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Vino orgánico de la Patagonia: La contradicción de un nicho en jaque

La Patagonia, cuna de vinos de alta gama, ve caer su producción orgánica. ¿Es una crisis pasajera o el fin de una era para una región que apostó por lo sustentable?

La viticultura orgánica argentina, definida como un sistema de producción sustentable que excluye productos de síntesis química, vive una dualidad compleja. Mientras las cifras nacionales muestran un impresionante crecimiento acumulado del 184,7% en la superficie de vid orgánica durante la última década, los datos más recientes revelan una contracción que afecta de manera desproporcionada a una de sus regiones más emblemáticas: la Patagonia.

De hecho, el análisis de las cifras de producción de 2025 del último informe del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), enciende las alarmas sobre la viabilidad y el futuro de este nicho de alto valor agregado en el sur del país.

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A nivel nacional, la cosecha de uva orgánica registró una leve disminución del -1,7% en 2025, totalizando 735.763 quintales. Sin embargo, al desglosar los datos por provincia, emerge una realidad preocupante para la Patagonia. Las dos provincias de la Patagonia Norte, Río Negro y Neuquén, sufrieron caídas drásticas en su producción orgánica, muy por encima de la media nacional.

Río Negro registró una contracción del -19,4%, mientras que Neuquén se desplomó un -22,8%. La tendencia se agrava si se incluye a Chubut, otra provincia patagónica, que vio su producción orgánica caer un -25,5%. Estas cifras contrastan fuertemente con las de las principales provincias productoras, Mendoza y San Juan, que lograron aumentar su cosecha orgánica en un 0,6% y un 5,5% respectivamente.

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Peso estratégico

La paradoja se profundiza al analizar la importancia relativa de la producción orgánica dentro de cada provincia. A pesar de la caída en el volumen, el modelo orgánico tiene un peso estratégico significativamente mayor en la Patagonia que en otras regiones.

En Río Negro, el 8,5% de toda la uva cosechada en 2025 fue orgánica, más del doble del promedio nacional del 3,8%. En Chubut, la proporción es aún más extrema, alcanzando un asombroso 73,8% de su producción total. Neuquén, con un 2,4%, mantiene una participación más modesta pero igualmente relevante en el contexto de vinos de alta gama.

Esto sugiere que la viticultura patagónica hizo una suerte de apuesta identitaria y estratégica por la producción orgánica, lo que convierte la actual crisis de volumen en una amenaza directa a su modelo de negocio y posicionamiento de mercado.

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Las razones

¿Qué factores explican esta disonancia regional? Si bien el informe del INV no detalla las causas específicas de la caída patagónica, el contexto nacional ofrece pistas cruciales. El motor del sector orgánico argentino es, de forma abrumadora, la exportación.

En 2024, los envíos de vino orgánico crecieron un 21,6%, con un mercado internacional robusto liderado por Estados Unidos, Reino Unido y Suecia. En contraposición, el mercado interno se muestra errático y débil: el volumen de vino orgánico certificado para consumo en Argentina se desplomó un -41,3% en el último año, tras un 2023 récord.

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Este escenario sugiere que los productores patagónicos, altamente dependientes de nichos de calidad y mercados externos, podrían estar enfrentando mayores dificultades logísticas, climáticas o de costos que sus pares en Cuyo para satisfacer una demanda global exigente, mientras el mercado local no ofrece un colchón para absorber su producción.

La contracción productiva en la Patagonia no es solo una estadística; es un síntoma de las tensiones que enfrenta un sector que, aunque exitoso en el extranjero, evidencia una fragilidad estructural en una de sus regiones más distintivas. El desafío para los actores patagónicos será revertir esta tendencia para que su apuesta por la sustentabilidad no se convierta en su talón de Aquiles.

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