, la advertencia de Estados Unidos al pedir un informe legislativo resulta reveladora: los mercados observan la política, y la política define los límites de la economía. Un presidente que insulta a la oposición y amenaza con dinamitar puentes puede cosechar aplausos entre los convencidos, pero termina debilitando su propia capacidad de gobierno.

La necesidad de acuerdos trasciende la coyuntura. Es un principio básico de la vida en comunidad. El gran pensador del siglo XVII, Thomas Hobbes, lo planteaba en su obra El Leviatán: el contrato social surge de la necesidad de evitar la guerra de todos contra todos. Sin un pacto político mínimo, la convivencia se disuelve en caos.

Otro grande, Jürgen Habermas, contemporáneo y desde otra perspectiva, agrega que la legitimidad en sociedades modernas se construye a través del diálogo y la deliberación. Ninguna decisión trascendental puede sostenerse si no nace de un proceso de comunicación racional entre actores diversos.

La Argentina, en este momento, parece debatirse entre estas dos lógicas: evitar la implosión hobbesiana de la fragmentación y, al mismo tiempo, aspirar a la legitimidad habermasiana de un diálogo democrático. Ambos caminos requieren acuerdos. No acuerdos superficiales o de conveniencia momentánea, sino pactos que puedan sostener reformas más allá de las alternancias electorales.

La urgencia de un pacto duradero

Lo que la Argentina necesita no es un salvavidas financiero, sino un pacto político que dé previsibilidad y confianza. Un pacto que establezca un rumbo compartido en cuestiones básicas: equilibrio fiscal, reglas claras para la inversión, modernización laboral, desarrollo productivo. Sin ese acuerdo, cada administración seguirá repitiendo el ciclo de emergencia, euforia y frustración.

Ese pacto no puede ser entendido como rendición de la oposición ni como imposición del oficialismo. Debe ser el fruto de una convicción compartida: sin consensos, no hay futuro. La política argentina tiene que aprender que gobernar no es ganar batallas discursivas en redes sociales, sino construir marcos de estabilidad que sobrevivan a los gobiernos de turno.

La semana que pasó mostró lo mejor y lo peor de la Argentina. Lo mejor: la capacidad de obtener respaldo internacional y de generar divisas en tiempo récord gracias al agro. Lo peor: la confirmación de que sin política, todo es frágil y transitorio.

Milei en Wall Street
El presidente Milei visitó esta semana Wall Street luego de la euforia financiera tras los anuncios de respaldo del Gobierno de los EE. UU.

El presidente Milei visitó esta semana Wall Street luego de la euforia financiera tras los anuncios de respaldo del Gobierno de los EE. UU.

El Gobierno celebra hoy el espaldarazo de Washington y los dólares del campo. Pero el verdadero desafío empieza ahora: transformar esas victorias tácticas en un proyecto estratégico, basado en acuerdos políticos duraderos. De lo contrario, el país volverá a tropezar con la misma piedra: depender de gestos externos y aportes coyunturales, sin resolver nunca sus problemas estructurales.

La filosofía política lo enseñó hace siglos y la realidad argentina lo confirma día a día: sin acuerdos, la comunidad se desintegra. Sin consensos, no hay reformas que duren. Y sin política, no hay economía que aguante.

El futuro de la Argentina no se juega solo en Wall Street ni en los puertos agroexportadores. Se juega en el Congreso, en la capacidad de diálogo, en la disposición a construir puentes. Es la hora de los acuerdos. Es, quizá, la última oportunidad para que la política deje de ser el problema y se convierta, por fin, en la solución.

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