El Valle perdió más de 14.000 hectáreas de frutas
Los sistemas productivos y comerciales ligados a la actividad evolucionaron en forma dispar en todos los países. Pero el cambio que se observa en otras parte del globo, no está basado en la brutal amputación productiva como la que está sufriendo el Valle de Río Negro y Neuquén.
Los números son duros. El deterioro que sufrió la fruticultura en estos últimos años queda al desnudo con la estadística que presentó esta semana el Servicio Nacional de Seguridad Agroalimentaria (SENASA), dentro de los anuarios que tradicionalmente ofrece el organismo.
Allí se refleja que en 2009 existían en los Valles irrigados de Río Negro y Neuquén unas 52.055 hectáreas con producción frutícola (pomáceas y carozo). El año pasado, esa superficie se ubicó en 37.873 hectáreas.
Las frías estadísticas reflejan que, en este período bajo análisis, salieron fuera del sistema poco más de 14.182 hectáreas frutícola, a una tasa de 1.000 hectáreas por temporada, mermas que representan una caída en la superficie productiva de poco más del 25%; un cuarto menos de la que existía en aquel entonces.
Con una simple cuenta podemos inferir que poco más de 600.000 toneladas de fruta quedaron fuera del circuito en estos últimos 14 años; volumen que representa a unos 3.500/4.000 trabajadores permanentes, sin trabajo en el campo y los galpones de empaque; entre 8.000/9.000 trabajadores transitorios menos, para tareas culturales, cosecha y embalado; unas 25.000 cargas de camiones paralizadas, que podrían transitar por la región con este volumen de fruta perdida; y con la matriz comercial existente a la fecha, más de 120 millones de dólares que dejaron de ingresar a la zona para alimentar el movimiento económico de gran parte de las ciudades de la región. No hay antecedentes en el globo de semejante genocidio productivo. Pero este terrible contexto no es potestad solo de las peras y manzanas del Valle de Río Negro y Neuquén, muchas economías regionales, aunque con daños de menor intensidad, se encuentran en una situación similar.
El último anuario del SENASA, con el cierre de la estadísticas de 2022, no refleja cambios en las tendencias. El año pasado, el sector frutícola perdió otras 122 hectáreas.
Sin embargo, cuando uno analiza la evolución de otros países productores de fruta, empresarios y gobiernos siguen apostando al comercio de estos nobles frutos, incrementando sus hectáreas con distintas especies. No hay que ir muy lejos para confirmar lo que se está mencionando: Chile y Perú son tan solo unos de los ejemplos sobre los que deberíamos trabajar, para saber como llegaron a estar entre los principales países productores mundiales de frutas en la actualidad.
Desde el sector político aducen que el brutal ajuste en nuestros Valles era necesario. Remarcan que lo hizo de forma "casi natural" el mismo sector, ya que existían muchos productores que no tenían posibilidades de seguir en el sistema. Varios son también los empresarios que respaldan esta teoría. Sin embargo, con las estadísticas a la vista, el relato no se sostiene. Los modelos económicos implantado en el país hace ya más de medio siglo, con un sesgo claramente antiexportador, terminaron por demoler los cimientos de una fruticultura pujante, llevándola al estado de crisis en la que se encuentra sumergida hasta estos días.
Inclusive, y tal vez para limpiar algún cargo de conciencia, se escucha comentar que muchas de esas tierras, que eran frutícolas, están siendo utilizadas para la producción de forraje. Pero, hagamos una comparación cualquiera. Suponiendo que esas 14.000 hectáreas salgan de su abandono y se dediquen en su totalidad a la producción maíz; la demanda de mano de obra no superaría los 1.000 trabajadores y el movimiento de divisas sería no mayor a los 50 millones de dólares, sin tener en cuenta que semejante oferta de maíz no podría ser absorbida por el mercado (desplomando el precio y generando quebrantos de la actividad). En definitiva, son enormes las distancias respecto de los números que derraman las hectáreas de producción intensiva ligadas a la actividad frutícola.
Pequeños productores, los más perjudicados
Cuando se desglosan las estadísticas del SENASA se observa también que en 2019 el sistema frutícola contenía a 2.667 productores. La mayor parte de ellos vivía en las chacras y su principal fuente de ingreso era la venta de fruta. El año pasado, esa cifra alcanzó 1.605 productores. Una sencilla cuenta nos muestra que 1.602 productores fueron expulsados del sistema; a una tasa de 76 productores por año.
Pero, sumergiéndonos aún más en las estadísticas, encontramos números más preocupantes. Del total marginados de sus explotaciones, el 95% tenían menos de 30 hectáreas. Es decir, eran pequeños chacareros que por diversas causas no pudieron competir con el modelo económico impuesto en todos estos años. En el otro extremo, aquellos con más de 50 hectáreas de producción, solo uno fue expulsado del sistema. En 2009 existían 127 productores en este rango de superficie; el año pasado ese número fue de 126 productores.
El anuario de SENASA refleja que durante el año pasado, esta tendencia se mantuvo sin cambios. En 2022 había registrados 1.605 productores contra 1.727 que estaban declarados en 2021. En un año 122 productores menos, y todos ellos tenían menos de 30 hectáreas con frutales.
Los números muestran claramente que, en todos estos bajo análisis, la actividad primaria se concentró sensiblemente.
Uno de los indicadores que normalmente se utiliza en los países desarrollados, ligados a esta actividad, es la relación entre cantidad de productores y superficie. Hace una década atrás el promedio lineal nos daba que existía un productor cada 19 hectáreas. El año pasado esa relación creció a 23,6 hectáreas.
Éste no es un concepto valorativo, simplemente es descriptivo. Múltiples interpretaciones se pueden dar sobre la evolución que presenta esta relación. Por ejemplo, algunos pueden señalar que está muy bien que crezca la escala de producción porque hace mucho más eficiente la parcela en explotación. No es lo mismo, en el sistema donde se desarrolla la fruticultura del Valle, un productor con 5 hectáreas de peras y manzanas que aquel que tiene 25 hectáreas.
Los detractores, por otra parte, remarcan que consideran aceptable defender los modelos de escala eficiente. Pero, ¿y la gente? Los productores que enterraron sus vidas trabajando en esas tierras durante más de medio siglo, ¿Cómo quedan luego de ser expulsados del sistema? ¿Qué hacemos con ellos? ¿Su descendencia?
Dilemas que van mucho más allá de lo económico y social que se pueda interpelar en estas líneas, aunque, no por ello, menos importante para que una actividad pueda desarrollarse con cierto grado de armonía y equidad.
Esta claro que en todos estos años, los sistemas productivos y comerciales ligados a la actividad frutícola evolucionaron. Lo vemos también en el resto de los países. Pero estos cambios que se observan en otras parte del globo, no se basan en el terrible genocidio productivo que está sufriendo nuestro Valle.
Hace ya un siglo, hombres con visión de estadistas pusieron todo su conocimiento para armar una región productiva en medio del desierto. Abrieron las puertas para un sistema productivo-exportador único en el continente. Años produciendo en tierras bajo riego que formaron perfiles con materia orgánica de hasta 30 centímetros de profundidad. Ni los mejores campos de Buenos Aires llegan a tener este nivel de fertilidad. Hoy estas tierras están siendo abandonadas o, en el mejor de los casos, loteadas para ser sepultadas en cemento de donde nunca más podrán salir.
Los sistemas frutícola en el mundo están cambiando; es así, pero no de esta manera. Contrariamente a lo que nos sucede, en el resto del globo se busca ampliar las fronteras agrícolas para generar microeconomías rentables y sustentables desde todo punto de vista, inclusive teniendo en cuenta la necesidad de abastecimiento de alimentos que existe a nivel internacional.
Pero en nuestro Valle esto no ocurre. Y lo paradójico es que todo este cambio en la fruticultura de Río Negro y Neuquén se da en un contexto de país con un 40% de pobreza, y millones de familias con serios problemas para poder llegar a completar su dieta mínima diaria. Pareciera que todo ocurre muy rápido como para poder frenarnos y volver a pensar.
Esperemos que la sociedad toda, el sector publico y el privado puedan tomar nota de esto, antes que sea demasiado tarde.
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