Cómo se puede frenar a las cotorras: soluciones que ya muestran resultados
El Valle de Río Negro y Neuquén debería empezar a encontrar respuestas claras para frenar el daño que generan las cotorras en la producción.
Por décadas, las chacras del Alto Valle de Río Negro y Neuquén fueron sinónimo de abundancia: hileras interminables de peras y manzanas, frutales de carozo que aromaban la primavera, y nogales y almendros que completaban la postal productiva más emblemática de la Patagonia norte. Sin embargo, desde hace algunos años, esa imagen se encuentra cruzada por nuevos protagonistas que está alterando el equilibrio económico y ecológico de la región: las cotorras.
Lo que alguna vez fue un ave simpática, habitual en plazas y arboledas urbanas, hoy se ha transformado en una amenaza concreta para la sustentabilidad de la fruticultura valletana. Su presencia, lejos de ser anecdótica, se ha convertido en un factor de riesgo que mantiene en vilo a productores, técnicos y autoridades. Y aunque la afectación no se da en toda la superficie productiva, allí donde aparece provoca daños devastadores en lapsos tan breves como imprevisibles.
La dinámica de ataque de las cotorras tiene características que la hacen especialmente peligrosa. No operan como otras aves frugívoras que consumen lentamente el cultivo, dando tiempo al productor para reaccionar. Las cotorras actúan como un escuadrón organizado.
“Son como un ejército que entra, destruye y se va”, resume crudamente un ingeniero agrónomo que asesora chacras en Allen y Cipolletti. “A veces el productor recorre su lote a la mañana y todo parece en orden. Pero vuelve por la tarde y encuentra tres hileras enteras destruidas. La fruta queda completamente picada, imposible de comercializar. En cuestión de minutos, te pueden borrar la renta de una temporada”.
Las bandadas llegan, se posan en un sector del monte frutal y ejecutan ataques sincronizados. No eligen una fruta madura o una variedad específica: arrasan por igual peras en crecimiento, manzanas de media estación, duraznos verdes o nueces aún sin endurecer. Tras causar el daño, migran inmediatamente a otro lote cercano.
Este comportamiento, al mismo tiempo puntual y devastador, explica por qué muchos chacareros aseguran que es imposible defenderse con prácticas tradicionales.
Daños que van más allá del consumo
Aunque las cotorras no ingieren enormes volúmenes de fruta —al menos no en comparación con su destrucción total—, el problema no está en lo que comen, sino en lo que arruinan. Las picaduras que dejan en los frutos actúan como heridas abiertas que desencadenan pudriciones aceleradas. En el mercado de fruta fresca, un golpe o perforación implica descarte inmediato. Pero incluso para industria, donde los estándares son más flexibles, la fruta picada pierde valor, fermenta más rápido o directamente no sirve.
En los sectores del Alto Valle donde la plaga se ha vuelto frecuente, productores señalan pérdidas que alcanzan el 30% del rendimiento en las áreas atacadas, una ecuación insostenible para una actividad que ya viene golpeada por la volatilidad de precios internacionales, altos costos logísticos y falta de mano de obra.
Frente a esta amenaza creciente, la discusión ya no se limita a los daños puntuales sino al impacto sistémico. La fruticultura regional —especialmente la de pequeños y medianos productores— está en riesgo de perder competitividad frente a países que operan con menores costos y menos presiones sanitarias.
Las mallas antigranizo: la única defensa eficaz… pero inaccesible para muchos
En este escenario sombrío, existe una tecnología que ha demostrado una eficiencia casi total: las mallas antigranizo con cierre completo, que funcionan también como mallas antipájaros. Su eficacia no está en discusión. Al actuar como barrera física, impiden por completo el ingreso de las aves a la plantación. Tanto técnicos del INTA como organismos fitosanitarios provinciales coinciden en que es la herramienta más efectiva disponible hoy.
La contracara es el costo. Instalar una cobertura total implica una inversión que oscila entre 12.000 y 15.000 dólares por hectárea. Para un productor que necesita proteger 5 o 10 hectáreas —la escala típica de muchas chacras familiares del Valle— la cifra se vuelve prohibitiva.
“Poner malla es como poner un parche de oro a una cubierta pinchada”, grafica un referente de la Federación de Productores de Río Negro y Neuquén. “Te salva la campaña, pero no resuelve el problema de fondo. Si solo algunos pueden pagarla, las cotorras seguirán migrando hacia quienes quedan desprotegidos. Es un remedio individual para un problema colectivo”. En otras palabras: el uso aislado de mallas protege a quienes pueden invertir, pero no reduce la población general de cotorras ni evita que la plaga siga expandiéndose.
La necesidad de un manejo integrado de plagas regional
Los especialistas coinciden en que la única forma de abordar este fenómeno es mediante un Manejo Integrado de Plagas a nivel regional. Entre las medidas propuestas se destacan:
—Monitoreo y control poblacional sistemático. Incluye identificación de nidos, manejo de colonias y acciones de control en zonas no productivas —bardas, bordes de riego, áreas urbanas— durante otoño e invierno, cuando las aves no están en periodo reproductivo. Toda acción debe estar regulada por las autoridades ambientales para evitar impactos ecológicos indeseados.
—Financiamiento accesible para mallas. Líneas de crédito blandas, subsidios directos o planes de fomento permitirían que pequeños productores adopten la tecnología sin quedar fuera de competencia.
—Investigación y desarrollo. Hay consenso en que se necesitan métodos de disuasión más económicos y duraderos. Hasta ahora, los ahuyentadores acústicos o visuales han mostrado poca eficacia frente a la inteligencia y adaptabilidad de estas aves.
El desafío no es menor: equilibrar la protección de la economía regional sin afectar innecesariamente a la fauna autóctona, un punto que también forma parte del debate ambiental.
Tecnología de punta: la poda por láser como herramienta emergente
En medio de este panorama crítico, una innovación tecnológica podría convertirse en aliada inesperada: la poda de árboles asistida por láser de alta potencia. Se trata de un sistema que utiliza rayos láser focalizados para cortar ramas a distancia, sin contacto físico y con precisión quirúrgica.
Aunque su uso principal está enfocado en el mantenimiento del arbolado urbano y en la gestión de servicios públicos —despeje de tendidos eléctricos, vías férreas o áreas de difícil acceso—, su potencial en el manejo de la cotorra argentina es significativo. ¿Cómo opera esta tecnología? El equipo, generalmente un cañón láser montado sobre un trípode, emite un rayo concentrado capaz de cortar ramas a distancias de hasta 300 metros. El calor generado vaporiza la humedad de la madera y logra un corte limpio sin necesidad de motosierras, grúas o trepadores.
Esta precisión abre la puerta a un uso clave para el Manejo Integrado de Plagas: la eliminación de nidos en época no reproductiva. Las cotorras construyen grandes nidos comunales, difíciles de retirar porque suelen estar ubicados en zonas muy altas o en árboles de difícil acceso. El láser permitiría cortar de manera segura las ramas que sostienen estas estructuras sin montar operativos complejos ni exponer a los trabajadores a accidentes. Esta técnica podría reducir la población residente antes de la temporada de cosecha, transformándose en una herramienta estratégica en el control preventivo de la plaga.
Precauciones y desafíos
No obstante, el potencial de esta tecnología viene acompañado de exigencias críticas:
—Requiere personal altamente capacitado, ya que un mal uso puede causar lesiones oculares graves.
—Existe riesgo de incendio, especialmente en épocas de altas temperaturas o sequía. La operación debe realizarse bajo protocolos estrictos.
—La inversión inicial es elevada, con equipos que van desde los 20.000 hasta los 60.000 dólares, lo que sugiere que su adquisición sería más viable para municipios, consorcios de riego o asociaciones de productores.
Aun así, su versatilidad y capacidad para resolver múltiples problemas de infraestructura la convierten en una alternativa atractiva para la región.
Una crisis que exige respuestas urgentes
El avance de la cotorra argentina en el Alto Valle no es un simple episodio de conflicto entre fauna y producción: es un síntoma de una estructura productiva vulnerable, expuesta a fluctuaciones externas y con dificultades para financiar soluciones de largo plazo.
Hoy, el problema requiere un abordaje integral que combine:
—Acciones preventivas coordinadas a escala regional,
—Financiamiento adecuado,
—Modernización tecnológica,
—Y políticas públicas sostenidas en el tiempo.
De no avanzar en esas direcciones, la fruticultura valletana corre el riesgo de enfrentar una erosión silenciosa pero constante que podría comprometer la viabilidad económica de cientos de familias y el futuro de una de las economías más tradicionales del Comahue.
El desafío está planteado: equilibrar naturaleza y producción en un territorio donde ambos elementos han convivido históricamente. El tiempo apremia, porque las cotorras, con su velocidad quirúrgica y su notable capacidad de adaptación, no esperan.
Fuente: Redacción +P con aportes del INTA y técnicos del área.
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