Eberardo Hoepke, el señor de los bosques cordilleranos

Es gestor, realizador y testigo de proyectos forestales, todo al mismo tiempo.

Don Eberardo Hoepke es un hachero alemán que llegó a Buenos Aires con una motocicleta y 100 marcos escapando de la Segunda Guerra; es un peón rural que no sabía montar a caballo y se las rebuscaba en una estancia santafesina y también es quien luchó contra la desertificación del suelo patagónico y, casi sin proponérselo, cambió el paisaje y dio forma a la hermosísima Villa Lago Meliquina.

Hace más de 50 años, el suelo de la zona estaba profundamente deteriorado por la sobrecarga ganadera. El pastoreo de 30.000 ovejas y la erosión habían dejado huella y Don Eberardo tomó la posta con la misión de convertir ese paisaje yermo en un bosque.

“Ese desafío me encantaba. En total plantamos 8 millones de árboles y hoy tenemos un paisaje totalmente cambiado. Era un paisaje desértico y hoy es un bosque verde”, cuenta en el cortometraje Mamuil Mapu, Tierra de árboles, con el que se lo homenajeó hace unos años atrás.

Tal como asegura el pionero alemán, se forestaron más de 8 millones de pinos, cambiando el paisaje y la potencialidad del lugar. “Así empezó a formarse un pueblito que se llama ‘Villa Lago Meliquina’, hoy tenemos un bosque que no teníamos hace 50 años. Es un bosque implantado que da trabajo”, asegura con su duro tono alemán.

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Junto con su único nieto argentino.

Junto con su único nieto argentino.

Aquí se convirtió en pionero

“Quería salir de Alemania porque la pasamos muy mal durante la guerra. Mi padre falleció, mis tíos fallecieron, la casa fue destruida, pasamos hambre y toda clase de necesidades. Llegué a Buenos Aires con una motocicleta nueva y 100 marcos, ese era todo mi capital”, cuenta frente a la cámara como quien recuerda las peripecias de aquellos días.

No sabía hablar castellano ni andar a caballo, pero sí manejar mi moto nueva”, dice entre risas. Así fue que recorrió el país, trabajó en una estancia de Santa Fe y, allá por la década del 60, conoció el Lacar, la montaña nevada y supo que Neuquén era su nuevo lugar en el mundo. Aquí se convirtió en pionero.

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Don Eberardo y su esposa, según la mirada del gran fotógrafo Elíseo Miciu.

Don Eberardo y su esposa, según la mirada del gran fotógrafo Elíseo Miciu.

Se hace camino al andar

Durante 17 años administró la Estancia Quechuquina, en la margen oeste del lago. Allí instaló un vivero forestal y organizó la explotación industrial de los bosques nativos e implantados porque, tal como cuenta a las cámaras, "desde mi nacimiento me interesaron las plantas, las flores y todo lo que tenía hojas. Buscaba siempre algún trabajo forestal”.

Ya establecido en la zona de San Martín de los Andes, encaró el enorme desafío de levantar un bosque en la estepa. "Empezamos a plantar en la pura arena. Eran faldeos pelados por el viento. Hubo que hacer casitas para afincar a la gente, construir la escuelita y el obrador, trazar caminos... Cada uno de los dueños aportó algo en beneficio de la comunidad que se gestaba", relata Hoepke.

Hoy en día las estancias que conforman Meliquina dan forma a uno de los complejos forestales más importantes de la Patagonia. Tiene bosques implantados con unos ocho millones de pinos con fines maderables que plantó el propio Hoepke.

Es una alegría ver cómo ha crecido. Esto era un desierto y se recuperó totalmente de la erosión. Cuando uno conoce el trabajo que dio este bosque que nació de las semillas traídas de Estados Unidos… Y ahora veo estos tremendos árboles... Uno los quiere como a los hijos”, dice como quien realmente habla de su familia.

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Don Eberardo y su hijo, Bertil. Cada uno con su herramienta de trabajo.

Don Eberardo y su hijo, Bertil. Cada uno con su herramienta de trabajo.

Don Eberardo, según su hijo

“Cuando andábamos de recorrida se veía una manchita verde en medio de la estepa, él decía: ‘Esos son mis hijos verdes’. Comparto padre con millones de arbolitos en Neuquén y Patagonia”, contó hace unos meses Bertil, hijo de Don Eberardo.

En diálogo con LU5 Agro, recordó que “tenía 12 años cuando terminó la guerra, pudo terminar la escuela a duras penas por diversas razones y tuvo la oportunidad de venir a Argentina en el 55. Empezó a trabajar de peón en la estancia de Santa Fe. Trajo una moto que todavía tenemos y 100 marcos, con esos 100 marcos se compró una montura para trabajar de peón”.

“Fue trabajando en diversas estancias en el norte, pero nunca se acostumbró al clima hasta que le ofrecieron un cargo en la estancia de Quechuquina, de La Constancia, y así vino para acá. Ahí se sintió como en el lugar donde se crió, en Baviera”, resume Bertil una vida de película.

Don Eberardo Hoepke es un hachero alemán que llegó a Buenos Aires con una motocicleta y 100 marcos escapando de la Segunda Guerra; es un peón rural que no sabía montar a caballo y se las rebuscaba en una estancia santafesina y también es quien luchó contra la desertificación del suelo patagónico y nos deja un enorme legado: “Tenemos que recuperar los desiertos que hemos creado”.

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