Historia

La gran historia de Bautista Molina, el pionero del azafrán en el Valle

Entre escaleras, frutales y azafrán, asi transcurrio la vida de este inmigrante español asentado en Cinco Saltos. Hombre inquieto, trabajador y amante de su chacra en el Valle.

Bautista Molina llegó al Valle desde España cuando tenía 16 años, había nacido en 1902 en el sur, cerca de Alicante, en un pueblo en las montañas de unos 1000 habitantes que se llama Alcalalí, un municipio de la Comunidad Valenciana, perteneciente a la provincia de Alicante. Era la época del Territorio Nacional en la Colonia La Picasa, hoy Cinco Saltos, cuando llegaron varios inmigrantes europeos, especialmente ingleses, españoles e italianos, que venían en busca de un futuro mejor en el sur argentino.

Para ese entonces ya estaban instaladas las obras de riego y el Dique Ballester, y gran parte de estos inmigrantes venían a trabajar en la actividad agrícola, en las chacras de peras, manzanas y otros cultivos. Este fue el caso de Bautista Molina, que llegó a Cinco Saltos en 1924 y comenzó a trabajar como peón en un establecimiento. También había llegado a la zona desde España, la mujer que más tarde sería su futura esposa y madre de sus tres hijos.

Un futuro prometedor

Juan Molina hijo de Bautista, nos cuenta desde su ciudad natal que, con el tiempo, su padre escaló socialmente, algo que en la época era perfectamente posible basándose en trabajo y esfuerzo. Pudo comprarse una chacra pequeña y luego comenzó a fabricar escaleras y recolectores para fruta, bajo la marca Bautista. Probablemente, muchas de esas escaleras de madera se encuentran aún en diferentes chacras de la zona.

La fábrica duró hasta 1994 aproximadamente, momento en que decidió venderla. En diálogo con +P, Juanito aseguró que su padre en ese entonces “ya tenía 80 y pico de años, o sea, estuvo en las mejores épocas de la fruticultura”, reconoce.

Bautista con sus tulipanes (con Teresa y Sara , su consuegra)
Bautista con sus tulipanes (con Teresa y Sara , su consuegra). Foto: familia Molina

Bautista con sus tulipanes (con Teresa y Sara , su consuegra). Foto: familia Molina

Bautista “siempre fue muy inquieto, muy dedicado a la sociedad, a las novedades”, describe su hijo de profesión bioquímico. “Aparentemente, alguien le comentó por ahí en un curso del INTA, que sería bueno hacer las espalderas para la manzana”. El manzano antes era abierto y se sostenía con unos puntales que contenían las ramas para que el peso de las manzanas no las partiera. Por eso Bautista se puso manos a la obra a fabricar espalderas.

“Mi padre tenía una quinta hermosísima como todos los españoles, italianos y franceses que tenían sus quintas, sus animales”, afirma Juanito sobre lo que era la economía de subsistencia que estaba asegurada en la chacra de unas siete hectáreas. También reconoce personalmente que hoy extraña ese entorno y su estilo de vida, momentos que recuerda con mucho cariño.

La experiencia con el azafrán

En la primera mitad del 1900 la economía argentina y la del Alto Valle eran diferentes, la fruticultura por ese entonces funcionaba bien, pero después los rendimientos comenzaron a disminuir por diferentes motivos. “Yo recuerdo que a partir de los años 70 mi padre me decía que no rendía la fruta como antes”, cuenta con relación a la crisis de la fruticultura que con el tiempo se fue agudizando, sobre todo para los pequeños y medianos productores.

En este contexto, Juanito nos cuenta que su padre siempre tenía presente que en España se cultivaba el azafrán y que tenía la esperanza de cultivarlo en la zona, por lo menos de experimentar. Así fue que en la década del 60 Bautista consiguió unos bulbos de azafrán en Buenos Aires y comenzó con su propia plantación.

“Con gran sorpresa, mi padre se dio cuenta de que tenían buen rendimiento, las plantas crecían vigorosas y daban flores… Hay que tener en cuenta que el azafrán es una plantita pequeña de 15 0 20 cm de alto y da unas flores violetas hermosas”, explica Juanito.

Con sus dos amores, España y Argentina
Con sus dos amores, España y Argentina. Foto: gentileza "Juanito" Molina.

Con sus dos amores, España y Argentina. Foto: gentileza "Juanito" Molina.

Un lujo trabajoso

Las flores son las que se deben cosechar a mano al amanecer antes de que se abran completamente y cada flor tiene solo 3 estigmas rojos, que se recogen uno por uno. La cosecha debe ser rápida para conservar el aroma y color del azafrán. Para obtener 1 kilo de azafrán seco, se necesitan entre 150.000 y 200.000 flores. Esto explica el alto precio de este condimento.

Al ver que se daba bien en la zona, Bautista comenzó a aumentar su producción, y si bien lo hacía como un hobby, vendía a otros lo cosechado. “Llegó un momento en que tenía un espacio grande, de 30 por 50 dedicados exclusivamente al azafrán”, cuenta su Juanito, que es el hijo del medio.

“Los bulbos son similares a los bulbos de los gladiolos y los tulipanes, son de esa familia. Se tienen que plantar en octubre porque la planta nace durante el verano y en abril dan flor”, explica, por eso en esa época se hace la cosecha del azafrán, porque ya en mayo la planta se seca y hay que sacar los bulbos para volver a plantarlos en octubre.

Bautista Molina, con su esposa y nieto Martín
Bautista Molina, con su esposa y nieto Martín. Foto: familia Mollina.

Bautista Molina, con su esposa y nieto Martín. Foto: familia Mollina.

Bautista llegó a tener 20 o 30 cajones cosecheros llenos de bulbos “una cantidad inmensa”, afirma Juanito y agrega que su padre “repartió bulbos por todos lados. Inclusive, en algún momento se enteraron de la provincia de Neuquén de este tema y lo vinieron a visitar”. Ahí fue que le propusieron ir a la zona de Chos Malal con frecuencia para contar su experiencia y realizar un seguimiento. Por diferentes motivos, lo de azafrán en el norte neuquino no prosperó, pero Bautista continuó con su producción pasados sus 80 años.

A la chacra finalmente la vendió cuando tenía 86 años, cuando por cuestiones de salud y comodidad se tuvo que mudar al pueblo. Su activa vida social lo llevó a formar parte de cooperativas como La Estrella y Saturno y a ser presidente en varias oportunidades de la Asociación española, hasta que finalmente falleció en el año 2000 a la edad de 92 años.

Hoy, el recuerdo de Bautista Molina florece como aquellas flores violetas que cuidó con tanto esmero. Su vida es testimonio de una época en la que el trabajo, la curiosidad y el amor por la tierra podían convertir un rincón del Alto Valle en un pequeño jardín de sueños. El ejemplo de hombres como él sigue echando raíces en la memoria de quienes saben que el verdadero fruto de una vida está en lo que deja sembrado.

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