La historia de María Fernanda, la ingeniera resiliente
María Fernanda Blanco es hija de un peón rural del Valle y una ama de casa oriunda de Chile. Su vida no fue fácil, pero supo sortear obstáculos y salir adelante
“Hoy hace siete años que soy Ingeniera Agrónoma”, cuenta orgullosa María Fernanda Blanco y recuerda que ese gran acontecimiento fue “en el 2017, el día de mi cumpleaños un 12 de septiembre”. Le gusta repasar su historia, porque aunque duela en algunos tramos, esas vivencias la han traído hasta acá, a estos días en los que se desempeña como profesional, y en los que ha podido formar su propia familia.
“Nací en la ciudad de Allen, provincia de Río Negro, en 1984, en la zona de chacras. Soy hija mayor de dos. Apenas cumplí dos años nació mi hermana y nos mudamos a Roca, a una de las chacras de la empresa Zetone donde mi papá consiguió trabajo como peón”, relata.
“Cuando estaba por cumplir los cinco años mi mamá falleció, nos criamos solas con mi papá, quien nos hizo salir adelante. Nunca nos hizo faltar a la escuela, así que eternamente la vida era ir a la escuela; desde jardín de infantes hasta séptimo grado; de primer año a quinto nos llevó todos y cada uno de los días a la parada de colectivo para que podamos ir a la escuela”, repasa.
Tras el fallecimiento de su mamá, muchas cosas cambiaron para Fernanda. “Tuvimos que crecer, mi vida cambió y tuvimos que cambiar la rutina familiar. Nos cuidaba una niñera porque mi papá trabajaba todo el día y si tenía que salir a la noche a regar nos quedábamos solas en casa y nos sentábamos debajo de la mesa a llorar y esperar que vuelva”, recuerda Fernanda.
Las tareas de don Blanco fueron cambiando y ella las recuerda todas: riego, poda, raleo y cosecha; “esa fue nuestra vida, fue una infancia dura- casi no fue infancia porque teníamos que hacer las cosas de la casa, no salíamos a jugar con otros nenes, no teníamos vecinos”, señala.
Una chica aplicada
“Siempre fui la abanderada del curso, en la primaria y la secundaria, me encantaba estudiar”, cuenta con una sonrisa. Salí con el Bachillerato en Ciencias Naturales”, agrega.
“Cuando salí de la primaria los profes me incentivaron a que siga la secundaria, no pude entrar a la escuela técnica, así que entré en el Centro de Educación Media (CEM) en Roca. Nunca había salido a la ciudad, así que empecé a salir al centro en la secundaria. Tenía buenas notas, me fue bien”, asegura con emoción.
“El conocer el centro y salir de la chacra me abrió un panorama distinto, conocí la dinámica de la ciudad, de los negocios, el movimiento de la gente, todo era nuevo”, asegura.
Cuando terminó la secundaria, también el cuerpo de profesores se ocupó de esta alumna que no veía un futuro cierto. “Me preguntaban que iba a hacer y yo decía que nada, porque no estaban dadas las condiciones para irme a estudiar, año 2002, después de la crisis, era imposible”, suma.
“Los mismos profesores me incentivaron a que haga orientación vocacional. Por decantación terminé eligiendo Ingeniería Agronómica, que era una carrera donde se plasmaba el hecho de haber vivido en la chacra, rodeada de naturaleza, de trabajo; mirando todas las opciones era la más llevadera”, señala.
“Cuando terminé la secundaria el dueño de la chacra, Don Ignacio, llegó a casa para ver unas obras que estaban haciendo y me animé a contarle que quería estudiar Agronomía, entonces le pedí trabajo para poder estudiar. Él me miró desde su metro ochenta, me tocó la cabeza y me dijo, “bueno, nena, esperá que le van a avisar a tu papá cuando tengas que ir allá (por la empresa)”, detalla.
“A los diez días me llamaron del área de Recursos Humanos de la empresa, porque me iban a dar el trabajo. Justo ese año empezaba una Ingeniera nueva en la firma con el monitoreo de carpocapsa para la exportación de fruta a Brasil. Ella armó un grupo de monitoreadores conformado por hijos de empleados de las chacras”, cuenta.
Todo su relato está bien marcado por detalles y las fechas que aún recuerda: “empecé a trabajar un 9 de enero de 2003”, repasa. “Con todas las ganas. Me inscribí en la carrera y tenía muchos interrogantes de cómo iba a hacer –porque se cursa en Cinco Saltos- un lugar que no conocía.
Esta ingeniera, Andrea Lupori, me dio una mano enorme por su vinculación con la Facultad y me ayudó a pedir una beca para residencia. Me cambió la vida, porque yo trabajé esa temporada y el 28 de febrero la misma empresa me puso un vehículo para que me trajeran con mis cositas a vivir en la Residencia de la Facultad”, rememora.
Casa Nueva, vida nueva
Al mudarse todo era nuevo para Fernanda, se trataba ahora de una vida “con comodidades” como la califica. “Pasé a vivir en una casa más acorde, con calefacción, gas natural, agua caliente-desde eso que era lo básico y en la chacra no lo tenía-hasta a contar con la movilidad, colectivos, nueva gente, fue muy movilizador. Todo eso me incentivó a querer crecer y salir de donde estaba”, asegura con ojos vivaces.
“Continué trabajando en la temporada frutícola en Roca, el dueño de aquella empresa y su hijo me ayudaron para que fuera rotando por todos los sectores de la empresa y viera el trabajo integral del empaque de la producción de manzana y pera. Seguí en la báscula haciendo control de calidad, en el empaque, como jefa de clasificación, control de calidad en distintos empaques que tenía la empresa… entonces iba rotando, cambiando de personal, y cada temporada adquiría más experiencia. En total fueron 10 temporadas”, repasa Fernanda.
Ella trabajaba en enero y febrero; en marzo volvía a la Facultad a cursar. El tiempo de cursado no fue lineal, se presentaron dificultades, otras curiosidades y fue sorteando sus obligaciones con la curiosidad de incursionar por distintos ámbitos, haciendo nuevas experiencias.
“Si bien la empresa me ayudó a solventar mis gastos los primeros años, siempre necesité trabajar y trabaje de todo: bachera, moza, niñera, haciendo pastas y hasta tortas fritas. Subsistí haciendo de todo”, asegura.
“En la segunda mitad de mi carrera me cambié de empresa, me fui a Cervi en la ciudad de Neuquén y estuve cinco temporadas en control de calidad en báscula. Fue una experiencia hermosa, muy satisfactoria. Luego tuve que dejar porque conseguí trabajo fijo en el vivero de una firma grande del Valle”, cuenta.
Llegando a las últimas instancias de la carrera, puso en foco que quería terminar, así que dejó de lado por un tiempo las exigencias laborales. “En abril de 2017 me puse a preparar finales libres. Poniendo cabeza y corazón me terminé recibiendo ese año con la materia más difícil de la carrera (Estadística)”, suspira.
“En el camino me quedaron millones de experiencias y anécdotas, de viajes, de experiencias de todo tipo y especialmente la relación de respeto y fraternidad con los profes de la Facultad. Hoy vuelvo a la facu y todos se acuerdan de mí, tengo amigos acá. Mi vida cambió, mi relación con la vida cambió desde que empecé la Facultad, desde que salí de mi casa con mis cositas y eso fue gracias a la Universidad”, reconoce con lágrimas de emoción.
“Me emociono porque fue mucho esfuerzo, mucho laburo, mucha vida que valió la pena. Hoy puedo decir que estoy bien y siempre con proyectos. Actualmente, con mi pareja tenemos nuestro propio proyecto que es un vivero que funciona en la ciudad de Zapala. Tengo una familia, tres hijos: Agustín, Joaquina y Bruna y no dejo de trabajar”, asegura la Ingeniera que además trabaja en SENASA y cumple funciones en Pino Hachado.
“Estoy así por toda la gente copada que se me cruzó en el camino y por mi papá que se puso al hombro de la crianza de dos niñas que quedaron sin madre”, asegura.
Su comercio se llama “Desde la raíz”, y tiene que ver con esos orígenes humildes que llevaron a Fernanda a batallar la vida siempre con la esperanza de superación y de un futuro mejor. Siempre volviendo a las raíces, para honrar el camino recorrido.
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