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El viejo y las estadísticas: Nuestros padres disponían del doble de carne que nosotros

Las frías estadísticas reflejan la fuerte caída de producción de carne en las últimas décadas. Lo mismo ocurre con la fruticultura. ¿Qué pasa en Argentina?

Hace algunas noches, un hombre que hace poco pasó la barrera de los 80 años —y que siempre tuvo campo, carnicería, y hasta fue gerente de un frigorífico— me dijo, con un Merlot de por medio, que “el problema del precio de la carne es el stock, la falta de oferta. Todo es un juego de oferta y demanda”. Justo al otro día se conocieron las estadísticas oficiales sobre las existencias ganaderas en Argentina: en 2024, el rodeo nacional terminó en 51,6 millones de cabezas de bovinos. “¿Te acordás cuando en el Mundial '78 cantábamos: 25 millones de habitantes, viviremos el Mundial? Bueno, en ese momento el stock era de 55 millones de cabezas”, argumentó en favor de su teoría de que la carne es cara porque hay poca oferta.

Haciendo una proyección de los datos recolectados por el INDEC durante el Censo de 2022, hoy la población de Argentina ronda los 47 millones de habitantes. Y el rodeo está, incluso, por debajo de las cifras de hace 50 años.

En 1974, en Argentina había 60 millones de cabezas, un 16 % más que en la actualidad. A juzgar por los resultados —y más allá de los gobiernos—, el dato expone con elocuencia un fracaso a todas luces de las políticas económicas y ganaderas del país. Como en toda actividad económica, hay una pregunta subyacente y principal: ¿es negocio o no producir carne? Ese mismo año, Brasil tenía 78 millones de vacas, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). En 2023, Brasil tocó un pico de 238 millones de cabezas de ganado: un 205 % más que hace 50 años.

Para “cuidar la mesa de los argentinos”, en los años de Guillermo Moreno como secretario de Comercio, se cerraron las exportaciones para aumentar la oferta interna. Esas medidas, a la larga, hicieron que el resultado fuera el inverso. Hubo —y hay— menos oferta, y los precios de la carne en “la mesa de los argentinos” siguen doliendo al bolsillo. Titulaba el diario Ámbito Financiero el 10 de agosto de 2010: Efecto Moreno: se perdieron ya 12 millones de cabezas de ganado. La periodista Soledad Ricca firmaba en ese momento una nota que resumía de este modo: la primera campaña de vacunación del SENASA de ese año, que se llevó a cabo entre febrero y marzo, registró 48 millones de cabezas, 12 millones menos que en 2007, cuando ese número ascendía a 61 millones. Según el sector privado, esta situación se debía a la sequía y a las “erróneas” políticas del Gobierno implementadas para el sector; sobre todo, por la intervención de los mercados y el cierre de la exportación de carne que impulsaba el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, para intentar mantener el precio de la carne en los grandes supermercados y en las carnicerías.

Eran épocas en que se adulteraban los datos de inflación del INDEC y las cifras de pobreza. Un informe de la Comisión de Enlace de Entidades Agropecuarias (CEEA), difundido en 2021, resaltaba que no solo se habían perdido 10 millones de cabezas, sino que, de ese total, se había afectado la “fábrica de carne”, porque había 3,7 millones de hembras menos. En ese momento calcularon que “se perdieron 30.700 millones de dólares en activos ganaderos, por la brusca reducción del rodeo nacional”.

Y como se perdieron vacas, también se perdieron frutales. En el Alto Valle, se informaba en agosto de 2023: “En los últimos 13 años, se perdieron 14.282 hectáreas de frutas”. En puestos de trabajo, representaba una merma de 9.000 empleos. Luego de conocerse el dato, el 14 de noviembre de 2021 se realizaron elecciones legislativas en el país. Para ninguno de los candidatos a diputados nacionales de Río Negro fue importante hablar de la fruticultura.

Si fuera negocio hacer fruta, habría más. Si fuera negocio hacer carne, habría más. Tal vez, solo planteándonos la pregunta de por qué no es tan buen negocio producir en Argentina, podamos encontrar algunas respuestas.

PD: No nos terminamos el Merlot porque era día de semana.

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