Grave: un productor es expulsado cada dos días del sistema
La crisis que reviste la actividad frutícola del Valle, no cede. Entre 2012 y 2021 la superficie total disminuyó en 11.158 hectáreas, lo que representa la pérdida del 24% del área productiva en el período bajo análisis.
La producción, acondicionamiento y comercialización de pera y manzana, fue la actividad que desde inicios del siglo XX distinguió a las provincias de Rio Negro y Neuquén como una de las principales economías regionales del país.
Esta actividad, que fue sinónimo de progreso para miles de familias y empresas, contribuyó a proyectar internacionalmente las capacidades de la sociedad regional para generar y sumar anualmente puestos de trabajo, actividades industriales, transporte nacional e internacional, y otros encadenamientos. Sin embargo, evidencias acentuadas reflejan tendencias desfavorables en las últimas décadas, las que están modificando aceleradamente su perfil económico y social.
Cabe reconocer que este proceso se ha visto originado tanto en causas inherentes a la actividad, como también resultan consecuencias de las políticas económicas nacionales que perjudicaron a la producción y las exportaciones, el crecimiento de las ciudades que generó la ocupación de tierras productivas, y -en años reciente- su desplazamiento del interés político por la actividad hidrocarburífera, hechos que se muestra implacables en sus efectos de reducir la superficie dedicada a la fruticultura y otras actividades rurales.
Como símbolo de pérdida de relevancia se destaca que, durante las últimas gestiones nacionales, en la agenda de funcionarios y legisladores no están incorporados los temas vinculados a la fruticultura.
Actualmente, aún en chacras que están alejadas de zonas urbanizadas se percibe el abandono de las practicas productivas, la erradicación de las plantaciones y el deterioro de casas e instalaciones que por años albergaron a las familias ligadas a la actividad, situación que deriva en la pérdida de producción y puestos de empleo en un país que necesita urgentemente generar fuentes laborales y mayor valor agregado. Esto no sólo afecta a las condiciones económicas regionales, sino que atenta contra la preservación de las condiciones ambientales de nuestro oasis irrigado.
Las estadísticas que arrojan los anuarios del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), desde que este organismo comenzó a publicarlos, permiten establecer la magnitud de la reducción de la superficie productiva que evidencia la fruticultura de pepita en la Patagonia Norte. En 2012, la superficie total de pera y manzana ascendía a a 46.753 hectáreas. En los años siguientes, se contabilizó una superficie productiva de 42.714 hectáreas en 2016 y 35.596 hectáreas en 2021, último año para el cual se difundieron las estadísticas.
Tomando los años extremos de la serie, entre 2012 y 2021 la superficie total disminuyó en 11.158 hectáreas, lo que representa la pérdida del 24% del área productiva en el período bajo análisis.
La estabilidad de la superficie productiva en el trienio 2019-2021, no permite suponer que se haya completado el ciclo del ajuste estructural de la actividad, ya que la realidad desmiente este posible final de la crisis que se enfrenta. La falta de renovación de las plantaciones significará hacia el futuro una menor capacidad competitiva en el plano internacional, que aunado a una inestabilidad de la economía nacional que poco estimula la inversión, significará una producción cada vez más orientada al mercado interno
La notoria reducción de la superficie productiva no sólo impacta en el plano productivo, sino que induce a pensar en los cientos de productores que llevaban adelante la producción y que han dejado la actividad en los años recientes. De los 2.564 productores registrados en 2013 sólo 1.646 continuaban en actividad en 2021, lo que significa una caída del 36%. En términos nominales podemos señalar que la economía nacional expulsa del sistema un promedio de 114 productores por año. O lo mismo decir, un productor frutícola en el Valle está quedando fuera del sistema cada dos días hábiles. No se encuentran fácilmente en el mundo actividades productivas regionales que evidencien una declinación tan abrupta tras 100 años de trayectoria.
Las estadísticas que hemos expuestos reflejan claramente la crisis que enfrenta la economía de la región. Sin embargo, esta evidencia no ha sido suficiente para que se generaran, a nivel de los participantes de la actividad y de los gobiernos nacionales y provinciales, un consenso que permita instrumentar políticas activas para enfrentar esta tendencia. A pesar de las diversas iniciativas reflejadas en planes y proyectos de distintos alcances, en el aspecto concreto es poco lo que se ha instrumentado para revertir esta trayectoria declinante. En el camino, va quedando una dinámica social y productiva que fue la imagen del desarrollo de la economía regional y de tantas familias y empresas que marcaron una senda de construcción y progreso para los territorios norpatagonicos.
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