Un nuevo acto para intentar renovar la esperanza
Un factor clave para consolidar los procesos democráticos es la confianza. Argentina, como muchos otros países occidentales, deben trabajar para reconstruir esta relación entre ciudadanos y gobernantes, que hoy está muy erosionada.
Los griegos de la antigüedad asumieron hace siglos que eran ellos mismos, sin esperar intermediaciones divinas, los responsables de resolver sus dificultades y de construir sus propios proyectos de futuro. Y a través de esta humanización de los problemas y de sus soluciones, nace la política.
Tomaron las riendas de su destino y se convirtieron en los protagonistas de la historia. Sustituyeron, con mucha audacia para aquellos tiempos, a los grandes Dioses que veneraban por su futuro.
En la actualidad, la democracia, la menos mala de las formas de gobierno conocidas, se asocia fuertemente a la confianza existente entre los gobernantes y sus gobernados.
Esta afirmación suele interpretarse como que los ciudadanos deben confiar en sus representantes, pero existe otra cara de la moneda. Los referentes que se presentan para ser electos en los puestos de conducción de un país también deben presentar la virtud de ser confiables para sus ciudadanos.
En la Argentina -y por que no decir en gran parte de las democracias del mundo occidental- está conexión está muy erosionada. La desconfianza es la que prima en nuestra sociedad, pese al esfuerzo de los referentes políticos por modificar esa realidad.
En este contexto de debilidad, aparecen soluciones alejadas del verdadero espíritu de la democracia, aunque sean avaladas por victorias electorales, basadas en posiciones populistas, nacionalistas o supuestamente progresistas.
Es una realidad que la Argentina está empezando a perder confianza en este sistema, en gran medida por los constantes escándalos de corrupción, la falta de respuesta a los problemas básicos que tiene la población, y la desconexión existente entre el discurso y los hechos en los diferentes gobiernos. Pero éste es nuestro sistema y es sobre el que tenemos la obligación de trabajar para mejorarlo. La falta confianza -que está íntimamente relacionada con la apatía- se reflejó en las últimas elecciones provinciales, donde se observó que la suma de ciudadanos que no concurrieron a las urnas, votaron en blanco o sufrieron una impugnación, se ubicó en torno al 40% del padrón electoral.
En poco tiempo más la democracia en la Argentina cumplirá 40 años, y son variados y muy profundos los problemas pendientes que tiene el sistema con nuestra sociedad. Claramente no se pudo cumplir con las expectativas de un nuevo ciclo que se inicio en aquel 10 de diciembre de 1983.
Sin lugar a dudas los nuevos líderes de la democracia, que estarán al frente del país a partir de diciembre, deben hacer una apuesta profunda por cambios de fondo y forma, con el fin de recuperar la senda del único sistema que protege las libertades individuales y la propiedad privada, y así evitar la propagación de peligrosos liderazgos que, a través de las urnas, consoliden proyectos que nos desvíen del camino planteado para el progreso económico y social de la ciudadanía.
Un síntoma en toda Latinoamérica
Los problemas que emergen en la Argentina con la democracia, no son propios del país. Gran parte del mundo occidental esta sufriendo la falta de respuestas ante una sociedad cada vez más demandante.
“El apoyo ciudadano a la democracia en América Latina” es el más reciente estudio sobre el tema. Fue editado por Diálogo Político en conjunto con LAPOP Lab de la Universidad Vanderbilt (Estados Unidos). Este artículo hace una síntesis del análisis sobre la opinión de los latinoamericanos en relación a la democracia a partir del Barómetro de las Américas. Los resultados graficados, son elocuentes.
La estadística refleja algunos puntos que son llamativos. A simple vista surge el caso de El Salvador, país que tiene una alta aceptación de la democracia con un gobierno duro como es el de Nayib Armando Bukele, catalogado por muchos organismos de derechos humanos como un régimen autocrático.
Argentina se encuentra en el lote medio con una aceptación del sistema del 43%, en línea con la apatía observada en las últimas elecciones provinciales. No es una buena señal.
Es llamativo que dos países como Chile y Perú tengan tan pocas adhesiones. Claramente los factores económicos -tomando estos casos- no están positivamente ligados a la percepción democrática.
El estudio detalla que, en particular, se identifica un decrecimiento gradual pero decisivo en el rechazo a los golpes de Estado por parte del Ejecutivo y en la confianza en las elecciones. Este declive democrático es consecuencia de experiencias negativas de los ciudadanos con sus gobiernos, especialmente alrededor de la corrupción y el deterioro económico.
Según datos de fines de 2021, la mayoría de los ciudadanos en América Latina y el Caribe apoyan la idea abstracta de democracia. El 61% de los ciudadanos de la región consideran que la democracia es la mejor forma de gobierno pero que existen deudas del sistema para con la población. Se evidencia una fuerte erosión en el apoyo democrático si se lo compara con los porcentajes registrados en 2004.
A nivel individual, expresan menores niveles de apoyo a la democracia quienes se encuentran en los niveles socioeconómicos y de educación más bajos, aquellos que fueron víctimas de la delincuencia y de la corrupción, las personas que tuvieron experiencias económicas negativas y quienes no aprueban al gobierno. El estudio refleja que existe un aparente compromiso con la democracia como idea, pero por detrás existen señales preocupantes que sugieren un deterioro en la legitimidad democrática.
La erosión al apoyo a la democracia y la insatisfacción con este sistema, destaca el informe, vienen acompañadas de una disminución en el rechazo a retrocesos democráticos como golpes de Estado por parte del Ejecutivo o golpes militares. La mayoría de los individuos en Latinoamérica se encuentran en contra de estas medidas antidemocráticas.
En definitiva, lo que se observa es que la insatisfacción democrática es la norma y no la excepción.
Hoy se vota en el país y el acto eleccionario puede ser una nueva oportunidad para intentar cerrar esa brecha existente entre la confianza y el sistema.
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