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Cada vez hay más viñedos respetuosos de la naturaleza

Surge una nueva tendencia que busca proteger los paisajes, así como los ecosistemas locales. Las plantas que mueren dejan sus espacios vacantes.

Un movimiento importante viene cobrando fuerza en materia de viñedos: las plantaciones respetuosas de la naturaleza que estaba antes de la llegada de las viñas. El aspecto de estas nuevas plantaciones está lejos de ser una postal racional, como el viejo damero, y en su diseño ofrecen una estética completamente inusual con curvas e islas de vides entre la vegetación nativa.

Donde quiera que haya un pequeño bosque de chañares, por ejemplo, se respeta esa franja de naturaleza. Si hay un corredor que sirve para conectar dos áreas verdes, allí no se planta ni desmonta. Y si se trata de recuperar espacios naturales en un viñedo antiguo, en la medida en que las plantas mueren nadie se ocupa de plantarlas, de forma que se recupera en ese espacio la flora y fauna nativa.

Si para muestra basta un botón, sólo este año he asistido a la plantación de tres fincas en ese sentido. Uno, el flamante viñedo Désiré, de Bodegas CARO, el joint Venture entre las familias Catena y Rothschild, en San Pablo, Valle de Uco. El nuevo viñedo en la zona de Monasterio en Gualtallary, Tupungato, diseñado y plantado por vinos Raquis. Las nuevas plantaciones en Valle de Azul que lleva adelante Casa Pirque en Río Negro, al pie de la barda. Estos viñedos, lejos de ser excepciones, son la nueva regla.

A este respecto, en la presentación de Désiré, Saskia de Rothschild, hoy al frente del negocio vitícola de la legendaria familia de burdeos, me decía que también en el famoso viñedo de Pauillac del que proviene Lafite, “estamos armando una serie de corredores biológicos. Para eso, resignamos hectáreas de viña para darle vida al viñedo”. En el caso del viñedo Désiré, plantan la viña siguiendo un dibujo que deja esos mismos corredores, por lo que adquiere una forma irregular.

La idea es interesante. En el fondo propone una búsqueda de identidad gustativa reforzando la naturaleza que es parte activa de ese sabor. Facundo Impagliazzo, responsable vitícola de Raquis, lo pone blanco sobre negro: “nuestro viñedo de Monasterio será el primero en Argentina en que no haremos desmonte alguno. Nuestra idea es que las plantas del lugar aporten al sabor del vino y para eso hemos plantado intercalando la vid con la flora nativa”, dice. El viñedo en cuestión, en plena plantación por estos días en una de las cerrilladas de Gualtallary, luce igual a cuando no había allí viña. Incluso las mangueras de riego van enterradas para que no se vean.

Ahí hay una idea poderosa, que excede lo meramente paisajístico. Es la búsqueda de un sabor que convive y se nutre de una naturaleza que, por ello mismo, pasa a ser una aliada a la que hay que comprender antes que una enemiga a domesticar. Ese cambio de paradigma es un giro copernicano.

Regenerar para dar sabor

Del otro lado de la cordillera, en Isla de Maipo, el año pasado asistí a uno de esos cambios de paradigma. Viña Tarapacá, histórica en la región, decidió dejar la viticultura convencional y virar hacia una orgánica. El cambio no parece significativo, a no ser por un punto clave: son 611 hectáreas en los faldeos de la Cantillana, una reserva natural lindante con el viñedo.

“Decidimos no plantar más viña donde podíamos recuperar la flora nativa y dejamos corredores biológicos que conecten las distintas áreas del cerro de forma que pájaros, zorros y roedores pudieran tener un camino seguro para desplazarse”, me explicó Sebastián Ruiz, enólogo de la casa. El Valle Central es rico en una biodivesidad que la agricultura y la presión demográfica están consumiendo. Tarapá inició el cambio empezó en 2020 y para 2022 los pájaros habían vuelto a la zona.

De este lado, una compañía como Argento, desarrolla su Matriz Viva, un proyecto de investigación y agricultura regenerativa que persigue los mismos objetivos en su viñedo de Agrelo, Luján de Cuyo. Visto de arriba, la finca está lejos de ser homogénea en su disposición y tiene islas de flora nativa entreverada.

Estos dos ejemplos sirven para demarcar un escenario de concientización y están lejos de ser únicos. Las motivaciones podrían ser muchas, pero la fundamental es el vino.

El sabor cambia

Hay varios estudios en el mundo que explican la interacción aromática del vino con su entorno. Los avances en viticultura regenerativa, además, vinculan la vida subterránea con ese mismo efecto. Es algo difícil de ponderar para los consumidores, pero que ofrece sutilezas y matices que suman energía al vino.

Podría sintetizarse en este desplazamiento: un viñedo con vida ofrece un vino con más energía y sabor. Como catador aún no he encontrado una explicación satisfactoria a este asunto, pero puedo comprobar que, cuando hay pájaros y animales en un viñedo, es porque hay insectos y hierbas de las que alimentarse. En suma, vida más allá del viñedo. Casi siempre esos vinos son más interesantes y vibrantes.

Por eso, estas nuevas plantaciones ofrecen un camino interesante. Lejos de la maximización del lucro –que lo persiguen, desde ya– están ponderando la variable de identidad y sabor a través de un marco natural. Claro que cambia la escala del negocio. Pero puestos a elegir es un mejor camino.

>> Decidido avance por los orgánicos

Según los datos publicados por Wines of Argentina, en 2021 se cosecharon 9.300 hectáreas de vid certificadas como orgánica en el país, lo que representa el 4,4% del total de viñedos. En 2021 la superficie cultivada de vid orgánica aumentó un 76% respecto a 2012 y un 27% respecto a 2020.

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