Secretos y sacrificios en la competencia de zapallos gigantes
“Ciudad zapallo” es un concurso que el programa PRODA de la secretaría de Producción e Industria, realiza todos los años. En cada edición suma más adeptos y hoy compartimos historias en primera persona.
Este año, el zapallo ganador alcanzó casi 100 kilos y fue cultivado en la Unidad Penitenciaria V de Senillosa. Concursando en la categoría reservada a los zapallos Atlántica Gigante durante la última temporada se volcaron al cultivo de esta variedad en los espacios de huertas que se llevan adelante junto al programa para beneficio de la población carcelaria, cosechando un ejemplar que pesó 91,350 kilos. El segundo premio de la misma categoría fue para Rodrigo Villalba, que año a año viene participando del concurso e incluso fue ganador de una edición anterior, presentando esta vez un zapallo de 82,90 kilos. El tercer puesto quedó en manos de la familia Jara con uno de 80,40 kilos.
“Lleva sacrificio el crecimiento, el cuidado. Estamos muy contentos por el logro”, expresó uno de los ganadores. Cristian Alfonso y Pedro Mendoza, huerteros en los diferentes módulos de la Unidad Penitenciaria, contaron que Martín Palavecino, un compañero de trabajo, fue quien produce este zapallo. “Es nuestra primera experiencia de participación. Más que una competencia es una forma de juntarnos y ver cómo generar nuevas formas de producción”, señalaron.
Rodrigo Villalba contó que ganó en alguna de las tres ediciones en las que participó y agradeció que “incorporen a las personas con discapacidad en este evento”, además en que no dudó en seguir participando en las ediciones venideras.
Cultivar en familia
La familia Jara también obtuvo su reconocimiento y contó “somos una familia constituida por cuatro, Juan Pablo (papá), Fiorella (mamá), Tobias y Santino (hijos). Nuestra huerta está ubicada en el patio de nuestra casa, en Valentina Norte rural de Neuquén. El interés por cultivar nuestro alimento comenzó hace unos siete años aproximadamente”.
“Como vivíamos en un lugar con patio reducido, comenzamos sembrando en cajoncitos de fruta. Luego, nos mudamos a un lugar con más espacio, pero con suelo arcilloso y con mucho salitre. Sin embargo, con guano, compost, sistemas de drenaje, mucho trabajo y dedicación, este año logramos hacer un zapallar en ese suelo. Así cultivamos calabazas gigantes y realmente podemos decir que cuando uno desea cultivar alimentos orgánicos no hay impedimentos para hacerlo. Fue una experiencia realmente buena”, cuentan y rescatan esta actividad hecha en familia.
“Fuimos adquiriendo experiencia mediante búsqueda de información y consejos de quienes tenían más experiencia en esto. El cultivar es parte de querer comer frutas y verduras orgánicas, ricas y saludables, además de ser beneficioso para la economía de nuestro hogar”, aseguraron.
Entre el cable a tierra y el estilo de vida
“Valoramos mucho todo esto, ya que nos satisface en gran medida ver a nuestros cultivos germinar, crecer y dar fruto. También podemos decir que nos resulta un excelente cable a tierra, sin dejar de mencionar lo gratificante que es poder inculcarles este estilo de vida a nuestros hijos, como así también poder impulsar a otros a realizar esta hermosísima práctica”, señalaron los Jara.
“En la edición anterior de ‘Ciudad zapallo’, Tobías se enteró del concurso, pero fue a mitad de verano, así que, ya que nos contagió con su entusiasmo, este año nos propusimos concursar en familia. Nos acercamos a la capacitación que dio el PRODA en septiembre en donde nos entregaron las semillas y entre ellas estaba la de calabaza Atlántico Gigante”, recuerdan.
Fue una experiencia diferente comparada con otras variedades, desde el comienzo notamos que tardó entre veinte y veinticinco días en germinar, la planta tiene un olor más intenso que otros zapallos, sus hojas son más resistentes al frío y más sensibles al sol directo. A medida que fue creciendo buscamos información y aprendimos que necesitaba abundante riego, pero sin encharcamientos y muchos nutrientes para que su fruto crezca gigante”, detallaron.
“Me hace feliz”
Susana Lazo, huertera de Senillosa, contó que su experiencia participando de ‘Ciudad Zapallo’ “ha sido muy linda, yo empecé con una huertita en casa y después comencé a participar de la huerta del Hospital de Senillosa. Este año los zapallos los cultivé en el fondo de la casa de mi hija y es lo más hermoso que me tocó cosechar. Yo siempre tuve huerta porque me gusta y me hace feliz. lo llevo en la sangre, mis abuelos me enseñaron de chica”, asegura.
Criada por sus abuelos, aprendió de ellos el amor por los cultivos. “Eso yo lo llevo en el alma, cuando hablo de esto me emociona”, expresa Susana. “Cuando me enteré de que iban a hacer una huerta comunitaria y terapéutica en el Hospital de Senillosa me inscribí, y desde hace 6 años que participo. Me gusta mucho compartir allí, con mis amigos”, agregó.
“Nos enseñaron a hacer compost, a hacer los pozos donde poníamos el compost para sembrar las semillas del zapallo. En ese tiempo participamos del concurso, pero no competimos, sólo fuimos a vender los zapallos, porque habíamos cosechado muchísimos zapallos de distintas variedades. Pudimos ver y conocer las otras experiencias de huerteras de otros lugares, estuvo muy lindo”, señaló.
Huerta y mucho más
Susana cuenta con orgullo: “Además, trabajo acompañando a chicos con discapacidad, doy talleres de reciclado y el año pasado además de reciclado pude compartir mis saberes sobre huerta, e hicimos allí macetas recicladas y sembramos y cultivamos flores en macetas. El encargado de la huerta del hospital nos ayudó a armar un bancal para sembrar verduras para los chicos”.
“Yo hago huerta en casa, en el patio de casa tengo mis plantas y hago compost. Pero este año le dije a mi hija que, como tiene un espacio ocioso al fondo, lo íbamos a preparar con mi marido e íbamos a sembrar allí. Así que preparamos la tierra, yo siempre tengo guano y compost, así que abonamos bien y sembramos el zapallo gigante, también sembramos gris plomo y calabacita”, aseguró.
Y continuó muy contenta: “Nos dieron semillas de huerta, así que también sembramos choclo, tomates, morrón, pepino, lechuga, acelga, perejil y melón. Tuvimos de todo este año, mi hija fue la que más lo disfrutó, chocha estaba ella con todo eso en el fondo de su casa, y trabajábamos en familia, porque cuando no podíamos ir nosotros a regar, se encargaba ella”.
“Creo que trabajar con la tierra es lo más hermoso que puede haber en el mundo, a los que nos gusta y que trabajamos. Yo me siento orgullosa, acá en casa cosecho de todo un poco y cultivo y comemos las verduras que nosotros sembramos, así que en ese sentido yo me siento feliz”, afirma con el corazón a flor de piel. Y continúa: “A veces, cuando tengo algún problema de salud, o en la familia, lo primero que hago es: me levanto, y voy a mi huerta. Ahí es como que uno descarga todo y se siente bien. Eso me saca adelante”, confiesa.
“Es posible”
María Ester Morales, quiso participar del concurso y replicar la experiencia en su lugar de procedencia, Picún Leufú. “El trabajo en la tierra me conecta con la vida misma, y la vida misma, la naturaleza, con Dios”, asegura
“Lo primero fue querer cultivar y obtener un súper zapallo, priorizando y alimentando sólo uno. Fue tan noble la única semilla, el único plantín, la única planta que reproducimos que nos dio 17 zapallos de la variedad Atlántico Gigante”, cuenta.
“Llevo algunos de mis zapallos para exponerlos y mostrar que es posible, que con trabajo y dedicación con un cambio de mentalidad podemos lograr una comunidad que vea el valor de su tierra”, agrega.
Cuando habla de sus raíces, cuenta que su padre era “peón rural y alimentó del trabajo de sus manos a diez hermanos más”. Su madre, “mujer de campo trabajadora incansable, compañera, hacedora de alimentos “con valor agregado”, como se dice ahora. Ella usaba cada temporada para guardar para la siguiente, de esta manera jamás tuvimos falta de nada. El interés del cultivo es porque da autoabastecimiento al hogar, es ahorro, salud y suma a la economía mediante las ventas de las mismas”.
“Nosotros trabajamos acá en la chacra, producimos 8 hectáreas, se hace tomate, cebolla, berenjena, ají dulce, ají picante, lechuga, repollo, sandías, melones, zapallos en variedades.
Este año hicimos maíz, se hicieron dos variedades, dulce que acá la llaman la variedad de Picún Leufú, que la usan para hacer humitas, (dicen que no existen humitas más ricas que las de acá). También se hizo otra variedad forrajera que se dio muy bien, muy resistente la planta, y producimos para alimentar los cerdos que tenemos. También hacemos pastura fina, este año estamos pensando en hacer unos cuadros de alfalfa, nosotros veníamos haciendo vicia como forraje”, relata.
“Mi idea es poder multiplicar esto. Yo quisiera aquí poder tener un invernadero, un vivero, que pueda también en articulación con el municipio, recibir a que otras personas puedan venir a trabajar, por ejemplo, que sea un espacio posible para el área de discapacidad local, también tener un espacio productivo y terapéutico”, proyecta.
En una unidad penitenciaria, en un hospital o en un patio (propio o prestado), las huertas neuquinas nos conectan con algo más que la alimentación. Las sonrisas de las fotos dan fe de las palabras de Susana: “Trabajar con la tierra es lo más hermoso que puede haber en el mundo”.
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