Quiebra

Quiebra de importante frigorífico ganadero deja incertidumbre en más de 100 familias

La quiebra de un histórico frigorífico de Tres Arroyos golpea la economía local, arrastra a proveedores y deja a decenas de trabajadores en la calle.

El martes por la mañana, una noticia atravesó Tres Arroyos como un rayo: el frigorífico Anselmo, una de las empresas más emblemáticas de la ciudad, había presentado su pedido de quiebra en el Juzgado Civil y Comercial local. Con esa decisión, se ponía fin a más de nueve décadas de historia en la industria cárnica bonaerense y se confirmaba lo que muchos temían desde hacía meses: la pérdida de más de 100 puestos de trabajo directos y un duro golpe a la economía regional.

En la entrada de la planta, ubicada en la intersección de la Ruta 228 y la avenida Constituyentes, el silencio fue la postal del día. Donde solía haber movimiento de camiones, proveedores y operarios entrando a los turnos, solo quedaban guardias de seguridad y algunos trabajadores que se acercaron a buscar información. “Nos avisaron de la asamblea, pero nadie nos explica qué va a pasar con nosotros”, murmuraba un empleado con más de veinte años en la empresa, que prefirió no dar su nombre. Su preocupación era compartida por decenas de compañeros que aguardaban respuestas.

El cierre no llegó de manera sorpresiva. Desde principios de año, la situación financiera del frigorífico mostraba signos críticos: sueldos abonados en cuotas, despidos, retiros voluntarios que nunca se terminaron de pagar y cheques rechazados por más de $120 millones. En septiembre, directamente, los trabajadores dejaron de cobrar la quincena y resolvieron no presentarse a faenar. El gremio acompañó la medida: “El problema no es la gente ni el sindicato. El problema es la administración, que ha sido un desastre”, señaló con dureza Néstor García, secretario general del Sindicato de la Carne de Tres Arroyos.

La falta de materia prima, el peso de las facturas de servicios y la caída en los niveles de producción completaban un cuadro que parecía irreversible. En décadas pasadas la empresa faenaba más de 3.000 cabezas por mes. Para ser rentable, la planta debería estar faenando alrededor de 2.000 por mes; en los últimos tiempos apenas llegaba a 1.500 cabezas. Con esa escala, los balances se cerraban una y otra vez en rojo.

De emblema a símbolo de decadencia

Fundado en 1930 y convertido en sociedad en 1960, Anselmo supo ser un motor de desarrollo para la ciudad. Su actividad no se limitaba a la faena de bovinos: contaba con líneas para porcinos y ovinos, además de una planta de chacinados que lo convirtió en referencia provincial. A lo largo de generaciones, miles de familias tresarroyenses pasaron por sus instalaciones. “Mi padre trabajó aquí, yo entré con 18 años y ahora tengo 52. Es nuestra segunda casa”, contaba emocionado Juan, uno de los operarios despedidos.

Pero en los últimos veinte años, la historia del frigorífico fue la de un lento declive. La familia Hernández, sus dueños originales, lo vendió al empresario Santiago Bracco durante el gobierno de Mauricio Macri. Poco después, pasó a manos de Nicolás Ambrosius, cuya gestión se vio envuelta en polémicas por sueldos impagos y amenazas de cierre. Finalmente, un nuevo grupo empresario tomó el control, aunque no consiguió estabilizar la operación. Las promesas de exportación y modernización nunca alcanzaron la escala necesaria.

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El frigorífico llegó a faenar más de 3.000 cabezas mensuales en décadas pasadas.

El frigorífico llegó a faenar más de 3.000 cabezas mensuales en décadas pasadas.

El cierre de Anselmo es mucho más que la pérdida de 100 empleos. En Tres Arroyos, se lo percibe como un golpe a la identidad productiva de la ciudad. Transportistas, proveedores de insumos, contratistas locales y pequeños comercios dependían en mayor o menor medida de su funcionamiento. “Cada vez que se apagaba la planta, lo sentíamos todos: el carnicero, el que vende insumos, el que hace fletes. Esto no es solo de los trabajadores, es de todo Tres Arroyos”, resumió un comerciante de la zona.

El poder adquisitivo de decenas de familias desaparece de un día para el otro, lo que inevitablemente repercute en el consumo local. La cadena de pagos, ya debilitada, enfrenta además la sombra de nuevas deudas impagas.

El proceso judicial

La presentación de quiebra se encuadra en la Ley de Concursos y Quiebras. El juez designará a un síndico que deberá administrar los bienes, verificar deudas y atender los reclamos laborales. Si bien el procedimiento prevé la posibilidad de que terceros interesados presenten proyectos de continuidad, hasta ahora no se conocen propuestas concretas. En el mejor de los casos, la reactivación dependerá de que aparezca un inversor dispuesto a hacerse cargo de la planta y sus pasivos.

Mientras tanto, el gremio convocó a una asamblea para informar a los trabajadores. Allí se detalló el alcance del pedido judicial y se discutieron los pasos a seguir. Sin embargo, la sensación general fue de incertidumbre. Incluso quienes habían aceptado retiros voluntarios previos a la quiebra reclaman porque solo cobraron una parte de lo prometido.

Un síntoma de una crisis mayor

La caída de Anselmo se enmarca en un escenario más amplio: la crisis que atraviesan los frigoríficos medianos y pequeños de la zona ganadera del país. Aunque en los últimos meses el consumo de carne mostró un leve repunte, la mejora no alcanza para compensar costos crecientes, financiamiento escaso y la competencia de empresas de mayor escala. Hoy no son pocas las plantas operan al límite, con el riesgo permanente de problemas en ciernes.

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La caída de Anselmo se enmarca en un escenario más amplio: la crisis que atraviesan los frigoríficos medianos y pequeños.

La caída de Anselmo se enmarca en un escenario más amplio: la crisis que atraviesan los frigoríficos medianos y pequeños.

Para Tres Arroyos, la quiebra no es solo la pérdida de un empleador: es la desaparición de un pedazo de su historia. Durante décadas, el frigorífico fue un espacio de pertenencia, un generador de trabajo estable y un orgullo local. Hoy, su portón cerrado es símbolo de una crisis que va más allá de sus paredes y refleja las tensiones de la industria nacional.

“Nos prometieron que iba a salir adelante, que había proyectos. Y al final nos dejan en la calle. Nadie sabe qué va a pasar con nosotros”, lamentaba una trabajadora en la asamblea, con los ojos llenos de lágrimas. Su voz resume el sentir de una comunidad que, entre la desazón y la bronca, se enfrenta al desafío de reconstruirse sin uno de sus pilares productivos más antiguos.

Fuente: Redacción +P con aportes de agencias de noticias.

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