Buenos Aires

De la euforia al desgaste: Milei y la batalla por la provincia de Buenos Aires

Buenos Aires va a elecciones, en un contexto atravesado por denuncias de corrupción, internas virulentas y una economía que no ofrece oxígeno.

Hace tan solo unas semanas, el oficialismo respiraba optimismo. El triunfo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde Manuel Adorni había desplazado al PRO de su histórico bastión, alimentaba una inercia emocional que parecía extenderse hacia la provincia de Buenos Aires. En aquel entonces, el justicialismo –con Leandro Santoro a la cabeza– se presentaba como ganador en la capital, y esa narrativa sirvió de combustible político para soñar con un desenlace favorable en el distrito electoral más populoso del país.

Sin embargo, la política argentina se escribe siempre con tinta movediza. Lo que hasta hace poco se dibujaba como una victoria posible, hoy se percibe como un escenario mucho más complejo. El macrismo, antaño adversario y víctima de la arremetida libertaria en la Ciudad, aparece ahora como aliado táctico en la provincia para enfrentar al kirchnerismo. La política, una vez más, demuestra que no hay enemigos eternos sino intereses circunstanciales.

En el círculo íntimo de Javier Milei, nadie se animaba a proyectar cifras concretas para la elección que se define hoy, pero sí se respiraba confianza. Los principales dirigentes bonaerenses repetían que la victoria estaba al alcance, con ventaja ajustada en casi todas las secciones electorales, salvo en la tercera, territorio históricamente hostil para cualquier fuerza ajena al peronismo. Municipios como La Matanza, símbolo del poderío electoral kirchnerista, se presentaban como un muro difícil de escalar.

Pero ese optimismo comenzó a resquebrajarse en el tramo final. En un cierre de campaña en un club de barrio de Moreno, el propio Milei admitió un “empate técnico” con Fuerza Patria, el frente que emergió tras la turbulenta unificación del PJ. El entusiasmo inicial había cedido lugar a la cautela, una palabra que rara vez aparece en el diccionario libertario.

Lo que cambió no fueron tanto las encuestas como el clima político. Una serie de audios filtrados y denuncias de corrupción golpearon de lleno al oficialismo. A esto se sumaron episodios que reflejaron la crudeza de la interna: el grotesco insulto del “Gordo Dan” contra el senador Luis Juez, que no solo atacó su posición política sino también a su familia y a su hija con discapacidad. La reacción fue inmediata: repudio generalizado y un nuevo frente de desgaste para un oficialismo que parecía más ocupado en autoinfligirse heridas que en consolidar su mensaje electoral.

El contraste fue evidente: mientras el PJ-kirchnerismo buscaba -con pocos logros- mostrarse unido tras años de disputas internas, el oficialismo libertario exhibía fracturas a cielo abierto. La política argentina, con su tendencia a teatralizar cada conflicto, transformó la campaña en un espectáculo de desgaste mutuo que no hizo más que confundir y erosionar las expectativas de la ciudadanía.

Kicillof máximo y massa
El PJ finalmente llegó a un acuerdo para llegar unidos a las elecciones de hoy. Sin embargo, pocos creen que esa alianza se pueda mantener.

El PJ finalmente llegó a un acuerdo para llegar unidos a las elecciones de hoy. Sin embargo, pocos creen que esa alianza se pueda mantener.

Como en cada elección, los mercados jugaron su propio partido. Los sondeos encargados por el sistema financiero, incluso con el aporte del “fuego amigo” de JP Morgan, trazaron cuatro posibles escenarios:

Triunfo del oficialismo (poco probable): los mercados festejarían con euforia.

Derrota por menos de cinco puntos (algo probable): festejo moderado, con cautela.

Derrota por entre 5 y 10 puntos: (algo probable) análisis más frío y replanteo de estrategias.

Derrota por más de 10 puntos (poco probable): dudas sobre la continuidad del respaldo a Milei.

Estas proyecciones, sin embargo, funcionan más como ejercicios de especulación que como diagnósticos políticos. La verdadera cuestión, más allá de las reacciones del capital financiero, radica en cómo la sociedad interpreta los hechos que rodean a la elección y qué peso adquiere la corrupción en la decisión de su voto.

Para parte de la sociedad, el escándalo que salpica a la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) se convirtió en el epicentro del debate. Diego Spagnuolo, desplazado de su cargo tras la filtración de audios que lo comprometen en presuntos pedidos de coimas, no es un funcionario más: abogado de Milei, miembro de La Libertad Avanza desde su fundación y con más de 40 ingresos oficiales a Olivos y Casa Rosada entre 2024 y 2025.

Lo que agrava el caso no son solo los audios –peritados por la empresa BlackVOX y atribuidos con alta probabilidad a Spagnuolo– sino las menciones a figuras cercanas al presidente como Karina Milei y Eduardo “Lule” Menem. Aunque no hay pruebas que los incriminen directamente, la sola alusión a sus nombres instala dudas y erosiona la narrativa libertaria de la transparencia frente a “la casta”. La difusión de los audios a través del canal de streaming Carnaval y su posterior validación técnica reavivaron la discusión sobre cómo las nuevas tecnologías alteran la dinámica política. Hoy, un audio filtrado puede tener el mismo impacto que una denuncia judicial, especialmente en un clima de desconfianza hacia las instituciones.

La pregunta central es: ¿Qué impacto tendrá este caso en la elección bonaerense? La historia argentina muestra que la respuesta no es lineal. Durante los años de Carlos Menem, los casos de corrupción se multiplicaban –el Swift Gate, la valija de Amira Yoma, los sobreprecios en licitaciones– y, sin embargo, fue reelecto con amplio respaldo. ¿Por qué? Porque la sociedad, en medio de un contexto de estabilidad económica y sensación de bienestar, estaba dispuesta a tolerar el “roban pero hacen”.

spagnuolo karina-los-menem
Diego Spagnuolo, Karina Milei y

Diego Spagnuolo, Karina Milei y "Los Menem", una foto que complica al oficialismo.

Pero la corrupción, como fenómeno social, opera con efecto retardado. A veces los casos no impactan de inmediato, pero germinan y se convierten en detonantes más adelante. El ejemplo más claro es el de la Alianza en 1999, que llegó al poder con la bandera de la transparencia y el combate a la corrupción menemista.

Existen también situaciones donde la corrupción sí impactó en tiempo real: el caso de la “Banelco” en el Senado, que precipitó el derrumbe del gobierno de Fernando de la Rúa. La lección es clara: no hay un manual infalible. El impacto depende del contexto económico, del humor social y de la capacidad del poder político de administrar la crisis.

El presente económico: tierra poco fértil para la tolerancia

El oficialismo no cuenta con un escenario económico favorable que le permita amortiguar el golpe. La economía se encuentra en una meseta desde hace meses, sin signos de crecimiento. Las tasas de interés, superiores al 75%, asfixian al crédito y al consumo. El dólar, siempre termómetro político en la Argentina, sube con presión sostenida, reflejando la incertidumbre social.

En este contexto, resulta difícil que la sociedad mire hacia otro lado frente a denuncias de corrupción. La paciencia colectiva se reduce cuando no hay bienestar económico que la sostenga. La narrativa del cambio y la promesa de un futuro distinto son, quizá, el único activo que Milei puede exhibir para evitar que el caso Spagnuolo se transforme en una mancha irreversible.

El oficialismo enfrenta un dilema: mientras intenta capitalizar la esperanza de transformación, la realidad política y económica le impone límites. Los audios, los insultos internos, las denuncias de corrupción y la volatilidad financiera se combinan en un cóctel difícil de administrar.

La sociedad argentina, acostumbrada a convivir con escándalos de corrupción, podría optar por relegar este caso a un segundo plano si percibe que Milei aún encarna la posibilidad de un cambio estructural. Pero también podría castigarlo si entiende que la “casta” que prometió combatir se reproduce ahora en su propio espacio.

caputo luis saludando
Luis Caputo intenta llegar con una dólar por debajo de los 1400 pesos para las elecciones de octubre. En esta semana tuvo que intervenir el mercado con 500 millones de dólares para que no se dispare por arriba de ese techo.

Luis Caputo intenta llegar con una dólar por debajo de los 1400 pesos para las elecciones de octubre. En esta semana tuvo que intervenir el mercado con 500 millones de dólares para que no se dispare por arriba de ese techo.

El desenlace no se conocerá hoy ni mañana. Como enseña la historia, la corrupción rara vez actúa como un rayo inmediato. Es más bien una semilla que germina lentamente, esperando las condiciones propicias para convertirse en un factor decisivo. La gran incógnita es si esas condiciones llegarán antes de octubre o si, como tantas veces, se archivarán en la memoria colectiva hasta que un nuevo actor político las rescate como bandera.

La elección bonaerense se convirtió en mucho más que una disputa territorial. Es el espejo donde se reflejan los dilemas del oficialismo: su capacidad de mantener alianzas tácticas, de administrar los escándalos internos y de sostener la esperanza de cambio frente a una sociedad cansada de promesas incumplidas.

La sombra de la corrupción sobrevuela la campaña y amenaza con convertirse en un obstáculo mayor que cualquier adversario político. Pero, como muestra la historia argentina, no se trata solo de lo que revelan los audios o denuncias, sino de cómo la sociedad procesa esas revelaciones.

Milei apuesta a que la expectativa de transformación pese más que el desgaste de los escándalos. El kirchnerismo confía en que la decepción libertaria abra la puerta a su posicionamiento en la provincia. Los mercados, mientras tanto, hacen cálculos fríos sobre números y márgenes. Y la sociedad, en medio de este laberinto, se enfrenta a la difícil tarea de decidir si aún cree en la promesa de un cambio o si las viejas sombras de la corrupción vuelven a marcar el rumbo.

En esta nota

Dejá tu comentario

Las más leídas