Dilema

El dilema que divide a la Casa Rosada: sostener a Karina o salvar al Gobierno

Con la derrota bonaerense fresca y el dólar en la cornisa, el Gobierno enfrenta un dilema: preservar el vínculo simbiótico entre Milei y su hermana, o arriesgarse a un desgaste de su gestión.

En la política argentina existe una regla no escrita que suele cumplirse en los momentos de crisis: la figura del “fusible”. Cuando la presión social, la economía o la oposición elevan la temperatura al punto de lo insostenible, los presidentes se ven obligados a sacrificar a un ministro, un secretario clave o algún funcionario de alto rango que pueda asumir culpas y ofrecer la sangre que el sistema reclama. Esa dinámica, que a lo largo de la historia argentina ha servido como escape para canalizar tensiones, no existe en el actual gobierno de Javier Milei. Y esa ausencia está demostrando ser una de las principales vulnerabilidades de la administración libertaria.

El presidente ha construido su gestión con un círculo extremadamente reducido, cerrado y vertical, donde las decisiones se concentran en un puñado de personas, con Karina Milei como epicentro simbiótico e inamovible. Esto le da cohesión interna, pero al mismo tiempo elimina la posibilidad de cambios que oxigenen una gestión golpeada por las derrotas electorales y los escándalos. El resultado es un gobierno que, ante el primer temblor, carece de válvulas de escape y queda expuesto en carne viva.

El episodio más reciente de esta fragilidad estructural se evidenció tras la derrota en la Provincia de Buenos Aires. Se trata del distrito más poblado y estratégico del país, y la caída allí significó un duro golpe político para el oficialismo. La misma noche de la derrota, Milei habló de autocrítica y de eventuales cambios en la gestión. Sin embargo, el paso de los días confirmó que esas palabras quedaron en el terreno de las declaraciones. Los llamados “mariscales de la derrota” permanecen incólumes, sin que nadie haya pagado el costo de un traspié que compromete las chances de cara a la madre de todas las batallas: las elecciones nacionales de octubre.

En cualquier otro contexto, esa derrota hubiera sido la excusa perfecta para desplazar a funcionarios clave, redefinir estrategias y enviar un mensaje de reacción. Pero en el esquema libertario, nadie cayó. No hay fusibles que quemar. Y eso genera la percepción de que Milei está dispuesto a sostener hasta el final a un equipo que ha demostrado falencias de gestión y que acumula errores no menores en un contexto económico y político poco menos que complicado.

La ofensiva contra Karina Milei

Lo que más desconcierta al presidente, sin embargo, no es la falta de recambio ni la crítica a su gestión económica, sino la ofensiva que se despliega sobre su hermana, Karina Milei, secretaria general de la Presidencia. Ella no solo ocupa un rol formal clave, sino que es el sostén emocional, la persona de máxima confianza y la voz de mayor influencia sobre el mandatario. La relación entre ambos es simbiótica: para muchos, Milei no existe sin Karina. Pero esa centralidad hoy se ve comprometida por dos escándalos que han puesto en jaque su figura y que representan un flanco de vulnerabilidad inédito para el presidente.

El primero es el caso $LIBRA, que avanza en Diputados a través de comisión investigadora. La citación a Karina Milei ya fue formalizada: deberá elegir entre presentarse el 23 o el 30 de septiembre, o bien fijar otra fecha en ese mismo mes. La comisión, presidida por Maximiliano Ferraro (Coalición Cívica), busca indagar en los vínculos entre el gobierno y el mundo 'cripto', específicamente con el empresario Hayden Davis, titular de la firma $LIBRA. Entre las pruebas solicitadas figuran los registros de visitas a la Casa Rosada durante el último año, un dato que podría arrojar luz sobre la frecuencia y el tenor de esos contactos. Para la oposición, se trata de un caso testigo que revela el nivel de permeabilidad de la administración a los intereses corporativos.

Spagnuolo con milei
Diego Spagnuolo, un hombre que, en su momento, fue de plena confianza de Karina y Javier Milei.

Diego Spagnuolo, un hombre que, en su momento, fue de plena confianza de Karina y Javier Milei.

El segundo escándalo involucra a la Agencia de Discapacidad y a su exfuncionario Diego Spagnuolo. En una serie de audios, Spagnuolo menciona supuestos retornos vinculados a laboratorios y sugiere que Karina Milei estaba al tanto de esas prácticas. Si bien en los audios donde se escucha la voz de la secretaria general no hay referencias explícitas a coimas, la sola posibilidad de que una grabación la vincule con esos manejos resulta gravísima. Lo esperable, en términos republicanos, hubiera sido que Karina se presentara de inmediato ante la Justicia para despejar dudas. En cambio, optó por la vía civil: consiguió una cautelar que ordena cesar la difusión de los audios y, en paralelo, el Ministerio de Seguridad denunció espionaje ilegal. En definitiva, la estrategia fue blindar a la hermana presidencial, posponiendo sine die la posibilidad de conocer la veracidad de las grabaciones.

La situación plantea un dilema existencial para Milei. Su entorno le advierte que sostener a Karina -y a su vez al 'Clan Menem'- con el actual nivel de poder y protagonismo que detenta, terminará hundiéndolo en los dos años que le restan de gestión. Desde la oposición, el cálculo es obvio: atacar ese flanco es golpear donde más duele, porque Karina no es solo una funcionaria, sino la hermana inseparable del presidente. Y ya dentro del propio oficialismo surgen voces que sugieren la necesidad de que dé un paso al costado para destrabar una gestión jaqueada por obstáculos autoimpuestos.

Sin embargo, pensar en un Milei desprendiéndose de Karina resulta, al menos hoy, imposible. Ni antes del 26 de octubre, ni después. La relación entre ambos no es meramente política, sino de dependencia emocional. Y esa simbiosis es, al mismo tiempo, la mayor fortaleza y la más peligrosa debilidad del gobierno libertario.

Economía: el frente más crítico

Mientras tanto, la economía corre su propia carrera contra el tiempo. Todo el plan político del gobierno de aquí a las elecciones del 26 de octubre se resume en una obsesión: mantener el dólar pisado. No hay otro objetivo. La tarea recae en el ministro de Economía, Luis Caputo, quien enfrenta un contexto complejo y adverso.

Caputo luis con hombre de barna
El ministro Caputo fue del BCRA por el FMI en 2018 cuando perdió miles de millones de dólares de reservas por querer sostener al dólar.

El ministro Caputo fue del BCRA por el FMI en 2018 cuando perdió miles de millones de dólares de reservas por querer sostener al dólar.

El dólar cerró la semana pasada muy cerca del techo de la banda cambiaria, en 1.465 pesos, apenas a 10 pesos del límite preestablecido en 1.475. El mercado huele sangre: sabe que el Banco Central está carente de divisas y que el margen de maniobra es mínimo. Caputo apuesta a cerrar a contrarreloj un nuevo acuerdo con el FMI que le permita intervenir con fuerza y disciplinar al mercado. El fantasma que lo persigue es el de septiembre de 2018, cuando, al frente del Banco Central, dilapidó más de 12.000 millones de dólares en un par de semanas intentando sostener la divisa, para terminar siendo desplazado bajo presión del propio Fondo.

Hoy quiere evitar esa repetición. Su estrategia pasa por obtener el aval del FMI y, con ese respaldo, salir a buscar fondos frescos en la banca internacional. Pero hacerlo con un riesgo país por encima de los 1.100 puntos básicos es poco menos que una quimera. El contexto político tampoco ayuda: un gobierno debilitado electoralmente es un incentivo más para que los mercados apuesten a una corrida.

Las tasas de interés, aunque en baja, siguen siendo altísimas. Pasaron del 90% a un 40% en cuestión de días, pero el efecto sobre la economía real es devastador: la actividad está amesetada desde hace meses, el crédito escasea y la inversión está congelada. Se trata de medidas coyunturales que buscan enviar señales al mercado, pero que no resuelven los problemas de fondo: una economía crónicamente dependiente de divisas, un Banco Central sin reservas y una inflación que, aunque en descenso, aún erosiona los ingresos de la mayoría.

El Banco Central asegura tener poder de fuego suficiente para frenar cualquier intento de corrida. El mercado, sin embargo, está tentado a probar hasta dónde llega esa capacidad de resistencia. Los próximos cuarenta días serán una pulseada permanente entre el gobierno y los inversores. Pero, gane quien gane en el corto plazo, el lunes 27 de octubre Argentina seguirá atrapada en los mismos problemas estructurales que arrastra desde hace medio siglo.

El panorama no deja de ser paradójico. Milei llegó a la presidencia con la promesa de dinamitar la casta, de barrer con los privilegios y de establecer un nuevo contrato social basado en la austeridad y la transparencia. Poco más de un año y medio después, su administración está entrampada en escándalos, denuncias, derrotas electorales y un frente económico al borde de la implosión. La falta de fusibles, la dependencia de su hermana y la incapacidad de generar recambio político lo condenan a una soledad peligrosa.

Caputo y bausili
Santiago Bausili y Luis Caputo, los hombres que timonean la economía argentina.

Santiago Bausili y Luis Caputo, los hombres que timonean la economía argentina.

En esa soledad, cualquier error —propio o ajeno— se amplifica. Y la oposición, consciente de ello, ajusta su puntería sobre Karina, sobre Caputo y sobre los flancos más débiles de un gobierno que se siente acorralado. Milei podrá gritar contra la casta, pero la política real ya le está mostrando los límites de su experimento.

Un gobierno sin fusibles es, en última instancia, un gobierno rígido. Y en política, la rigidez suele ser la antesala de la fractura. Milei confunde lealtad con inmutabilidad, y cree que sostener a su hermana es un signo de fortaleza, cuando en realidad es la fuente de su mayor vulnerabilidad. La derrota bonaerense, los casos $LIBRA y Spagnuolo, la pulseada cambiaria y la dependencia del FMI son apenas capítulos de una crisis que todavía no alcanzó su clímax. El 26 de octubre marcará un punto de inflexión. Y para entonces, el presidente deberá decidir si sigue aferrado a un esquema sin válvulas de escape o si se anima, aunque tarde, a encender algún fusible antes de que la presión lo consuma todo.

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