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Vino sin alcohol: ¿Herejía o innovación?

¿Puede una bebida ser considerada "vino" si le falta su esencia embriagadora? Su historia se remonta a 1869, cuando el Dr. Thomas Welch, un ferviente prohibicionista, creó un mosto de uva pasteurizado para uso religioso.

¿Puede una bebida ser considerada "vino" si le falta su esencia embriagadora? La historia del vino sin alcohol se remonta a 1869, cuando el Dr. Thomas Welch, un ferviente prohibicionista, creó un mosto de uva pasteurizado para uso religioso. Este invento, pensado para la transubstanciación en la iglesia Metodista, marcó el inicio de una industria que hoy genera un intenso debate: ¿es el vino sin alcohol una auténtica expresión de la vid, o una simple imitación?

A principios del siglo XX, el alemán Carl Jung (no el psicoanalista) patentó una técnica revolucionaria: la destilación por conos giratorios. Su objetivo era extraer el alcohol del Riesling sin sacrificar su "naturaleza, apariencia, sabor y fino buqué". Hoy, su bodega exporta vinos sin alcohol a 25 países desde Pensilvania.

Desde entonces, la tecnología ha avanzado a pasos agigantados. Destilación al vacío, ósmosis inversa... la industria no ha escatimado esfuerzos para crear versiones desalcoholizadas que capturen la magia del vino tradicional. Pero, ¿lo logran?

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Para muchos puristas, la respuesta es un rotundo no. El alcohol no es solo un componente constitutivo del vino, sino que también aporta color, aroma y sabor. Extraerlo es, para ellos, un acto de herejía que degenera la bebida. Además, argumentan, el consumidor que busca vino sin alcohol tiene una predisposición perceptiva diferente, una "película" distinta, donde las leyes del disfrute enológico tradicional no aplican.

Sin embargo, el mercado habla, y el vino sin alcohol está aquí para quedarse. Su éxito comercial es innegable, impulsado por las nuevas generaciones que buscan opciones más saludables. La industria se enfrenta a un dilema: ¿abrazar esta tendencia como una nueva categoría dentro del vino, o rechazarla por no ajustarse a la definición lingüística y legal?

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La decisión no es fácil. Aceptar el vino sin alcohol podría abrir nuevas fuentes de ingresos y modernizar el sector, pero también corre el riesgo de diluir el concepto y la consideración que hemos tenido del "gran vino" durante miles de años. Rechazarlo, por otro lado, podría significar perder una valiosa oportunidad de innovación y crecimiento.

La pregunta sigue abierta: ¿es el vino sin alcohol, realmente vino? El debate, que comenzó hace 150 años, está más vivo que nunca.

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