Suelo

De vender plaguicidas a sanar el suelo: El enorme y hermoso legado de Julio Merlo a la Patagonia

El ingeniero agrónomo pasó de asesorar sobre agroquímicos a promover la producción orgánica. Desde su chacra en Cipolletti, impulsa la transición hacia la agroecología y comparte su experiencia con productores y universidades.

A los 82 años Julio Merlo sigue recorriendo chacras, dando charlas, enseñando en universidades y observando con atención el suelo. Nacido en Villa Dolores (Córdoba), forjó una vida de trabajo y aprendizaje que lo llevó desde los tabacales de Jujuy y Uruguay, con un paso por la cordillera rionegrina, hasta las chacras del Alto Valle, donde encontró su propósito: producir sin agredir la naturaleza.

Ingeniero agrónomo de profesión, egresado de la Universidad de La Pampa, Merlo trabajó en el INTA de Bariloche, en empresas frutícolas y como docente universitario, hasta que una escena reveladora —una nube de plaguicidas que avanzaba por el cielo— cambió para siempre su mirada. Desde entonces, se dedicó a la producción orgánica y al desarrollo de prácticas agroecológicas que hoy muestran resultados concretos y sostenibles.

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De medalla de oro a pionero orgánico. Este ingeniero de 82 años, mentor del éxito de Aritza, demuestra que la Patagonia tiene condiciones únicas para el cambio.

De medalla de oro a pionero orgánico. Este ingeniero de 82 años, mentor del éxito de Aritza, demuestra que la Patagonia tiene condiciones únicas para el cambio.

Actualmente Julio vive y trabaja en Cipolletti, tiene cuatro hijos, uno de ellos es Leo Merlo, socio de Aritza a quien ayudó con la producción orgánica de la mostaza, que llevó a la empresa a ganar un premio internacional en el 2024. En esta entrevista con +P habla de su historia y no oculta la pasión por lo que hace.

¿Qué lo llevó a iniciar este camino hacia la agroecología?

Lo que se está proponiendo no es que todos se vuelvan orgánicos de un día para otro, sino que se inicie un proceso. La agroecología es un camino posible, y las condiciones de la Patagonia lo permiten. Se trata de producir alimentos sanos, nutritivos y con impacto positivo en la salud y el ambiente. El desafío es comenzar. Tengo una parcela experimental con siete años consecutivos de resultados concretos, abierta a todos los productores que quieran ver y aprender.

¿Cuáles son sus orígenes y cómo llego a estudiar agronomía?

Soy de Villa Dolores, Córdoba, de una familia muy numerosa: catorce hermanos. Mi padre era talabartero y estaba ligado al campo. Éramos humildes, pero nunca faltó la comida. Fui muy estudioso, terminé el secundario con medalla de oro, y gracias a un profesor —Agustín Castellano— pude estudiar Agronomía en La Pampa. Él me consiguió una beca y hasta me pagó el viaje. Esa generosidad marcó mi vida.

Al tercer año (del secundario) conocí a mi señora, mi primera novia, con ella compartí toda la vida y en el 2018 fue un golpe muy duro para mí (cuenta emocionado). Era mi apoyo, mi consejera, mi compañera, todo. Con ella tuvimos cuatro hijos, todos estudiaron, están radicados acá en el Valle y tengo 12 nietos.

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La generosidad de un profesor marcó su vida. A sus 82, Merlo paga esa deuda enseñando en la UBA y promoviendo la "revolución biológica" en el campo.

La generosidad de un profesor marcó su vida. A sus 82, Merlo paga esa deuda enseñando en la UBA y promoviendo la "revolución biológica" en el campo.

¿Cómo fue su experiencia profesional antes de llegar al Alto Valle?

Después de recibirme trabajé en las tabacaleras para Philip Morris, en Salta y Jujuy, y luego en Uruguay para una empresa griega. Pero quería formar una familia y decidí volver. Entré por concurso al INTA de Bariloche, donde trabajé con australianos en nutrición de pasturas. Ahí aprendí a amar el suelo. Después me radiqué en el Valle, trabajé en Atanor en desarrollo de productos y como docente universitario. Me especialicé en sanidad frutal y en control de plagas, sobre todo carpocapsa, que era un problema serio.

¿Cómo era la fruticultura en aquellos años?

Había muchos productores al frente de sus chacras, trabajando a la par de los obreros. Se usaba guano, pero también muchos productos químicos. Era otro tiempo: la manzana se pagaba bien y con pocas hectáreas se podía vivir muy bien. Pero con los años llegó la competencia internacional y las crisis económicas y todo cambió. Muchas cooperativas desaparecieron y el modelo se agotó.

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"Suelo sano, planta sana, hombre sano". El legado de Merlo: logró reducir 76% los químicos y comparte su parcela experimental para inspirar a otros.

"Suelo sano, planta sana, hombre sano". El legado de Merlo: logró reducir 76% los químicos y comparte su parcela experimental para inspirar a otros.

¿Qué lo hizo cambiar de enfoque y dedicarse a lo orgánico?

Fue un impacto muy fuerte. Un día, asesorando una empresa, subí a una barda para buscar mejor señal telefónica y vi una nube de plaguicidas que avanzaba hacia el pueblo. Ahí comprendí que el problema no era solo la chacra, sino todo el Valle. Desde ese momento decidí cambiar. Hace treinta años que me dedico a la producción orgánica. Pasar del uso de agroquímicos a una “tecnología de procesos” no fue fácil, pero aprendí a mirar la planta y el suelo. En el convencional actuamos sobre los síntomas; en lo orgánico trabajamos sobre las causas.

¿Qué proyectos destacaría de su experiencia en producción orgánica?

Asesoré a empresas que empezaban con la producción orgánica, como Coletti y Moño Azul. También trabajé en 250 hectáreas en El Chañar. Desde hace tres años doy clases en la Universidad de Buenos Aires, en un posgrado de agroecología. Es un placer ver el interés de los colegas y compartir experiencias con gente de otros países.

Usted habla de una “revolución biológica” ¿A qué se refiere?

A lo que está ocurriendo hoy con el conocimiento del suelo y los microorganismos. Hace 16 años comencé a desarrollar un consorcio de microorganismos naturales. Estos seres son los que sostienen la vida del suelo: proveen minerales, hormonas y fortalecen el sistema inmune de las plantas. En mi parcela agroecológica en Cipolletti logré reducir un 76% el uso de químicos. Y los resultados son increíbles: fruta crocante, aromática, con sabor a naturaleza.

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Tras un golpe personal, Julio Merlo se aferró a la tierra. Su método: mirar la planta y el suelo. El desafío es simple: perder el miedo al cambio.

Tras un golpe personal, Julio Merlo se aferró a la tierra. Su método: mirar la planta y el suelo. El desafío es simple: perder el miedo al cambio.

¿Qué mensaje le gustaría transmitir a los productores del Valle?

Que no tengan miedo. El miedo al cambio paraliza. Tenemos condiciones excepcionales para producir sano, sin agredir la naturaleza. Esto es válido para todos los cultivos: frutales, hortalizas, pasturas, viñas. Los invito a venir, a ver los resultados. Este camino es posible y beneficioso. Como digo siempre: suelo sano, planta sana, hombre sano. Ese es el objetivo fundamental.

Julio Merlo construyó durante estos años un legado de aprendizaje y amor por la tierra. Hoy, continúa enseñando, investigando y compartiendo su experiencia con nuevas generaciones. “La naturaleza es nuestra maestra”, repite. Desde su chacra en Cipolletti, busca inspirar una transición que combine conocimiento, respeto y trabajo colectivo. “La salud del suelo es la base de todo —dice—. De ahí parte la vida.”

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