Llegar a ser Chacarero, otra historia mínima de la fruticultura
No fue algo sencillo para los chacareros, en los primeros momento de la historia del Valle, poder acceder a las tierras productivas de la región.
Cuando los gobiernos nacionales enajenaron sus nuevos dominios en la Patagonia, tras la Campaña del Desierto, las noticias de que el acceso a la tierra en Argentina para los pequeños y medianos agricultores estaba prácticamente clausurado volvieron a cobrar actualidad. Favoreciendo a la clase propietaria de la pampa húmeda y las personalidades cercanas a los sectores del poder político y económico, las tierras públicas se vendieron sin contemplar la posibilidad de estimular la radicación de población nativa e inmigrante que buscaba afincarse en terrenos aptos para la actividad productiva, mediante un plan de venta o reparto de la tierra en forma adecuada a la realidad de quienes no contaban con capital suficiente.
El reparto de las tierras incluyó, fundamentalmente, a los militares expedicionarios. Se estipulaba la entrega de lotes de 1.500 a 8.000 hectáreas para los jefes y oficiales, y de 100 hectáreas para cada soldado, una vez cumplido el término de su enganche o que quedara incapacitado para el servicio. También se le adjudicaba a la tropa una chacra y solar en el pueblo.
Todo esto resultaba una ficción para los pequeños adjudicatarios, que sin medios para llegar a la Patagonia e iniciar un emprendimiento por cuenta propia, transferían sus derechos a precio vil, pasando estos a la cartera de acaparadores de títulos, quienes sin haber participado de expedición alguna ni conociendo las nuevas tierras, hacían valer los certificados adquiridos a los soldados de línea para quedarse con grandes extensiones.
Los beneficiarios de este sistema de apropiación solían encontrarse con ocupantes de las tierras, que se habían adelantado en traer sus pequeños rebaños de ovejas al sur del río Colorado. Comenzó allí el intento de desalojar a estos. Se fue configurando así una estructura de propietarios, arrendatarios e intrusos. Así, comienza la diferenciación y el conflicto entre propietarios y poseedores, cuestión que se repetía en varios lugares del país.
Los escasos intentos de colonización públicos y privados, terminaron defraudando las expectativas de quienes arribaban con la esperanza de encontrar tierras aptas para la producción. Los negocios especulativos, la inexistente disponibilidad de una infraestructura de riego, las condiciones de tierras que nunca habían sido cultivadas, desalentaron a los recién llegados, en muchos casos ocasionando su partida luego de intentar acceder a terrenos aptos para la actividad.
Las condiciones para poder transformarse en propietario de una chacra en el Alto Valle del río Negro comenzaron a modificarse a partir de las nuevas infraestructuras de riego y transporte que se fueron construyendo a principios del siglo XX. La empresa inglesa concesionaria del Ferrocarril Sud, que había extendido el riel hasta la Confluencia de los ríos Limay y Neuquén, fue encargada por el gobierno nacional de la construcción del canal principal de riego. A través de una sociedad afiliada, la Compañía Tierras del Sud, unieron su negocio del transporte al fraccionamiento agrícola, comprando un campo privado para posteriormente dividirlo en pequeñas parcelas, y comercializarlo mediante su venta a los nuevos productores. Estas tierras dieron origen a la colonia La Picasa, actual localidad de Cinco Saltos, y en pocos años la Compañía ya había vendido la mayor parte de las chacras.
Pero su objetivo era más amplio que el interés inmobiliario, ya que la futura producción de esas tierras debería estar orientada a aportar volumen de carga para su transporte por ferrocarril. Habiendo incursionado en otras provincias del país en proyectos similares, los ingleses montaron una estación experimental adyacente a los nuevos agricultores propietarios, y su visión sobre las posibilidades comerciales que mostraba la producción frutícola en el mercado nacional e internacional constituyó el estímulo central de la definición del modelo productivo regional.
Los dueños de las grandes propiedades existentes, vieron la posibilidad de fraccionar sus tierras y venderlas en unidades de menor tamaño, aprovechando la valorización creciente de la hectárea de campo, derivada de la disponibilidad de agua para riego en condiciones satisfactorias. Ya la época de los cultivos extensivos llegaba a su fin, y se necesitaba de nuevos actores que incursionaran en la fruticultura y el cultivo de la vid.
Así, los propietarios vendieron fracciones de tierras, habitualmente en extensiones de entre 5 y 10 hectáreas, que podían ser atendidas por el trabajo de las nuevas familias propietarias. La hectárea que habían adquirido a $2,50 al gobierno nacional salía al mercado a precios de $600 a $800. Este proceso se fue extendiendo en las tierras del Alto Valle. El sistema de venta de las chacras era el “Remate”, y los créditos bancarios con los cuales los nuevos propietarios cancelaban el importe de la compra serían, en muchos casos, una espada de Damocles, la amenaza persistente de un peligro de perder la tierra ante una cosecha con bajo rendimiento o precios poco satisfactorios.
Aún por varios años más, la fisonomía del valle mostraría el predominio de la alfalfa, dado que los nuevos propietarios necesitaban generar un ingreso anual que les permitiera sostenerse y afrontar la deuda bancaria por la compra de las tierras. Pero el trabajo familiar, la ocupación en otros oficios, la venta de productos de estación y los años de espera hasta que las nuevas plantaciones entraron en producción, dieron sus frutos y el valle superior del río Negro vio surgir al chacarero, y a una nueva realidad social de miles de pequeños productores, que fundaron la fruticultura valletana.
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