Las carretas de la Confluencia
¿Cómo podría conformarse un sistema de transporte sin la existencia de caminos seguros ni medios adecuados? ¿Cómo se construye territorialidad si no se llega a cada punto?
Instaladas en la Patagonia las avanzadas militares del Estado argentino, persistía el peligro de introducirse “tierra adentro” para llegar hasta los valles y mesetas que comenzaban a poblarse. La posibilidad de ser vencido en la travesía por el desconocimiento de las sendas, las fuentes de agua y la disponibilidad de pastos, necesarios no sólo para las personas sino también para alimentar los caballos, los bueyes y el ganado vacuno para ser consumido durante el viaje, no animaba a asumir los riesgos.
No sólo se trataba de posibilitar la movilidad de las personas -sean militares, colonos, pobladores, obreros o funcionarios- sino tan o más imprescindible resultaba transportar alimentos, materiales, mercaderías y todo lo necesario para ir ocupando materialmente el territorio, construir viviendas, canales, poblar los campos.
¿Cómo podría conformarse un sistema de transporte sin la existencia de caminos seguros ni medios adecuados para recorrer miles de kilómetros, superando la aventura de quienes se decidían a transitar por sus propios medios?
Derrotados por la geografía
Ya la historia había dejado sentando que aún sin enfrentarse con los pueblos indígenas, quienes avanzaban hacia el desierto equivocando el camino, regresaban derrotados por la geografía. Cuando el General Emilio Mitre decidió salir a combatir a los rankulches de la pampa en sus tolderías, el error al introducirse en una travesía sin agua ni pastos significó retornar derrotado, sin haber entablado una sola contienda con el pretendido enemigo.
La primera vía regular que se estableció para el transporte hacia esta región fue la navegación marítima desde Buenos Aires hasta Carmen de Patagones. Desde allí, en 1880 comenzaron los viajes fluviales de los vaporcitos de la Escuadrilla del Río Negro, inicialmente para atender requerimientos militares y luego civiles.
Frecuentemente, el caudal del río no permitía continuar la navegación más allá de General Conesa, y las carretas permitían que viajeros y mercancías continuaran hasta Roca y otros pueblos que se conformaban. Si las condiciones de navegabilidad lo permitían, los vaporcitos llegaban hasta Neuquén, incluso remontando el río Limay.
Pero ni la capacidad de carga ni la frecuencia de los dos buques que formaban la escuadrilla eran suficientes para hacer frente a necesidades que iban en aumento. Así, comenzaron a intensificarse los viajes de las tropas de carros entre Patagones y Colonia Roca.
Un carro tirado por animales empleaba de diez a doce días para trasladarse, cargando 2.500 kilogramos. Para conducir 30 toneladas de carga se empleaba una expedición de 12 carros. El acondicionamiento de la carga era irregular, y se debía estar pendiente de las lluvias, lo que podía extender el plazo del viaje.
Finalmente llegó el tren
En 1899, con la inauguración del servicio del ferrocarril desde Buenos Aires, quedo conformado el sistema de transporte que conectaría a la región con la capital argentina, y en 1913 la vía férrea se prolongaba hasta Zapala. Pero subsistía la necesidad de comunicación entre las estaciones del ferrocarril, que se constituían como centros de cargas de los productos de la región y plazas de abastecimiento, y las estancias y pueblos distantes de las vías férreas. Las flotas de carretas organizadas por comerciantes que se instalaban en la región comenzaron a frecuentar estos recorridos.
Se cuenta con un testimonio sobre las dificultades que se enfrentaban en el relato de Gabriel Carrasco, funcionario nacional que en el año 1902 se trasladó en ferrocarril desde Buenos Aires a las estaciones Limay (actual Cipolletti) y Neuquén, convertidas en centro comercial de la Confluencia.
Debiendo continuar desde allí hasta Chos Malal, en ese entonces capital neuquina, el guía local lo esperaba con 16 mulas, 4 caballos y un sulky, y una buena carga de alimentos, agua y otros menesteres, que permitieran atravesar el árido territorio. El viaje iniciaba en Cipolletti llegando hasta Chañar en cinco horas y pernoctando en Tratayen; en la segunda jornada se superaba Añelo, último lugar donde se podían obtener algunas provisiones, y de allí el camino se alejaba del río Neuquén, lo que hacía que hasta el quinto día no se contara con aguada ni pastos suficientes a disposición de hombres y animales, sólo “yermos y arenales, donde no hay ni población, ni árboles, ni gente, ni sombra”. Al sexto día de viaje se arribaba a Chos Malal. Y todavía había que transitar el viaje de regreso.
Cuando se trataba del transporte de mercaderías, el movimiento crecía en envergadura y se debía apelar a conjuntos de carretas tiradas por bueyes. Aumentaba la cantidad de animales que debían conducir los carreros, las roturas de las carretas y todas otras circunstancias climáticas e imponderables. El viaje se extendía en tiempo y mayores dificultades. Las tropas debían llegar a parajes y establecimientos alejados, sin que las condiciones de los caminos facilitaran el viaje.
La ocupación de un territorio es la constitución de poblaciones, las vías que las comunican y una actividad económica que permita su sostenimiento y el intercambio con otros territorios, en un medio geográfico que la sociedad va modificando. El inicio de este proceso contó con este medio de transporte, en que hombres y animales enfrentaban las difíciles condiciones de la geografía, comunicando los núcleos poblacionales que iban surgiendo.
En esta nota