Cristina Kirchner

El ocaso de Cristina Kirchner: juicio, condena y fuga hacia los fueros

Cristina Kirchner reaparece como candidata a diputada provincial en un bastión electoral del PJ. Una jugada desesperada para aferrarse a los fueros.

La semana política argentina quedó marcada por un sacudón de alto voltaje: Cristina Kirchner anunció su candidatura a diputada provincial por la Tercera Sección Electoral de la provincia de Buenos Aires. La noticia no solo sorprendió por su carga simbólica y política, sino porque encierra una decisión desesperada en el contexto más delicado de su carrera: una condena judicial firme, la amenaza inminente de inhabilitación política y un kirchnerismo en franco retroceso electoral.

La expresidenta, condenada a seis años de prisión efectiva en la causa "Vialidad" —por favorecer irregularmente al empresario Lázaro Báez en la adjudicación de 51 obras públicas—, no encontró mejor refugio que volver a la trinchera de los fueros. Atrás quedaron sus palabras enfáticas y altisonantes cuando prometía que jamás se escudaría en una banca para evitar el brazo de la Justicia. Aquella Cristina que se ufanaba de caminar libre por la historia ahora busca blindaje legislativo en una jugada de emergencia.

No se puede dimensionar esta maniobra sin tener en cuenta la caída estrepitosa que representa. Cristina Kirchner fue presidenta de la Nación por dos mandatos, vicepresidenta, senadora y diputada nacional. Su palabra marcaba la agenda, y su figura dividía el país en dos mitades irreconciliables. Hoy, con un fallo judicial en contra que podría quedar firme en breve, intenta colarse en una lista seccional para asegurar una banca en la Legislatura bonaerense. El derrumbe político es categórico.

La Tercera Sección Electoral no es cualquier territorio: es el corazón del peronismo bonaerense, la joya del conurbano sur que reúne municipios como La Matanza, Lomas de Zamora, Quilmes, Avellaneda y Almirante Brown. Allí, desde hace cuatro décadas, el justicialismo se impuso incluso en sus peores momentos. Ni el derrumbe del 2013, ni las derrotas del 2015 o del 2021 lograron torcer la voluntad del electorado de "la Tercera". En ese contexto, Cristina se presenta con una certeza: asegurar una victoria simbólica en su bastión, aún si todo lo demás se derrumba.

Pero el impacto político de esta jugada va mucho más allá de lo electoral. Su candidatura está condicionada por el calendario judicial. En los pasillos de Comodoro Py se respira tensión: dos de los jueces más influyentes de la Corte Suprema de Justicia, Horacio Rosatti y Ricardo Lorenzetti, coincidirían en confirmar la condena de seis años y no extenderla a doce, como proponía la fiscalía. Con el fallo de la Corte, su situación quedaría sellada: Cristina Kirchner quedaría inhabilitada para ejercer cargos públicos. Sin fueros, sin escudo político, sin poder.

La necesidad por encima de la dignidad

La imagen es demoledora: una dirigente que comandó el país durante más de una década ahora se presenta como candidata local. No para aportar un proyecto, no para liderar desde abajo, sino para evitar el cumplimiento de una sentencia judicial que la condena por corrupción con fondos públicos. La admisión de esa candidatura tiene una sola lectura posible: la necesidad venció a la dignidad.

Ella misma, en reiteradas ocasiones, se mostró altiva frente a las acusaciones. Aseguró que enfrentaría a la Justicia "sin privilegios". Prometió no escudarse detrás de ningún cargo. Pero en la Argentina de hoy, donde el relato y la realidad viven en universos paralelos, esas promesas fueron arrasadas por una coyuntura que la empuja a protegerse, no a competir.

Como señaló con crudeza el analista José María Rodríguez Saráchaga: “Cristina se terminó de degradar sola, se regaló prácticamente”. Sus palabras retratan una verdad incuestionable: el retroceso político de la exmandataria es tan evidente que cuesta creerlo real. Hace un año, nadie hubiera apostado a que terminaría encabezando una lista en La Matanza. Hoy es un hecho. Y no por estrategia. Sino por necesidad.

En este escenario, la jugada beneficia indirectamente a La Libertad Avanza (LLA). Con Javier Milei consolidado en la presidencia, la figura de Cristina Kirchner le sirve como blanco perfecto para polarizar, incluso en elecciones provinciales. El movimiento que impulsa Santiago Caputo —el principal estratega de LLA— de lanzar a competir al “Gordo Dan” (una figura mediática e irreverente) contra Cristina no tiene como objetivo ganarle, sino humillarla, restarle votos, y exponerla al ridículo. Es una operación política sin costo: si gana, es un golpe de gracia al kirchnerismo; si pierde, no cambia el tablero.

La apuesta no es menor: si Cristina no logra siquiera conservar una ventaja holgada en su territorio histórico, el mensaje será claro para todo el país. El kirchnerismo ya no es invencible ni siquiera en su bastión.

El factor Axel Kicillof y el final del ciclo

En este tablero, aparece otra figura clave: Axel Kicillof. El gobernador bonaerense mantiene una relación tensa con el núcleo duro del kirchnerismo y La Cámpora. El conflicto se acentuó con el desdoblamiento electoral de la provincia, una jugada audaz que busca preservar su proyecto del arrastre nacional. En ese contexto, la candidatura de Cristina puede ser tanto un respaldo territorial como un desafío a su autoridad.

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Otros tiempos. Cuando Cristina y Axel todavía mantenían una fluida relación. Hoy todo eso se acabó.

Otros tiempos. Cuando Cristina y Axel todavía mantenían una fluida relación. Hoy todo eso se acabó.

Si Kicillof pierde la provincia pero Cristina gana en la Tercera Sección, podría construirse la narrativa de que el kirchnerismo aún tiene fuego en las bases. Pero si ocurre lo contrario —si él gana y ella no logra una diferencia significativa—, el relato del liderazgo histórico de Cristina se terminaría de desvanecer. La hipótesis más cruda, aunque aún improbable, es que ambos pierdan. En ese caso, estaríamos frente al acto final del kirchnerismo como fuerza política nacional.

Porque, más allá de los nombres, lo que está en juego es el modelo político. Y Cristina Fernández de Kirchner ya no tiene margen para reinventarse. No hay épica posible cuando la justicia marca el ritmo. No hay relato capaz de borrar una condena. No hay reaparición posible si la estrategia es el repliegue.

¿Proscripción o Justicia?

Ante la inminente resolución de la Corte Suprema, los sectores más radicalizados del kirchnerismo ya preparan la narrativa de la “proscripción”. Dirán que es un fallo político, que se busca impedirle competir. Pero lo cierto es que hay una diferencia sustancial entre proscribir y inhabilitar a una funcionaria condenada por corrupción. La democracia no se debilita cuando se cumplen las leyes. Al contrario, se fortalece.

Cristina no es una perseguida. No es víctima de una dictadura judicial. Es una ciudadana sometida a derecho. Y si la Corte confirma su condena, deberá responder como cualquier otro argentino. Su candidatura no la exime de esa responsabilidad. Sus seguidores podrán agitar pancartas, pero la verdad seguirá allí: una sentencia firme por malversación de fondos públicos es una vergüenza histórica para quien supo ser presidenta.

Cristina Kirchner apostó todo a una última jugada: esconderse en una lista local, revivir la mística del conurbano, y desafiar a la Corte con un puesto menor. Lo hizo a contramano de su trayectoria, de sus discursos, y de sus promesas. En ese gesto se revela su ocaso.

Queda por ver si logrará su objetivo: mantenerse con vida política un poco más. Pero lo que ya no podrá evitar es la fotografía final de esta etapa: una dirigente que llegó a lo más alto, y que ahora se arrastra para evitar una celda.

El ciclo kirchnerista, como todos los procesos que se sostienen en liderazgos personales, no terminará con una gran batalla ideológica, sino con un susurro de desesperación y de miedo a la justicia. Y Cristina Fernández de Kirchner, que supo desafiar a medio país, ahora le teme a lo único que no pudo controlar: el paso del tiempo y el juicio de la historia.

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