¿Estamos en la puerta de la hiperinflación?
Junto con Venezuela, Chile y Nicaragua, Argentina es uno de los pocos países latinoamericanos que ha experimentado procesos hiperinflacionarios en su historia. Ahora, ¿está ocurriendo nuevamente?
La semana pasada, el director financiero de Carrefour, Matthieu Malige, aseguró que la empresa “observa una dinámica de hiperinflación en Argentina que se está acelerando. El poder adquisitivo de los consumidores está bajo presión”.
Esta expresión en boca de un empresario que claramente entiende de consumo, de consumo acelerado, de velocidad de circulación de dinero y de precios, levanta una bandera de alerta sobre la palabra más temida en la historia de la economía de Argentina, hiperinflación.
Los temores tienen asidero, los argentinos sabemos de qué hablamos cuando hablamos de hiperinflación y ver indicadores de dos dígitos mensuales o proyecciones de 130/150% anual trae recuerdos de un pasado no tan lejano.
Historia conocida
El economista Juan Pablo de Pablo hizo hace unos días un recuerdo tremendo. “Tuvimos la hiperinflación desatada durante el segundo trimestre de 1989, y las que surgieron a comienzos de 1976, 1990 y 1991 que, estadísticamente, no fueron tan significativas como la de 1989, pero porque fueron abortadas antes. Algunos países europeos en la década de 1920, China a fines de la década de 1940 y Bolivia a mediados de la década de 1980 experimentaron catástrofes similares”.
Los argentinos sabemos de hiperinflación. Hace 30 años, de hecho, la situación en materia de precios era aún peor: el Índice de Precios al Consumidor (IPC) llegó a registrar un alza del 3.079% anual en 1989 y de 2.314% al año siguiente, en medio de una grave crisis financiera y, consecuencia directa de lo anterior, altos niveles de pobreza entre su población.
Sólo cinco años después, durante el segundo período presidencial de Carlos Menem, el IPC se redujo hasta el 0%. ¿Qué hizo Argentina en ese momento para contrarrestar la hiperinflación? Por aquellos días, el entonces ministro Domingo Cavallo instauró el famoso "uno a uno" por ley.
Pasamos de una economía cerrada, con alta inflación y muy protegida, a una economía abierta, privatizada y con muy baja inflación. Hay quienes lo recuerdan como el paraíso en la tierra, pero quizá no recuerdan que el modelo entró en problemas a partir de 1996. El “uno a uno” que -incluso con deflación- parecía exitoso poco a poco comenzó a mostrar sus primeras fisuras.
Entre los expertos hay cierto consenso en que hay varias razones que explican el colapso, pero coinciden en que los "shocks externos" jugaron un papel clave. La crisis asiática, la devaluación rusa y la de Brasil, de 1999, impactaron de forma contundente sobre la caja de resonancia que era el país.
De este modo, Argentina fue el único latinoamericano que para sobrevivir al caos de los 80 utilizó como "ancla rígida" el dólar a través de su paridad cambiaria. Cómo terminó ese proceso es historia conocida: estallaron las protestas sociales y los saqueos, que terminaron por provocar la renuncia del presidente Fernando De la Rúa, abriendo una crisis política e institucional sin precedentes. Ante esta compleja situación, a comienzos de 2002 se puso fin a la paridad entre el dólar y el peso, entre otras medidas como la "pesificación" de los depósitos en dólares. Y así los argentinos pasamos de la deflación a la inflación, y la pregunta por estos días es si estamos llegando a las puertas de la hiperinflación.
Tan lejos, tan cerca
¿Cómo sabemos si los habitantes de un país padecen hiperinflación? Para responder esta pregunta nos remontamos a 1956. Ese año, Philip David Cagan, profesor emérito de Economía en la Universidad de Columbia, publicó una monografía titulada La dinámica monetaria de la hiperinflación, basada en las experiencias hiperinflacionarias sufridas por Austria, Alemania, Grecia, Hungría, Polonia y Rusia. El episodio más conocido es el de Alemania, donde durante la primera quincena de noviembre de 1923 los precios al consumidor aumentaron 20% por día. Ese indicador retumba más si tenemos en cuenta que en julio de 1989 los precios al consumidor subieron 4% por día en nuestro país.
Cagan postulaba que un evento inflacionario se definía a través de un indicador numérico: Un país sufre hiperinflación si durante cierto período la tasa de inflación supera 50% mensual (1,5% equivalente diario). La cifra que estableció el profesor de la Universidad de Columbia es frecuentemente tomada como referencia.
Por su parte, Steve Hanke, académico de la Universidad Johns Hopkins y una autoridad mundial en la materia, aseguró que, "por convención, la profesión económica acepta que existe hiperinflación cuando la tasa de inflación supera el 50% mensual".
Hanke, quien también es director del Proyecto sobre Divisas en Dificultades del Instituto Cato, un centro de investigaciones en la capital estadounidense de tendencia conservadora aclara que "una inflación de 50% mensual, si se calcula de forma anualizada, llegará a cerca de 13.000% al año".
Sin embargo, hoy la cuestión se mira también desde otra perspectiva: la evolución de la oferta y la demanda de dinero. Desde este ángulo, la hiperinflación se ausculta a partir de saber que la población huye de manera significativa de la demanda de moneda local, tanto en efectivo como en depósitos denominados en la referida moneda. No es un criterio numérico y, por consiguiente, está sujeto a mayores polémicas y menos respuestas contundentes a la pregunta inicial: ¿Estamos en un proceso hiperinflacionario?
Entonces...
Para saber cuán cerca estamos de este precipicio tan conocido, quizá lo mejor es alejarse de la academia y mirar alrededor, como seguramente hizo Malige: ¿Las tiendas cambian sus precios varias veces por día?, ¿vemos repositores remarcando mientras recorremos pasillos de supermercados?, ¿compramos bienes durables que quizá no necesitamos tanto?, ¿se prefiere gastar en pesos y ahorrar en dólares?
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