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La California Argentina: el manzanar que deslumbró a Buenos Aires en el siglo XX

En Castelli, provincia de Buenos Aires, a orillas de la Ruta 2, funcionó en los años ‘30 la estancia La California Argentina, con 600 hectáreas de manzanas.

La Ruta Nacional 2, ese camino tantas veces recorrido por los porteños rumbo a la costa atlántica, guarda secretos que el viajero distraído rara vez advierte. A la altura de Castelli, las ruinas de un castillo extraño, de aire europeo y aspecto fantasmal, asoman entre la llanura. No es un capricho arquitectónico cualquiera: fue el símbolo de una epopeya productiva que en la primera mitad del siglo XX transformó a esta localidad bonaerense en la capital de las manzanas de América.

La estancia se llamó La California Argentina, y su historia tiene todos los ingredientes de una novela: un inmigrante visionario, fortunas súbitas, modernidad, un castillo que quiso girar con el sol, inundaciones, decadencia y, finalmente, olvido. Pero durante tres décadas, Castelli fue sinónimo de abundancia, de trenes cargados de fruta que partían hacia Buenos Aires y de un pueblo entero movilizado por la cosecha.

En 1925, Samuel Humberto Levi, un inmigrante nacido en Francia (aunque algunos lo vinculan con Polonia), decidió comprar la estancia La María, en Castelli. No era un hacendado tradicional: su mirada estaba puesta en modelos modernos de producción. Probó suerte con el ajo, pero el intento fracasó. Lejos de rendirse, cambió de estrategia. Importó distintos injertos de manzanos y otras plantas madres desde California y Australia, convencido de que esas tierras bonaerenses podían convertirse en un vergel frutal comparable al norteamericano.

La apuesta era osada. Hasta entonces, la provincia de Buenos Aires había estado dominada por el binomio ganadería-cereales. La idea de una plantación intensiva de frutales a gran escala parecía excéntrica. Pero Levi estaba decidido. Pronto los campos comenzaron a cubrirse de hileras de árboles jóvenes, protegidos por cortinas de álamos que actuaban como barrera contra el viento.

El nacimiento de un imperio de manzanas

La expansión fue vertiginosa. A mediados de los años 30, La California Argentina ya se contaba entre los proyectos frutales más importantes de Sudamérica. Pero fue en la década del 40 cuando alcanzó su cenit: 600 hectáreas de manzanos y otras 1.200 de frutales diversos entre ls que se encontraban distintas especies de carozos y cítricos. Según crónicas locales, hacia 1946 se la consideraba el “manzanar más grande del mundo”.

Los números impresionan incluso hoy: se estima que la producción anual superaba los 15 millones de kilos de manzanas, enviadas en vagones ferroviarios desde la estación Taillade hasta los mercados porteños. “Salían convoyes cargados día y noche, y Castelli era un hervidero de actividad”, recuerdan algunos relatos transmitidos oralmente.

Pero el negocio no terminaba en la fruta fresca. Levi montó una fábrica de sidra con capacidad para dos millones de litros, además de plantas de elaboración de dulces. Botellas con las etiquetas La California Argentina y María Guerrero llegaban a todo el país, alimentando el orgullo productivo bonaerense.

La estancia era una pequeña ciudad. Durante la cosecha de frutas, unos 900 trabajadores arribaban desde distintos puntos de Argentina: santiagueños, correntinos, entrerrianos, chaqueños. Castelli se transformaba en un crisol. Había campamentos de cosechadores, galpones repletos de fruta, carros que iban y venían, y un movimiento comercial que beneficiaba a todos los vecinos.

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El mercado de Abasto, el gran centro de distribución a donde llegaba la manzana de Castelli.

El mercado de Abasto, el gran centro de distribución a donde llegaba la manzana de Castelli.

No era raro escuchar que uno de cada diez habitantes de Castelli había trabajado alguna vez en La California. El impacto social era inmenso: empleos directos, talleres mecánicos, comercios de abasto, y hasta fiestas populares que giraban en torno a la manzana.

Levi no se limitó a plantar árboles. Tenía ambiciones de grandeza. En 1929 mandó a construir un chalet lujoso con campanario y mirador, donde recibía a políticos y empresarios extranjeros con banquetes dignos de la Belle Époque. Y, como si fuera poco, se atrevió a un gesto vanguardista: edificó un castillo montado sobre una base giratoria, pensado para seguir el recorrido del sol durante el día.

La hazaña funcionó apenas una vez —el peso descomunal de la estructura la volvió impracticable—, pero bastó para convertirlo en leyenda. Desde entonces, la estancia no solo fue sinónimo de producción, sino también de innovación y extravagancia.

El contexto nacional y la competencia patagónica

Mientras Castelli florecía, en el norte de la Patagonia se gestaba una historia paralela. Desde la Conquista del Desierto, el Estado había incorporado vastas tierras en Río Negro y Neuquén. A partir de 1920, con la instalación de sistemas de riego, esas tierras áridas se convirtieron en un paraíso frutal.

A diferencia del modelo de Levi, basado en un gran latifundio, el Valle de Río Negro y Neuquén se organizó con pequeños y medianos productores. Para 1930 ya abastecían al mercado interno, y en la década del 40 comenzaron a exportar a Europa y Brasil. La calidad de sus manzanas y peras, favorecida por inviernos más fríos y un clima seco, pronto se impuso. De este modo, la fruticultura patagónica desplazó a la bonaerense en competitividad. La cercanía de Castelli al puerto de Buenos Aires era una ventaja, pero el tiempo jugaría en contra.

Tras la muerte de Levi en 1940, la estancia pasó a manos de los hermanos Jesús y Pedro Moreno, que continuaron con el negocio. Incluso ampliaron las variedades de manzanas, llegando a cosechar, según testimonios de la época, frutos que se acercaban al kilo de peso.

Pero los años 50 trajeron calamidades. Las inundaciones de 1950 y 1955 arruinaron plantaciones enteras. En 1953, un error en el proceso obligó a descartar 600.000 litros de sidra. El costo fue devastador. Al mismo tiempo, la Patagonia consolidaba su dominio en el mercado nacional e internacional.

La combinación de catástrofes naturales, dificultades financieras y competencia externa terminó erosionando el proyecto. En 1964, La California Argentina quebró. Para 1969, los galpones habían sido desmantelados.

Del esplendor al olvido

Lo que había sido un símbolo de innovación y progreso quedó en silencio. El castillo giratorio se deterioró, los caminos se cubrieron de maleza, y los manzanos fueron abandonados. Castelli perdió a su motor económico y, con él, parte de su identidad.

Sin embargo, el recuerdo persistió. En 1959, incluso antes de la quiebra, se creó la Fiesta de la Manzana, que se celebró hasta 1988. Era la manera de mantener vivo un orgullo que había marcado a generaciones. “Uno de cada diez vecinos había trabajado en La California. Nadie podía ignorarla”, afirma el historiador local Daniel Irusta.

Manzana La California fiesta de la manzana
Hasta 1988 la ciudad festejó su fiesta de la manzana.

Hasta 1988 la ciudad festejó su fiesta de la manzana.

Décadas más tarde, la Municipalidad de Castelli adquirió el casco de la estancia. En 2014, se presentó un proyecto de ley para declararla patrimonio histórico nacional. Y en agosto de 2025, en el aniversario de la ciudad, la tranquera blanca volvió a abrirse.

El domingo 24, los jardines del castillo se llenaron de música en un concierto al aire libre. Vecinos y visitantes recorrieron el predio, escucharon historias, vieron las ruinas y recuperaron un pedazo de identidad.

Hoy, La California Argentina no es un manzanar productivo. Es un espacio cultural y turístico, un símbolo de lo que alguna vez fue posible y de lo que la historia transformó en mito.

Epílogo: un experimento adelantado

La California Argentina fue mucho más que un campo con manzanas. Fue un experimento económico adelantado a su tiempo, una apuesta por la diversificación agrícola en la provincia de Buenos Aires cuando todo parecía destinado al trigo y a las vacas. Fue también una demostración de que el campo podía ser modernidad, lujo y audacia.

Su decadencia muestra cómo las dinámicas regionales y los factores climáticos pueden torcer el rumbo de la historia. Pero su memoria, todavía viva en Castelli, recuerda que en el corazón de la pampa hubo un tiempo en que las manzanas fueron reinas, y un castillo se atrevió a girar con el sol.

Fuente: Redacción +P con aportes de del historiador local Daniel Irusta.

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