Argentina

Argentina, ¿Otra vez, la gran promesa para el mundo?

Argentina, con baja densidad poblacional, escaso porcentaje de industria pesada, y una producción agropecuaria extensiva, es casi una “rareza” a nivel mundial.

Cuando el economista inglés Thomas Malthus (1766-1834) esbozó su famosa teoría, en la que afirmaba que la población se duplicaba cada 25 años, es decir, aumentaba en progresión geométrica, presentando un crecimiento exponencial, mientras que la producción lo hacía en forma lineal; presupuso la “irremediable” ocurrencia de una gran hambruna mundial debido al vertiginoso crecimiento de la población, que superaría en forma inevitable, la cantidad disponible de alimentos.

El vaticinio causó lógicas alarma en el mundo dado que, por esta carencia de comida, se preveían también guerras y terribles epidemias.

En aquel momento, el clérigo y demógrafo no consideró, sin embargo, la creatividad del hombre, y su sorprendente capacidad para encontrar respuestas, y soluciones, a los problemas más intrincados.

El resultado fue que tal cosa nunca ocurrió, y la gran Teoría de Malthus terminó siendo un fracaso y, si bien sigue habiendo sectores de la población mundial que sufren escasez de alimentos, la situación no se da por déficits en la producción, sino por problemas de distribución, que tienen más que ver con la falta de políticas adecuadas. Tanto es así que muchos países, incluyendo la Argentina, “desperdician” cantidades alarmantes de comida por mala manipulación, falta de redes de frio, o simplemente por falta de conciencia sobre lo que implica “tirar” comida.

Por supuesto que 250 años después, la amenaza ahora no pasa por la probabilidad de hambrunas, cada vez más acotadas, sino por el deterioro del ambiente, tema sobre el que se levantan las voces más airadas, aunque aún son pocas las políticas de fondo para, primero, frenar el aumento de la contaminación y, después, comenzar la recuperación “real” del ambiente.

El tema es “transversal” a casi todos los países, ya que los más pobres causan, por necesidad y por desconocimiento, una serie de daños, muchos de los cuales podrían ser evitables; mientras que los países más ricos, mantienen sus niveles de deterioro y contaminación, solo por que no quieren asumir los costos de cambiar sus plantillas industriales, como ocurre con varios miembros del G7 (los países más desarrollados del mundo). Hay, además, un caso intermedio que es China, de fuerte crecimiento industrial y tecnológico en las últimas décadas, pero que mantiene algunas condiciones de producción arcaicas, como la muy contaminante utilización del carbón fósil como fuente de energía, cambio que ya planteó hace unos años atrás, y que comenzó a hacer efectivamente.

Pero, ¿Qué rol se le asigna la Argentina en este complejo contexto? Pues bien, a pesar de los embates de muchos ambientalistas en el mundo tratando, como el tero, de “distraer” sobre las verdaderas causas graves de contaminación ambiental que no pasan, justamente, por el meteorismo de las vacas, ni cosa que se le parezca, y que ponían al campo casi en el banquillo de los acusados, las cosas comenzaron a revertirse. Por caso, comienza a hablarse cada vez más sobre el transporte (carretero y aéreo), que siguen utilizando combustibles fósiles no renovables, y también los grandes centros de industrias tradicionales “pesadas”, siderúrgica, metalúrgica, etc. que deben desde hace décadas, cambiar sus plantillas industriales, pero que resisten hacerlo, como los causantes de los mayores porcentajes de la contaminación mundial.

En el extremo casi opuesto, la Argentina, con una muy baja densidad poblacional, escaso porcentaje de industria pesada, y una producción agropecuaria más vale extensiva, con una ganadería mayoritariamente “a pasto”, constituye casi una “rareza” a nivel mundial, que comienza a ser observada como la gran reserva generadora de oxígeno que posee, además, grandes reservorios de agua dulce, que el mundo va a requerir cada vez más.

Por supuesto, que si reviviera Malthus, probablemente sería “apocalíptico” respecto al tema ambiental (como otros varios), y tampoco consideraría los espectaculares avances tecnológicos que se suman día a día, y que apuntan en el caso del campo, a las producciones más “limpias”, tanto de alimentos, como de fibras vegetales, maderas., etc.

La sustitución de materiales de envases y construcción, y el reciclado; las semillas “inteligentes”; el uso cada vez menor y más eficiente de agroquímicos (con identificación láser, microgota, y nano gota); la fuerte irrupción de la agricultura regenerativa con cultivos de cobertura; el monitoreo permanente de los cultivos mediante drones y otros sistemas que no utilizan combustibles o energía convencional; las experiencias con láser para controlar malezas sin aplicar herbicidas; la transgénesis (ingeniería genética) para obtener plantas cada vez más resistentes y aptadas a las contingencias climáticas, los cambios en las formas de trabajo y aprovechamiento de los suelos; el manejo estricto y eficiente del agua, y toda una batería de técnicas nuevas que irrumpen en forma permanente, ponen al país en uno los lugares de privilegio a nivel mundial, entre otras cosas, porque Argentina parte de un piso muy bajo de daño que le permite revertir la situación casi en todos los casos, a diferencia de los que pasa en otras regiones, como buena parte del Europa, prácticamente obligada solo al paisajista por la imposibilidad “ambiental” de seguir produciendo dada la muy alta contaminación y deterioro ambiental alcanzado.

Sin embargo, muchas de todas estas posibilidades seguirán frenadas si no se adoptan medidas concretas que garanticen, por ejemplo, la propiedad privada, y más aún, la propiedad intelectual, uno de cuyos conflictos más reciente se vuelve a registrar con la más que postergada (lleva 20 años de atraso) Ley de Semillas, que asegure el derecho de propiedad de las nuevas obtenciones vegetales (que incluye también arboles frutales, forestales, y otras formas vegetales de producción comercial y medicinal), y los avances tecnológicos de procesos cuyos desarrollos insumen fuertes inversiones.

El déficit del país en esta materia, y que algunos todavía resisten, hace que la Argentina hoy esté a la cola, por ejemplo, de Brasil, en materia de cultivos anuales como la soja; o que no cuente con las obtenciones vegetales más modernas en materia de frutales, como sí ocurre en Chile, por citar solo un par de casos bien cercanos.

También la ganadería a pasto o semi, es parte de la solución, no del problema; la extraordinaria posibilidad de obtención de fibras naturales (animales y vegetales) que hay gracias a la variedad de climas y de suelos; las mieles monofloras; los productos orgánicos; las granjas marinas en el amplísimo litoral patagónico, etc., etc., etc. Una increíble cantidad de opciones, casi sin competidores en la mira, y que en la medida que sigan creciendo las exigencias de cuidado ambiental mundial (desplazando, de una vez, a las energías fósiles más contaminantes), van acercando ca del más a la Argentina a pole position en la materia, con la única limitación de que se debe asegurar el cumplimiento de la ley, y el respeto a la propiedad.

No parece demasiado para volver a derrotar a Malthus…

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