¿Es posible que China inunde el mercado argentino con sus peras?
En los próximos días llegarán las primeras peras provenientes de China al mercado argentino. Es el mayor productor mundial de esta fruta.
Este fin de semana, una noticia inesperada comenzó a circular con fuerza en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén, una de las principales regiones productoras de peras del hemisferio sur: un barco procedente de China partió con destino a la Argentina, transportando contenedores cargados con peras chinas. El anuncio encendió una luz de alarma en el corazón productivo frutícola del país, no tanto por el volumen puntual de la carga, sino por lo que representa en términos de señales económicas y comerciales.
El envío, según los últimos datos disponibles, consiste en unas 2.600 cajas de peras, de las cuales 2.000 están destinadas al mercado argentino. El total transportado suma poco más de 50 toneladas de fruta, con un valor estimado de aproximadamente 35.000 dólares. La operación fue realizada por la empresa Butu Don Fang Fritz y, aunque su escala es marginal en relación con el mercado local, simboliza un punto de inflexión que muchos prefieren no ignorar.
Lo primero que salta a la vista es el contraste entre la distancia recorrida por esta fruta —alrededor de 20.000 kilómetros— y su aparente competitividad en el mercado de Buenos Aires. ¿Cómo puede una fruta importada desde el otro lado del mundo, con todos los costos logísticos, arancelarios y de transporte internacional que ello implica, llegar a precios competitivos con la pera producida localmente? La respuesta probablemente pareciera estar relacionada con uno de los problemas estructurales de la economía argentina: el atraso cambiario.
La relación desfasada entre el peso argentino y las principales monedas internacionales hace que muchos productos importados resulten más baratos que los nacionales. Esta distorsión no solo afecta a la industria tecnológica o textil; también se empieza a manifestar en sectores tan sensibles como el agroalimentario. En este contexto, la pera importada de China se convierte en un símbolo preocupante.
Para entender el alcance de esta amenaza potencial, es necesario observar el contexto global de la producción de peras. China es, con diferencia, el mayor productor mundial de esta fruta. Para la temporada 2024-2025, se estima que la producción superará los 20 millones de toneladas. Esta cifra es abrumadora si se la compara con las 600.000 a 700.000 toneladas que produce en promedio la región de los Valles de Río Negro y Neuquén. En otras palabras, China produce más de 30 veces lo que cosecha anualmente la Argentina.
Desde la temporada 2018-2019, el crecimiento de la producción china ha sido sostenido, pasando de 17 millones a más de 20 millones de toneladas en apenas cinco años. Si bien una parte importante de esta fruta se destina al consumo interno —en línea con la política china de autosuficiencia alimentaria—, el país también exporta volúmenes considerables: en la última campaña, cerca de 660.000 toneladas de peras salieron de China hacia otros mercados, según datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA).
Esa cifra equivale, por sí sola, a la producción total de una temporada entera de peras producida en los valles del norte de la Patagonia. Actualmente, las exportaciones chinas de peras se concentran en Asia, Medio Oriente y algunas naciones europeas. Sin embargo, lo que genera inquietud en los productores argentinos no es tanto el presente como la posibilidad de un cambio en los destinos de exportación a mediano o largo plazo.
El consumo interno de peras en la Argentina ronda las 105.000 a 120.000 toneladas anuales. Si solo una pequeña fracción de las 660.000 toneladas de peras que exporta China se dirigiera al mercado argentino, podría generar un impacto considerable en los precios locales. La presión en las góndolas sería inmediata y conduciría a una baja aún mayor de los valores que recibe el productor del Alto Valle, que ya se encuentra operando con márgenes extremadamente ajustados.
La posibilidad de que China utilice a la Argentina como nuevo destino de sus exportaciones, en un contexto donde ya ha mostrado interés por mercados sudamericanos como Brasil, no puede descartarse del todo. Si bien en el corto plazo parece improbable una "invasión" de peras chinas, la potencialidad de una diversificación de destinos por parte del gigante asiático permanece como una amenaza latente.
Argentina, en desigualdad de condiciones
Más allá de los volúmenes, lo que también preocupa a los actores del sector frutícola argentino es la desigualdad de condiciones con la que se da esta competencia. En Argentina, los costos productivos, logísticos y fiscales son elevados, los márgenes de rentabilidad son bajos, y las políticas de incentivo a la exportación prácticamente no existen. En contraste, China opera con economías de escala monumentales, una estructura logística moderna y una política estatal que promueve la competitividad internacional de sus productos.
Además, para un país que se posiciona como el segundo exportador mundial de peras, resulta paradójico que no pueda blindar competitivamente su propio mercado interno frente a productos similares de origen extranjero.
La llegada de este cargamento desde China debe interpretarse como una advertencia. Aunque hoy los números sean pequeños, la tendencia a futuro puede ser preocupante si no se toman medidas. Es fundamental revisar la política cambiaria, tributaria y laboral que afecta la competitividad del sistema, priorizar la producción local y promover acuerdos comerciales que defiendan los intereses de los productores nacionales.
En definitiva, lo que está en juego no son solo algunas toneladas de fruta importada. Se trata de la viabilidad a largo plazo de una de las economías regionales más emblemáticas de la Argentina. La pera china puede ser hoy apenas una anécdota logística. Pero, si no se presta atención a las señales, mañana podría convertirse en un golpe decisivo para la fruticultura argentina.
Las peras de China no son (aún) una amenaza
La llegada de peras de China al mercado interno argentino no representa una amenaza real de corto plazo, principalmente por una razón clave: las variedades que China produce y exporta son radicalmente distintas a las que consume el mercado argentino.
China es conocida por cultivar peras de tipo asiático, como las variedades Snow, Crown y Nanguo, que tienen características físicas, texturas y sabores muy distintos a los que el consumidor argentino está acostumbrado. Estas peras son de forma redondeada, con piel más gruesa y carne crujiente, mientras que en Argentina predominan las peras jugosas y dulces como la Williams o la Packham’s Triumph, que lideran ampliamente el consumo interno.
Este dato, en principio técnico, tiene implicancias comerciales: la fruta china no compite directamente en el mismo segmento de consumo que la nacional. Esto significa que, al menos por ahora, no hay riesgo de que el producto extranjero desplace al local en las góndolas o genere una baja masiva de precios.
Sin embargo, desde el sector empresarial aclaran que este escenario podría cambiar en el mediano o largo plazo si China lograra introducir una variedad de pera con características organolépticas —es decir, sabor, textura y jugosidad— que se adapten mejor al gusto argentino. Si ese producto además llega con precios competitivos, podría ganar terreno, como ha sucedido históricamente con otras frutas importadas.
Frente a esta realidad, productores y exportadores del Valle de Río Negro y Neuquén ven una oportunidad estratégica más que una amenaza. Consultados por +P, varios referentes del sector destacaron que el episodio debería servir como punto de partida para discutir una relación comercial más equilibrada con China.
Actualmente, mientras los productos chinos pueden llegar a la Argentina sin mayores restricciones logísticas ni burocráticas, el camino inverso es mucho más complejo. Para exportar peras desde nuestro país hacia el mercado chino, los operadores locales deben cumplir con una larga lista de protocolos fitosanitarios y trámites administrativos, lo que les impide actuar con rapidez ante oportunidades puntuales, como un alza de precios o una demanda repentina en esos mercados de destino.
En palabras simples: China puede reaccionar en cuestión de horas y despachar un barco hacia Buenos Aires, mientras que un exportador argentino no puede hacer lo mismo hacia Shanghái o Guangzhou sin atravesar una serie de controles que toman semanas o meses.
Por eso, la mirada del sector está puesta en lograr una mayor reciprocidad comercial, que permita a la pera argentina acceder con mayor fluidez a un mercado tan masivo como el chino, con más de 1.400 millones de consumidores. En un contexto donde la competitividad está en jaque, abrir oportunidades de exportación puede ser tan clave como defender el mercado interno.
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