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Milei y el dilema del dólar: ¿intervención o dejarlo fluir?

El dólar comienza la semana arriba de los 1.470 pesos. El Gobierno enfrenta un dilema: usar reservas o dejar que el mercado imponga su propio ritmo.

“Y... era lo esperable”. La frase, breve pero contundente, salió de la boca de un reconocido empresario frutícola del Valle de Río Negro al ser consultado por la reciente disparada del dólar, que ya roza los 1.470 pesos por unidad en el pre mercado. Su respuesta fue acompañada por un pedido inmediato: estricto 'off the record'. No quería, ni podía, figurar públicamente. Sin embargo, esa misma reflexión atraviesa hoy a la mayoría de los exportadores regionales, aunque permanezca en silencio. Y no se trata de cobardía: son las reglas no escritas del juego económico y político argentino, donde hablar demasiado puede costar caro.

La visión es compartida: los exportadores de peras y manzanas del Alto Valle se sienten más cómodos con un tipo de cambio en torno a los 1.470 pesos. La competitividad cambiaria mejoró alrededor de un 26% respecto de mediados de junio, lo que los posiciona con un margen más amplio para encarar la próxima temporada de cosecha. El horizonte inmediato parece, al menos desde su perspectiva, algo más alentador. Sin embargo, ese alivio viene acompañado de una cuota inevitable de incertidumbre.

Porque lo que sigue al “era lo esperable” es otra reflexión que se escucha en voz baja: “espero que este nuevo equilibrio en el dólar no impacte en la inflación” o “que no profundice las distorsiones macroeconómicas”. El problema es que, en la Argentina de hoy, ambas aspiraciones difícilmente conviven. Un dólar más competitivo para exportar implica, casi automáticamente, tensiones inflacionarias. Y esas tensiones se trasladan al bolsillo de la gente, donde los salarios, una vez más, vuelven a quedar rezagados.

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La derrota de Milei en Buenos Aires impactó de lleno en los mercados.

La derrota de Milei en Buenos Aires impactó de lleno en los mercados.

La pregunta central es si este escenario podrá sostenerse en el tiempo. Y la respuesta, aunque antipática, parece clara: difícil. La economía argentina está marcada por una volatilidad estructural que se intensifica en contextos políticos cargados de incertidumbre, como el actual, en la antesala de unas elecciones que se presentan como decisivas. Pretender un sendero de estabilidad hasta octubre suena, cuanto menos, ilusorio.

El Gobierno enfrenta, en este punto, un dilema que no admite soluciones fáciles: frenar o no frenar al dólar. Si decide intervenir el mercado utilizando reservas, arriesga un desgaste de un capital que ya es escaso y estratégico. Si opta por dejarlo correr, se expone a que la devaluación se traslade en parte a precios, con el consecuente deterioro en los ingresos de los trabajadores. ¿Habrá un cambio en la política de bandas cambiarias? ¿Se reinstalará un cepo más restrictivo para la compra de dólares por parte de los particulares? Preguntas abiertas que aún no tienen respuesta clara, pero que inquietan a todo el arco productivo.

La experiencia reciente indica que las intervenciones puntuales suelen ofrecer alivios efímeros, mientras que los ajustes abruptos terminan generando más incertidumbre que certidumbre. En este contexto, lo que haga —o deje de hacer— el presidente Javier Milei en los próximos días será clave para definir el rumbo de la política monetaria. No sólo de aquí a las elecciones del 26 de octubre, sino también para marcar la hoja de ruta de lo que vendrá después.

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Economía debe decidir si interviene el mercado cambiario o dejan correr al dólar.

Economía debe decidir si interviene el mercado cambiario o dejan correr al dólar.

Porque el 27 de octubre, gane quien gane y pase lo que pase, se abrirá otra historia. El Gobierno tendrá por delante dos años en los que deberá enfrentar el desafío de ordenar definitivamente la economía, con todas las tensiones acumuladas y con la paciencia social puesta a prueba. La discusión de fondo, entonces, excede a la coyuntura del dólar. Se trata de definir si la Argentina puede, al fin, salir del círculo vicioso de la volatilidad y empezar a construir un sendero de previsibilidad que hoy parece tan lejano como necesario.

Mientras tanto, en los pasillos de las chacras y las cámaras frutícolas del Alto Valle, el murmullo se repite: “era lo esperable”. Una frase que, más que diagnóstico, funciona como síntesis de un país que hace tiempo aprendió a esperar lo inesperado.

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