China

Desiertos fértiles: cómo China cultiva el futuro agrícola en las arenas de Xinjiang

China avanza con la agricultura sobre los desiertos usando hidroponía y sensores, mientras afianza su control sobre una región clave y conflictiva.

Por décadas, el desierto de Taklimakan —conocido como “el mar de la muerte”— ha sido uno de los entornos más hostiles del planeta para cualquier forma de vida vegetal. Con temperaturas extremas, una humedad casi inexistente y suelos estériles cubiertos de arena movediza, esta vasta región en el noroeste de China parecía destinada al abandono agrícola. Sin embargo, en el corazón de este desierto y en otras zonas áridas de la región autónoma uigur de Xinjiang, está floreciendo una revolución silenciosa: la agricultura de alta tecnología.

Lejos de los fértiles valles del sur de China, Xinjiang se ha convertido en un laboratorio vivo donde la innovación enfrenta al clima. Con más del 25 % de su territorio cubierto por desiertos y una dependencia histórica del deshielo para la agricultura tradicional, la región presenta desafíos extremos: escasez crónica de agua, suelos arenosos inestables, cambios bruscos de temperatura entre el día y la noche, y frecuentes tormentas de polvo. A pesar de estos factores adversos, China ha convertido estos paisajes en campos de cultivo de frutas y verduras vibrantes, como parte de una ambiciosa estrategia nacional para expandir sus fronteras agrícolas y garantizar la seguridad alimentaria de sus 1.400 millones de habitantes.

Un ejemplo destacado de este esfuerzo se encuentra en la ciudad de Kuqa, donde se alza uno de los mayores invernaderos inteligentes del país, construido en mayo de 2024. Situado en plena zona de arena movediza —el segundo sistema más grande de su tipo en el mundo—, este complejo de casi 7.000 metros cuadrados utiliza tecnologías de punta para cultivar espinacas, lechugas y fresas sin pesticidas, con un consumo de agua mínimo.

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En color naranja, Las zonas áridas de la región autónoma uigur de Xinjiang.

En color naranja, Las zonas áridas de la región autónoma uigur de Xinjiang.

Aquí no hay tractores ni regaderas al sol, sino sensores automatizados que regulan la humedad, temperatura y luz según las necesidades exactas de las plantas. Las raíces de los cultivos flotan en soluciones hidropónicas ricas en nutrientes, un sistema que no solo combate la sequía, sino que también permite un control sanitario milimétrico. Gracias a esta tecnología, los cultivos crecen sanos y vigorosos sin depender del impredecible clima del desierto. Los trabajadores, lejos de agacharse en surcos de tierra, analizan datos y supervisan parámetros desde tableros digitales, marcando un giro radical respecto a las formas tradicionales de cultivo.

Modelo agrícola único en el globo

Este modelo de agricultura no solo es tecnológicamente avanzado, sino también socialmente transformador. El invernadero de Kuqa genera 26 empleos locales y ha permitido elevar los ingresos anuales de los trabajadores en más de 40.000 yuanes (alrededor de 5.500 dólares), una cifra significativa en una región históricamente marginada. Además, la operación paga 700.000 yuanes anuales en alquiler y dividendos a las comunidades rurales vecinas, reforzando así el vínculo entre innovación tecnológica y desarrollo económico local.

Más al norte, en la prefectura autónoma hui de Changji, otro complejo agrícola inteligente lleva aún más lejos el concepto de verticalidad y eficiencia. Aquí, las hortalizas de hoja verde como el amaranto crecen en estructuras giratorias de diez niveles que aseguran una distribución pareja de la luz solar. Para los tomates, las plantas trepadoras cuelgan como enredaderas del techo, con raíces sumergidas en soluciones nutritivas.

En su primera cosecha, esta granja futurista logró una producción de más de 300 kilogramos de tomates por día, durante una temporada que se extiende de octubre a julio. Esto representa una productividad de más de 81 toneladas anuales por invernadero, una cifra muy superior a la media nacional en invernaderos convencionales.

Para ponerlo en perspectiva, según datos del Ministerio de Agricultura y Asuntos Rurales de China, la producción promedio de tomates en invernaderos tradicionales del país ronda las 45 a 50 toneladas por año por unidad de tamaño equivalente. Es decir, los invernaderos inteligentes de Xinjiang duplican prácticamente el rendimiento, con un uso más eficiente del agua, del espacio vertical y sin requerir pesticidas ni herbicidas químicos. Además, al controlar estrictamente las variables ambientales, se prolonga la temporada de cultivo y se mejora la calidad del fruto: tomates de piel tersa, mayor contenido de azúcar y mejor consistencia, ideales tanto para el mercado local como para la exportación.

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Estos proyectos forman parte de una estrategia más amplia del gobierno chino, que desde principios del siglo XXI ha apostado por la modernización agrícola como pilar de su política de Seguridad Alimentaria. Este plan incluye la diversificación de las regiones productivas, el uso intensivo de tecnología y la reducción del uso de recursos naturales como el agua y los fertilizantes químicos. En regiones tradicionalmente marginales como Xinjiang, esta política se traduce en inversión pública, transferencia tecnológica y promoción de modelos agrícolas resilientes.

Geopolítica: problemas territoriales de China

Pero además de su importancia productiva, Xinjiang ocupa un lugar central en la estrategia geopolítica de China. La región es un punto clave dentro de la ambiciosa iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road), un mega proyecto de infraestructura y comercio internacional que conecta China con Asia Central, Europa y Medio Oriente. Xinjiang funciona como el principal corredor terrestre hacia Occidente, albergando rutas ferroviarias, gaseoductos, oleoductos y carreteras estratégicas. Su estabilización y desarrollo son fundamentales para los intereses económicos y diplomáticos de Beijing.

En ese contexto, convertir Xinjiang en un modelo de desarrollo agrícola moderno no es solo una cuestión de producción de alimentos. Es una forma de asegurar presencia e integración nacional en una zona históricamente alejada del núcleo de poder central. Modernizar la agricultura y mejorar la calidad de vida son también herramientas para fortalecer el control estatal y diluir tensiones regionales.

Sin embargo, la región no está exenta de controversias. Xinjiang ha sido foco de atención internacional en los últimos años debido a denuncias sobre la represión sistemática de la minoría étnica uigur, de mayoría musulmana. Organizaciones de derechos humanos y gobiernos extranjeros han acusado a China de llevar a cabo detenciones masivas, vigilancia extrema y reeducación forzada en centros estatales. Beijing, por su parte, sostiene que sus políticas en Xinjiang están orientadas al combate del extremismo y al desarrollo económico sostenible.

En este clima tenso, los invernaderos inteligentes también cumplen una función simbólica. Representan, para el discurso oficial chino, la narrativa de progreso y estabilidad: una región antes hostil, integrada ahora al proyecto nacional a través de la ciencia y la modernización. Pero esa narrativa convive con las complejidades étnicas, religiosas y culturales de una región donde coexisten numerosos grupos identitarios con relaciones históricas complicadas con el gobierno central.

Ampliar la frontera agrícola

Más allá del conflicto político, Xinjiang también se perfila como un modelo exportable de agricultura en condiciones extremas. Con el cambio climático reduciendo la productividad de zonas fértiles tradicionales, estas tecnologías permiten colonizar nuevas áreas, incluso aquellas consideradas antes como inhabitables para el cultivo. La clave está en la eficiencia: cada metro cuadrado cuenta, cada litro de agua se reutiliza, y cada dato recolectado sirve para mejorar la siguiente cosecha.

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Estas tecnologías permiten colonizar nuevas áreas, incluso aquellas consideradas antes como inhabitables para el cultivo.

Estas tecnologías permiten colonizar nuevas áreas, incluso aquellas consideradas antes como inhabitables para el cultivo.

Pero los beneficios no son solo económicos ni agrícolas. Xinjiang, con sus paisajes de dunas infinitas y su mezcla cultural única, también ha empezado a atraer un nuevo tipo de visitante: el “turista agro-tecnológico”. Personas de toda China viajan ahora a la región no solo por sus maravillas naturales, sino también para conocer de cerca estos “invernaderos del futuro”, donde la ingeniería y la biología se dan la mano para desafiar lo imposible.

En un mundo marcado por la desertificación creciente, la escasez de recursos y la tensión geopolítica por el control de la producción alimentaria, lo que ocurre en Xinjiang puede ser una señal de esperanza y una advertencia. Transformar el desierto en vergel no es solo una hazaña tecnológica; es también una jugada estratégica para asegurar soberanía, integración territorial y proyección internacional. China no solo cultiva tomates en el desierto: cultiva influencia, estabilidad y futuro.

Fuente: CGTN con aportes de la redacción +P.

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