Récord de 210.600 toneladas de peras para la industria: ¿una señal de alarma?
La cifra marca un récord y refleja un problema estructural: la baja calidad de la fruta en el Alto Valle obliga a destinar cada vez más peras a jugos.
Durante los primeros ocho meses de 2025, la producción de peras en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén volvió a exponer con crudeza las tensiones entre volumen, calidad y destino de la fruta. Según estadísticas oficiales del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA), un total de 210.600 toneladas de peras fueron destinadas a las industrias de jugos concentrados y usos alternativos. El número no solo representa un crecimiento interanual del 12%, sino que marca un salto del 20% respecto de la media del último lustro (2020-2024).
Este volumen constituye un nuevo récord para la última década y confirma una tendencia que, aunque positiva en términos de absorción industrial, revela de fondo un problema mucho más grave: la pérdida de calidad de la fruta destinada al consumo en fresco y a la exportación.
Una curva ascendente que delata la crisis
Los datos muestran un recorrido sostenido. En 2019, la industria absorbía 154.900 toneladas de peras en los primeros ocho meses del año. Seis campañas después, la cifra trepó a 210.600 toneladas, lo que implica unas 57.000 toneladas adicionales orientadas a procesos industriales.
El crecimiento, que en primera lectura podría interpretarse como dinamismo del sector, es en realidad un reflejo de la crisis estructural que atraviesa la fruticultura regional. El problema radica en que una porción creciente de la cosecha no alcanza estándares de calidad suficientes para abastecer al mercado fresco ni mucho menos a la exportación, donde los precios son superiores y la pera argentina mantiene alta demanda.
La ecuación es clara: cuanto más crece la proporción de fruta destinada a la industria, más se amplía la brecha de rentabilidad para productores y empacadores. La industria paga valores sustancialmente menores a los que se obtienen en góndolas internas y, sobre todo, en mercados externos.
La mayor parte de la pera que se canaliza hacia la industria se orienta a la elaboración de jugos concentrados, cuyo destino final es mayoritariamente el mercado de Estados Unidos. En contraste, el jugo de pera que se comercializa en el mercado interno es marginal: apenas unas pocas empresas lo colocan en góndolas locales, generalmente como insumo para mezclas multifruta.
El dato de este año sorprende incluso en perspectiva internacional. Del total de peras comercializadas en el Alto Valle —583.100 toneladas en los primeros ocho meses de 2025—, la porción destinada a la industria (210.600 toneladas) equivale al 36%. Una proporción considerablemente más alta que en países productores del hemisferio norte como Italia, Países Bajos o Bélgica, donde los índices rara vez superan el 20%. Incluso frente a referentes del hemisferio sur como Sudáfrica o Chile, que rondan el 25%, la región muestra una dependencia industrial preocupante.
Mercado interno: poca calidad y baja participación
Otro dato que preocupa es la performance del mercado interno. SENASA informa que entre enero y agosto se enviaron 77.900 toneladas de peras a las góndolas locales, lo que marca un incremento interanual del 5%, aunque supone una caída del 10% respecto del promedio 2020-2024.
En la comparación histórica, 2025 aparece como el segundo peor año de la década en cuanto a envíos al mercado doméstico. Y la estadística esconde un problema aún mayor: menos del 20% de la fruta que llega al consumidor argentino presenta la calidad suficiente para generar precios rentables en la cadena. El resto son peras de baja calidad que apenas logran cubrir costos en un mercado ya de por sí deprimido.
Así, del total comercializado en fresco e industrial —583.100 toneladas—, apenas un 13% se destina al mercado interno. La mayor parte se reparte entre exportación y procesos industriales.
Si bien la exportación de peras argentinas sigue siendo un pilar clave, al representar más del 50% del total comercializado en el Alto Valle, el problema radica en la masa crítica de fruta que queda fuera de este circuito. Cerca de 290.000 toneladas —sumando industria y mercado interno— corresponden a fruta de baja calidad. Allí se concentra el mayor desafío para la fruticultura regional: mejorar estándares para reconvertir esos volúmenes en productos de mayor valor agregado.
Un problema de calidad estructural
Expertos del sector coinciden en que la situación actual no responde a un fenómeno coyuntural, sino a un deterioro sostenido de la calidad productiva. Factores como el manejo deficiente en chacras, la falta de inversiones en tecnología y sistemas de riego, la ausencia de programas masivos de renovación varietal y la creciente presión de costos, han configurado un escenario donde la fruta fresca pierde competitividad frente a sus competidores internacionales.
La situación no se limita a la pera: la manzana atraviesa un deterioro similar, lo que sugiere un problema sistémico en la fruticultura del Valle.
La referencia con otros países productores resulta inevitable. En Italia o Bélgica, los índices de fruta destinada a industria rara vez superan el 20%, mientras que en Chile y Sudáfrica rondan el 25%. En el Alto Valle, el 36% es un indicador contundente de la dificultad para mantener estándares de calidad en el mercado fresco.
La comparación deja en evidencia no solo una pérdida de competitividad externa, sino también un costo social y económico para una región que depende fuertemente de la fruticultura como motor productivo y generador de empleo.
El desafío hacia adelante
La campaña 2025 deja varias certezas. Por un lado, el dinamismo de la industria de jugos concentrados sigue ofreciendo una salida para una porción significativa de la producción. Pero, por otro, se profundiza la necesidad de revisar la estructura productiva y comercial del Valle.
Los especialistas subrayan que se requiere un plan integral que incluya:
Inversiones en reconversión varietal para adaptarse a las demandas de los mercados internacionales.
Capacitación y asistencia técnica a productores en manejo de chacras.
Incentivos para mejorar la calidad del producto destinado tanto al consumo interno como a la exportación.
Políticas públicas de acompañamiento que faciliten financiamiento e infraestructura para la modernización del sector.
El futuro de la pera —y, en general, de la fruticultura del Alto Valle— dependerá de la capacidad de transformar la actual crisis de calidad en una oportunidad para reposicionar la región en el mapa global.
Por lo pronto, los números hablan por sí solos: más fruta se procesa en industria, menos se destina a mercados frescos de alto valor, y la brecha de rentabilidad se amplía. La fruticultura del Valle sigue siendo una marca de identidad regional, pero enfrenta un desafío decisivo: recuperar la calidad perdida para no quedar atrapada en el círculo de la industria de bajo precio.
Fuente: Redacción +P.
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