Milei

El campo respaldó el rechazó de Milei a las propuestas de la ONU

Mayoritariamente el sector del campo respaldó las recientes críticas del presidente Milei en la ONU durante su visita a los Estados Unidos..

El reciente rechazo del Presidente Javier Milei al ostentoso Pacto para el Futuro 2045 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), fue exageradamente criticado por algunos pero, en simultáneo, trajo mucho alivio a muchos que, viendo un poco más allá, sentían un avance de injerencia internacional en las políticas públicas locales, y la habilitación “nominal” a una nueva serie de paraarancelarias del siglo XXI al comercio.

Buena parte del campo, que ya había manifestado su alerta, o su abierta oposición a la Agenda 2030 que, de alguna manera quedó subsumida en este nuevo Pacto de la ONU, se sintió inmediatamente alineada entonces con la decisión presidencial, a pesar de las controversias.

Por supuesto que la mayoría de postulados enarbolados por la organización internacional son indiscutibles (combatir la pobreza, el hambre, más educación, etc.), es algo que todos los países buscan y aquellos que son “políticamente correctos” no se animan a criticar. Pero Milei ya demostró sobradamente que no siempre está de acuerdo con “las mayorías”, que las imposiciones no le gustan y que, finalmente, es un “libertario” confeso, con algunas limitaciones, pero libertario al fin.

Seguramente por eso no le importó demasiado quedar “del otro lado” de las mayorías (los 143 países que suscribieron el documento), ni aparecer junto al puñado que rechazó la declaración y que, para colmo, están en la vereda opuesta de la actual Argentina, políticamente hablando, tal el caso de Venezuela, Nicaragua, o Rusia, entre algunos otros.

Tal vez hasta pensó que le venía bien aparecer votando en disidencia con los países a los que la oposición local habitualmente le critican un “alineamiento” irrestricto, tal el caso de Israel, o los Estados Unidos. Es decir, un extraño (y difícil) ejercicio de independencia entre “propios y ajenos”, o una forma de estrategia para consolidar un incipiente liderazgo internacional, extrafronteras, muy osado para un país potencialmente grande, como Argentina, pero económicamente muy chico y devastado.

Más allá de los objetivos presidenciales, no son pocos en el mundo los que critican a los organismos internacionales por su alejamiento de las bases que les dieron origen; por la exagerada y costosa burocracia que los domina (y que busca retroalimentarse en forma permanente), y por la falta de utilidad de muchas de sus recomendaciones, cada vez más alejadas de los problemas concretos de los países. Y la ONU no es la excepción, igual que el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, y otro medio centenar de organizaciones que subsisten de los aportes -cuantiosos-de los países miembro y delinean políticas generales que parecen depender más de los intereses políticos de turno, que de las necesidades reales.

Desde este punto de vista, era natural que Milei no votara a favor. De todos modos, después de la efervescencia inicial, todo se fue diluyendo en la cotidianeidad, y probablemente quedará la Declaración del Pacto solo como eso, y como tantos otros antes. “La Agenda 2030 no es para nosotros”, sostuvo recientemente un dirigente nacional del campo, exteriorizando el rechazo del sector.

Es que al reflotar los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable publicados por la misma ONU hace 9 años atrás, la ahora famosa Agenda 2030, solo demostró que no funcionó. Fue tan poco aplicable que los propios países que la suscribieron entonces no la cumplieron, y hoy la situación ambiental que ostentan es peor a la de entonces, especialmente, en el Hemisferio Norte.

Es que a pesar de que todos los objetivos eran loables, como bajar la pobreza, mejorar la educación, o el avance de la industria, innovación e infraestructura, nada de todo eso funcionó, en buena medida, porque eran todos objetivos genéricos, muy obvios. Según varios analistas internacionales, el Pacto para el Futuro 2045 es un “refresh” de aquella Agenda 2030, admitido por la propia ONU, ahora con una versión actualizada, pero no mucho más que eso (aunque fue lo suficiente para volver a tener algún protagonismo, aunque sea brevísimo).

Desde el campo, mientras tanto, sostienen que “al fin se ha dejado de comprometer a toda la producción nacional en mezquinos intereses comerciales, que nos atarían de pies y manos en el futuro”, como afirma un grupo de sociedades rurales bonaerenses. La cuestión para muchos es que las “recomendaciones internacionales” están dictadas desde el Hemisferio norte “y para ellos. No reflejan nuestra realidad, ni nuestros problemas”, afirman con bastante sospecha de que, nuevamente, en el interlineado del Pacto, se escondan paraarancelarias, que limiten y encarezcan la producción local, restándole competitividad, como ya intentaron (sin éxito) en los '90 con la ingeniería genética, mientras que ahora el estandarte parece ser un ambientalismo que la mayoría de los países desarrollados declama, pero no cumple (porque no quieren, y/o porque no pueden).

En ese plano, Argentina es un gran competidor, y lo será mucho más si finalmente se liberan las fuerzas productivas. De ahí que alrededor del Ejecutivo minimicen las controversias por la posición argentina en la ONU, más aún, cuando varios de los propios líderes de los países desarrollados, dieron muestras de dar por superada la situación, y con el pragmatismo y la velocidad que le exigen los problemas concretos diarios, optaron por poner sus agendas en otra cosa.

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