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Cotorras: el desafío de los productores frutales en el Alto Valle y la falta de un plan de control

La plaga se multiplica año tras año y genera pérdidas millonarias. Productores advierten que solos no pueden sostener la situación.

Las cotorras —conocidas también como catas— y otras especies como el loro barranquero se han convertido en una de las mayores amenazas para la producción frutícola del Valle de Río Negro y Neuquén. Lo que hace una década era un problema acotado y, en cierta medida, manejable, hoy se ha transformado en una crisis que genera pérdidas millonarias y pone en jaque la sustentabilidad del sistema productivo regional. Los ataques sobre cultivos de pepita, carozo, frutos secos y vid se han intensificado en los últimos años, y la falta de una política integral para controlar la plaga agrava aún más el escenario.

Esta semana, un productor frutícola de Cipolletti expuso públicamente la magnitud del daño que sufrió en gran parte de su explotación. “Impotencia. Eso es lo que siento”, expresó al mostrar un lote de manzana Pink Lady parcialmente destruido. Según detalló, el perjuicio en ese sector alcanza entre un 30% y un 35%, un número que desalienta aún más si se tiene en cuenta que el raleo manual ya había sido realizado. Es decir que la merma en volumen será considerablemente mayor.

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La chacra afectada —La Esperanza, cerca del Tercer Puente— está bajo la conducción del productor Martín Meo. Su situación, sin embargo, dista de ser un caso aislado. Lo mismo ocurre en la mayor parte del Alto Valle y del Valle Medio: el avance de estas aves genera pérdidas crecientes, mientras los productores se sienten cada vez más solos en la lucha.

“Sería muy importante poder reunirnos con los intendentes de la región para comentarles esta problemática e intentar trabajar en conjunto para llevar adelante una política activa de control”, señaló Meo en diálogo con +P. Su reclamo refleja el sentir general de un sector que observa cómo la plaga avanza y destruye la producción sin que exista un plan concreto y sostenido. “Solos no podemos y la plaga avanza destruyendo nuestra producción”, afirmó.

Un daño que crece y métodos que no alcanzan

En el plano individual, algunos productores intentan defender sus chacras como pueden: bajan nidos con motosierras o recurren a espantapájaros improvisados, pero las soluciones aisladas resultan insuficientes. Los especialistas coinciden en que el problema requiere una estrategia integral y regional, ya que la dinámica de estas aves hace imposible controlar la población si no se actúa de forma coordinada y sostenida en el tiempo.

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Productores que dedicaron toda una temporada a cuidar sus cultivos hoy sienten que pierden la lucha solos, frente a un enemigo que crece cada día.

Productores que dedicaron toda una temporada a cuidar sus cultivos hoy sienten que pierden la lucha solos, frente a un enemigo que crece cada día.

Mientras que el loro barranquero tradicionalmente causaba daños puntuales —como cortar brindillas en plantas jóvenes—, la cata ha demostrado ser mucho más destructiva. Su comportamiento alimentario es más agresivo y versátil: primero ataca los cultivos de maíz y, una vez agotada esa fuente, se desplaza hacia las yemas florales, los frutos recién cuajados y los frutos en desarrollo. Ataca desde la flor hasta la fruta madura, sin dejar prácticamente ninguna instancia del cultivo a salvo. “Es un desastre que genera pérdidas millonarias”, señalan los técnicos del sector.

El problema se potencia por la alta capacidad reproductiva de estas aves. Cada hembra pone entre cuatro y cinco huevos por temporada. Sin un control permanente, la población crece de manera exponencial, y con ella, el daño. Por eso los especialistas advierten que ningún programa puntual de control, aplicado durante un solo año, puede ofrecer una solución real. Se necesitan políticas públicas constantes, preventivas y de largo plazo. El objetivo no es eliminar la especie —algo prácticamente imposible—, sino reducir su impacto y mantenerla bajo control.

Un riesgo económico y sanitario

El avance de la plaga no solo amenaza la rentabilidad individual de cada productor, sino también la estabilidad del entramado productivo del Alto Valle. En un sector donde la rentabilidad es cada vez más ajustada, un daño del 10% al 30% puede ser la diferencia entre sostener una explotación agrícola o enfrentar pérdidas insostenibles que obliguen al abandono de chacras.

Cotorras nidos
Chacras destruidas, pérdidas económicas y riesgo sanitario: la cata avanza sobre el Alto Valle mientras el sector espera respuestas concretas del Estado.

Chacras destruidas, pérdidas económicas y riesgo sanitario: la cata avanza sobre el Alto Valle mientras el sector espera respuestas concretas del Estado.

A esto se suma un aspecto que muchas veces pasa desapercibido: el riesgo sanitario. La presencia masiva de cotorras aumenta la exposición de trabajadores rurales a la psitacosis, una enfermedad que, si bien no circula de forma endémica, puede generar brotes vinculados al contacto con aves infectadas. Se trata de un riesgo que no debe ser minimizado y que exige protocolos claros y acciones preventivas.

Un llamado urgente a políticas regionales

La voz de los productores coincide en un punto fundamental: sin políticas integrales, coordinadas y permanentes, el avance de las catas y loros seguirá agravándose. Las medidas aisladas pueden ofrecer un alivio momentáneo, pero no atacan el núcleo del problema. Es necesario que municipios, cámaras de productores y organismos provinciales diseñen y ejecuten un plan regional de control, con estrategias claras, presupuesto asignado y continuidad en el tiempo.

Mientras tanto, en las chacras del Alto Valle, los frutos dañados cuentan una historia que se repite año tras año: una plaga que avanza sin freno, productores desesperados y una urgencia que ya no admite postergaciones.

Fuente: Redacción +P.

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