Los pibes prefieren los vinitos
Las catas suponen ir más allá del contenido de la copa. Detrás, hay todo un mundo.
Estoy terminando un largo tasting de vinos. Llevo ya dos semanas sentado a mi mesa de trabajo, catando y catando vinos para un reporte en el que trabajo. El trabajo en sí es bastante rutinario, aunque tiene momentos de “estefanía”, como le llamaba un poeta amigo a las epifanías recordando a cierta novia. Ese momento sucede cuando un vino extraordinario llama la atención o cuando un nuevo estilo despunta entre todos los que pasan por las copas.
Pero si catar es un oficio de observación, de detalle y de cuidado a las cosas que pasan dentro de las copas, lo es también sobre el mundo que las rodea para descubrir hilos conductores entre vinos que no están relacionados. Es un trabajo en el que observar también implica ver más allá de la copa. Ahí también suceden las estefanías.
Precisamente de eso quería escribir. El responsable de armar las catas, de descorchar y tener los vinos en el just in time de mi trabajo, es también un observador. Sólo que nos llevamos 22 años de distancia y vemos cosas distintas. De modo que cuando termina el día y cada uno separa los vinos que le parecieron más interesantes para volver a probarlos con la cena, el pibe siempre elige vinos tintos con algún criterio que se me escapa al principio. Después de una semana de cata, le pregunto qué hace con ellos, este “sociólogo y emprendedor”, como me pidió que lo nombre.
–Esta noche tengo una cita –explica.
–Qué bien. ¿Y ayer también?
–Claro.
–¿La misma?
–Otra chica.
–¿Y también le gusta el vino?
–Seguro –dice. Y subraya la respuesta con media sonrisa.
Vinito triunfador
Le pregunto cómo es que beben vino los pibes de 20 años. Y ahí es cuando la veta de sociólogo de mi ayudante emerge en toda su gracia. Procede a explicarme que es una cuestión estrictamente material y simbólica. Material, porque el vino rinde más por menos palta en una cita. Simbólica, porque acarrea otras representaciones y desenlaces posibles.
–¿Como cuáles?
–Te lo voy a explicar, boomer –me carga.
Con tener Instagram arranca toda una gesta bastante sencilla. Un like a la foto que corresponde, un comentario sobre la foto en la que la muchacha posa con un perrito o el abuelito y donde ella está en un poco provocativa. Así arranca la conversa por el chat privado. Así se sube el tono y llega la cita.
–¿La invitás a una birra?
–Ahí es cuando entra el vinito –dice.
Y la sociología para iluminar su análisis. Si van a un bar de cervezas –reflexiona– se tienen que tomar por lo menos dos o tres pintas mientras la conversación se desplaza del terreno de los conocidos a la de conocerse un poco, no mucho, lo suficiente como para saber que hay algo de química. Cuando esa mecha está prendida, es exactamente cuando el plan de la birra fracasa. “No es un tema de plata, es que estás lleno, para explotar”, dice.
–¿Y por qué no un bar de coctelería?
“Hace falta más plata. Además –continúa– nunca podés tomarte menos de dos tragos para que la cosa empiece a funcionar y ese es el momento en el que te quedás sin un mango, sin contar que estás un poco puesto: ella seguro pide gin tonic, vos no podés menos que seguirla o doblar la apuesta, un negroni por ejemplo”. Falta todavía arrancar para alguna de las casas y la cosa se enfría a un costo elevado.
–Por eso el vino es la propuesta justa –me dice.
Puede no ser el mejor, puede no ser el más rico –filosofa mientras despliega su ideario– pero siempre es la medida justa. “Ponele que arrancás en un bar –dice–: la conversación dura lo que una botella, es una hora, dos a lo sumo”, en la que el vino hace de miorelajante. La charla fluye, llegan las risas y la complicidad. Ahora el destino está garantizado. “Para eso siempre decís ‘en casa tengo otro vinito rico’”, y ese vino es un anzuelo o un sacrificio vano. O bien, ya desde el chat privado, la invitación es a ese vinito que puede viajar o esperar en casa.
La palabra es esa: vinito. Poco sacramental, poco engreída, poco descriptiva más allá del cariño que propone el diminutivo.
Es cuando sucede la última estefanía: los vinos que el sociólogo elige del tastig, revela, son los que después puede comprar en un bar o el súper. Así que este sociólogo y emprendedor lleva una guía secreta de vinitos para disfrutar de la buena vida. Y, como dije al comienzo, la buena vida es todo lo que rodea a un vinito rico. Me siento bien como boomer: la larga marcha de mis catas tiene más de un fin noble.