Kelleñ: el fruto mapuche que conquistó Europa y cambió la historia de la frutilla
Desde los antiguos huertos mapuches, el Kelleñ, o Frutilla Blanca chilena, marcó un antes y un después en la historia de la fruticultura mundial.
En los valles del sur de Chile, donde los ríos serpentean entre bosques y montañas, crece un fruto que parece salido de un relato antiguo: la Frutilla Blanca, también conocida como frutilla chilena o, científicamente, Fragaria chiloensis ssp. Lejos de ser una simple rareza de jardín, esta fruta es un verdadero tesoro del patrimonio frutícola del país, cultivada durante más de un milenio por los pueblos pehuenche y mapuche, quienes la llamaban Kelleñ. Para estas comunidades, la Frutilla Blanca no era solo alimento; era un símbolo de la conexión con la tierra, de las estaciones que marcaban la vida cotidiana, y un fruto que contaba historias de tradición, conocimiento ancestral y cuidado del entorno natural.
La evidencia histórica y arqueológica ubica la domesticación de esta fruta en el sur de Chile. Allí, la Frutilla Blanca comenzó su viaje silencioso a lo largo de la costa del Pacífico americano, expandiéndose hacia el norte y hacia el sur. Su presencia se volvió un elemento cotidiano en las huertas y terrenos de los pueblos originarios, quienes comprendían los ritmos de su cultivo y aprovechaban sus propiedades nutritivas.
De Chile a Europa: el inicio de un legado mundial
El viaje de la Frutilla Blanca más allá de Chile comienza a inicios del siglo XVIII, cuando el ingeniero francés Amédée-François Frézier llegó al país con fines cartográficos y científicos. Frézier quedó fascinado por la flora local, y entre sus descubrimientos estaba la delicada frutilla blanca. Decidió llevar varias plantas a Europa, con la intención de introducir un nuevo cultivo que pudiera florecer en los jardines franceses.
Sin embargo, las plantas trajeron un misterio: muchas de ellas eran predominantemente femeninas y, por sí solas, no producían frutos completos. Fue entonces cuando el botánico Antoine Nicolas Duchesne entró en escena. Duchesne realizó un cruce con la Fragaria virginiana de Norteamérica, y el resultado fue la famosa frutilla roja, ampliamente conocida y consumida hoy en todo el mundo. Así, la Frutilla Blanca chilena pasó a ser la “madre” de la frutilla comercial moderna, un legado que combina ciencia, exploración y tradición.
El hecho de que un fruto nacido en los valles del sur de Chile haya dado origen a la frutilla que hoy se cultiva en todas partes del mundo no solo refleja su valor agrícola, sino también su importancia como patrimonio cultural. Cada Frutilla Blanca es un recordatorio de los conocimientos ancestrales, de los viajes de exploradores europeos y de cómo la interacción entre diferentes especies puede dar lugar a un alimento que cambiaría la historia de la gastronomía global.
Características únicas que la distinguen
La Frutilla Blanca no solo se destaca por su historia, sino también por su sabor y su apariencia inconfundibles. Su dulzor intenso, con matices que recuerdan a piña o durazno, la diferencia de cualquier otra variedad de frutilla. Su color blanco se mantiene firme debido a la ausencia de una proteína que activa el pigmento rojo, mientras que su piel finísima y su aroma herbáceo la convierten en un fruto elegante y delicado, casi etéreo.
Cada bocado de Frutilla Blanca es una experiencia sensorial que conecta con la naturaleza y la historia: es la fruta que los pueblos originarios saboreaban hace más de mil años, la que viajó a Europa y que inspiró una de las frutas comerciales más populares del mundo. Además, posee un valor cultural incalculable: como Kelleñ, es parte del legado mapuche, un símbolo de identidad y vínculo con la tierra.
Florece en primavera, y su área de distribución se extiende desde la Región del Maule hasta Aysén. Sin embargo, su cosecha es delicada: la fruta no madura después de ser recolectada, por lo que el momento exacto de corte es crucial para garantizar su sabor y aroma. Su temporada es breve, generalmente entre mediados de diciembre y fines de enero, lo que la convierte en un tesoro efímero que cada año despierta expectativa entre quienes la conocen.
Entre tradición y desafíos comerciales
Actualmente, la Frutilla Blanca se produce a pequeña escala en Chile, concentrándose principalmente en las regiones del Maule, Biobío y La Araucanía. Su comercialización ha disminuido frente a la frutilla roja, más productiva y fácil de cultivar en grandes cantidades. Sin embargo, su valor histórico, patrimonial y gastronómico le da un potencial único en el mercado gourmet.
Chefs, restauradores y aficionados a la fruta valoran sus características: su sabor intenso, su textura delicada y su aroma particular, imposible de encontrar en otras variedades. Además, el hecho de que sea la “madre” de la frutilla roja añade un relato que enriquece su consumo: cada fruta es un pedazo de historia viva, un fruto con identidad y origen.
Claves para cultivar la Frutilla Blanca
Quienes desean cultivar Frutilla Blanca deben considerar varios aspectos fundamentales para asegurar éxito y calidad. Lo ideal es seleccionar un sitio soleado con buen drenaje, enriquecer el suelo con compost y plantar en otoño o primavera, dejando al menos 45 cm entre cada planta. El riego debe ser uniforme y cuidadoso, evitando mojar las hojas, y los estolones deben podarse para concentrar la energía de la planta en la producción de fruta.
La cosecha exige precisión: la fruta debe recogerse cuando está completamente blanca, sin rastros de verde. Solo así se garantiza su sabor intenso y aroma característico. Con un manejo adecuado, la planta puede producir frutos nuevamente la temporada siguiente, e incluso en el mismo verano si se planta temprano. Este cuidado refleja la delicadeza histórica con la que los pueblos originarios manejaban sus cultivos, respetando los ritmos naturales de la planta.
Gastronomía y valor patrimonial
Más allá de su historia y cultivo, la Frutilla Blanca tiene un espacio privilegiado en la gastronomía. Su sabor dulce con notas de piña y durazno la hace ideal para postres sofisticados, helados artesanales, mermeladas finas y combinaciones con chocolate o frutos secos. Su aroma herbáceo aporta complejidad a cualquier preparación, y su textura delicada la convierte en un ingrediente que exige respeto y precisión.
Su valor patrimonial también es significativo. Rescatar la Frutilla Blanca no es un acto nostálgico, sino un gesto de diversidad agrícola y conservación cultural. Representa la relación histórica de los pueblos mapuche y pehuenche con la tierra, la transferencia de conocimientos de generación en generación y la riqueza de un ecosistema que permitió su domesticación y expansión.
Un legado vivo
La Frutilla Blanca chilena sigue siendo un recordatorio de la importancia de preservar la diversidad frutícola y cultural. Su historia, que conecta la tradición indígena con la exploración europea y la ciencia botánica, nos invita a valorar no solo el fruto, sino todo el conocimiento y la historia que lleva consigo. Cada primavera, cuando las flores blancas se abren y los frutos comienzan a formarse, es como si se reavivara un vínculo milenario entre la naturaleza, la cultura y la gastronomía.
En un país con una biodiversidad frutícola tan vasta como Chile, la Frutilla Blanca representa la armonía entre tradición y modernidad. Es una fruta que recuerda a los antiguos agricultores indígenas, que viajó por el mundo y dio origen a la frutilla roja, y que hoy sigue floreciendo en pequeños huertos y jardines, esperando ser descubierta por nuevas generaciones.
Su existencia es un llamado a proteger y valorar los frutos locales, a mantener viva la historia y a redescubrir sabores que han formado parte de la identidad chilena durante siglos. La Frutilla Blanca no es solo un fruto: es memoria, cultura y sabor, un legado vivo que merece ser disfrutado y conservado, una joya que conecta pasado, presente y futuro.
Fuente: Redacción +P con aportes de Reporte Agrícola.
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