Vino, legado y pasión: El renacer de Flor del Prado en la Patagonia
Cipolletti fue protagonista de una época en la que existieron importantes marcas de vino de mesa, como las que elaboró la Cooperativa Agrícola de Producción y Consumo Viñateros Unidos. En esta nota repasamos el pasado y el presente de un ícono del Valle de Río Negro.
En la década del 30, la ciudad de Cipolletti ya tenía entre su población una gran cantidad de inmigrantes de origen europeo, principalmente italianos y españoles. Parte de esta comunidad trabajaba la tierra para plantar vides, una de las actividades principales en la zona. La producción de uvas en el Alto Valle alguna vez fue protagonista, por sobre las chacras de peras y manzanas que afloraron varias décadas más tarde. El vino que tomaban nuestros abuelos, era el vino de mesa de que se producía en Río Negro.
Algunos vecinos de Cipolletti como Luis Vaira recuerdan que, en la época de la vendimia, cuando la calle San Luis era de tierra, los productores se veían haciendo cola para entregar las uvas en tambores de 200 litros. “Había chatas tiradas por caballos y otras por tractores y se veían camiones Bedfor, Desoto, Ford y Chevrolet”, recuerda el señor Vaira en el perfil de Facebook Cipolletti de Ayer.
En el mismo sitio, Klaudio Nittinger, rememora imágenes de los productores que esperaban a que les pesaran la producción en la báscula sobre calle San Luis, donde descargaban lo suyo en la planchada. Ambos vecinos se refieren a lo que sucedía en la Cooperativa Agrícola de Producción y Consumo Viñateros Unidos.
La tradición del vino de mesa
Sobre calle Mariano Moreno y San Luis, donde hoy se encuentra un moderno centro comercial, alguna vez funcionó la Cooperativa de Viñateros creada por los por inmigrantes Saturnino Álvarez Calvo, José Brierre, Vittorio Gallardini, Rafael García Montero, Emiliano González Rodríguez, Eduardo Gunzelmann, Firn Kier, Logan Mac Kidd, Pedro Navarro, Giulo Nicolai y Julio San Miguel.
Según los datos recolectados por el Ing. Federico Witcowsky, el acta de fundación, que tiene fecha 15 de junio de 1933, fue redactada por el finés Firn Kier, quien además fue gerente de la Cooperativa por varios años.
Algunas de las marcas que elaboró la Cooperativa fueron Flor del Prado, Piedra Pintada, Ciudad de los Césares y Árbol Caído. Los vinos de mesa eran de tipo blanco, rosado y clarete y más adelante, hacia fines de la década del 40, se comenzaron a elaborar vinos reserva bajo la marca Flor del Prado en botellas de 750 cc. También se llegó a comercializar el vino en damajuanas de 5 y 10 litros y en botellas de 930 cc.
Ya en la década del 80, la cooperativa también lanzó su propio champagne tinto, el COVIU, bajo el programa “El Champagne de las zonas frías”.
Recuerdos de enólogo
De ascendencia española, Juan José Ferragut nació en Cipolletti y estudió enología en Mendoza. Hacia fines de la década del 60, entró a trabajar a la Cooperativa como enólogo, a la vez que estudiaba Ingeniaría Agrónoma en Cinco Saltos.
Ferragut trabajó seis meses a la par del antiguo enólogo y luego de su fallecimiento, se hizo cargo de toda la bodega. “En la parte directiva también había parientes, de parte de mi abuelo y de mi padre, eran socios y mi abuelo materno de apellido Álvarez fue presidente de la cooperativa durante 12 años” recuerda.
La zona donde estaba la bodega eran todas chacras, aun en el predio se conservan las piletas de hormigón cilíndricas que hoy enaltecen el patio del centro comercial. La Cooperativa no tenía viñedos de su propiedad, sino que admitía la producción de los socios provenientes de Cipolletti, Fernández Oro, Allen y Centenario. “Las puertas estaban abiertas”, aseguró Juan José sobre el hecho de que hubo más de 100 aportantes de uvas, de los cuales el 70% eran socios.
El vino abocado era el mismo para todas las marcas, pero por la concesión de zonas se le cambiaba la marca, no había menor calidad, asegura el enólogo. “La bodega tenía 6,5 millones de litros de capacidad anual”, afirma Ferragut.
Algunos de los apellidos que más recuerda Juan José son el de Isidro García, cuyo hijo Rafael García fue gerente de la Cooperativa durante muchos años, además de Demetrio, Troviani, Lombi, Rastellini y Prieto, todos pertenecientes a familias de inmigrantes asentadas en el Valle.
La cantidad de personas que trabajaban era variable según el momento, se tomaba personal temporario para reforzar durante la vendimia. Pero en general había unas 35 o 40 personas involucradas en la elaboración.
Según la visión del enólogo, los mejores momentos de la Cooperativa se dieron entre la década del 1960 al 80, “estábamos muy en competencia con otras bodegas cooperativas de Allen y demás. Se compró maquinaria y creo que esos 20 años fueron los más importantes de la cooperativa”, aseguró.
Por ese entonces, Ferragut recuerda que la mayor parte de la producción se vendía al mercado local “no dábamos abasto” dijo. También remarcó uno de los hitos que tuvo la Cooperativa hacia 1990: “La mayor facturación fue de 600 mil litros de vino en un solo mes”, detalló.
Relato de una caída
Si bien el consumo de vino no disminuyó, la producción de uvas en la zona sí. Por mayor conveniencia económica, muchos productores se convirtieron a la producción de manzanas, peras y frutas de carozo. “Nos faltaba uva”, recuerda Ferragut, quien admite que tampoco estuvieron exentos de los avatares del clima, en algún momento tuvieron que comprar vino en Mendoza, ya que no se permitía el traslado de uva en forma interprovincial.
La producción comenzó a decaer, según sus recuerdos, a principios de los 90. También había hipotecas de préstamos que en algún momento había sacado la Cooperativa. En un edicto publicado en el Boletín Oficial de Río Negro en abril del 2007, se anuncia el remate de las marcas COVIU; CVU; Flor del Prado; Lágrimas del Limay y Viejo Limay. Por su parte, en el año 2012 el INAES le retira a la Cooperativa la autorización para funcionar.
Según la información aportada por Witkowsky, “la última elaboración de esta bodega se registró en al año 1998”. Según el experto, la Cooperativa no pudo superar el colapso económico-financiero que la asfixiaba, “un año más tarde solicitó la baja de la actividad ante el Instituto Nacional de Vitivinicultura clausurando definitivamente sus puertas”, describió. Sumado a esto, “las periódicas crisis que afectaron al sector vitivinícola en el ámbito nacional, influyeron localmente hasta llegar a sumir a la actividad vitivinícola regional en un sostenido estancamiento”, describió el ingeniero.
Flor del Prado y un nuevo comienzo
Décadas después la marca Flor del Prado tuvo una nueva oportunidad y un nuevo renacer; por recomendación de Roberto García, Luciano Fernández adquirió la marca en un remate. Fernández, que es nieto e hijo de chacareros y viñateros de Río Negro, decidió encarar la producción vitivinícola en su terruño familiar, ubicado a metros de la confluencia de los ríos Limay y Neuquén.
La marca Flor del Prado también significa un homenaje a su abuelo Félix Antonio Amoruso, exmiembro de la Cooperativa de Viñateros Unidos. Según expresaron desde la bodega, la idea de resignificar la marca, tiene que ver con “poner en valor lo que habían hecho nuestros abuelos. Sentimos que renace un vino inspirado en nuestra historia”, agregaron.
Sin embargo, aclararon que “como vino no tiene mucho que ver con ese vino de mesa que tomaban en damajuana nuestros abuelos, pero sí con el espíritu de los que quisieron hacer del Valle algo productivo”, expresaron desde la nueva bodega Flor del Prado que hoy elabora vinos premium de Cabernet Franc, Pinot Noir y Malbec.
En todo caso, la idea de volver a revivir ese Valle productivo donde alguna vez los pioneros se dedicaron a la vitivinicultura, antes que a los frutales, está más en boga que nunca, nos representa y nos llena de orgullo, por la calidad de los vinos que nos da esta tierra.
En esta nota