Estados Unidos

EE. UU. promete inyectar 40.000 millones de dólares en Argentina y el mercado responde con más desconfianza

El respaldo de EE. UU. a Javier Milei marca un giro inédito en la política exterior de Trump hacia América Latina. Pero el experimento argentino enfrenta su primera gran prueba de credibilidad.

La relación entre Estados Unidos y Argentina ha conocido muchos capítulos de cooperación, desencuentros y silencios diplomáticos. Pero lo que está ocurriendo en estos meses —y especialmente desde la llegada de Donald Trump nuevamente a la Casa Blanca— no tiene precedentes. Por primera vez, la mayor potencia financiera del planeta ha decidido intervenir directamente, sin intermediarios institucionales, en los resortes más delicados del sistema monetario argentino. No lo hace el Fondo Monetario Internacional, ni el Banco Mundial, ni siquiera un consorcio multilateral. Lo hace el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, bajo el liderazgo de Scott Bessent, un funcionario con línea directa a la Oficina Oval y una misión que parece exceder lo meramente económico: sostener a Javier Milei, símbolo regional de la nueva derecha populista que Trump pretende erigir como bandera hemisférica.

El acuerdo de swap por 20.000 millones de dólares, acompañado por la compra directa de pesos argentinos y la promesa de canalizar otros 20.000 millones para dar una “solución al sector privado”, conforman una batería de medidas que, en cualquier otro contexto, se considerarían una intromisión directa en los asuntos internos de un país soberano. Pero en el contexto actual, adquieren un sentido político más profundo: Estados Unidos no solo está apostando por la estabilidad del peso argentino, sino por la sobrevivencia política del experimento mileísta, una mezcla de ortodoxia fiscal y retórica libertaria que, en medio de la recesión, amenaza con implosionar bajo el peso de sus propias contradicciones.

La magnitud del gesto no debe subestimarse. Cuatro bancos de primera línea —J.P. Morgan, Bank of America, Goldman Sachs y Citigroup— ya mantienen conversaciones con el Tesoro norteamericano para otorgar hasta otros 20.000 millones de dólares en préstamos a la Argentina. Nunca antes Washington había activado un paquete financiero de tal envergadura para un aliado latinoamericano fuera de contextos de guerra fría o crisis regionales de seguridad. Ni siquiera el Plan Baker, ni el rescate mexicano de 1995, tuvieron un nivel de involucramiento operativo tan directo.

Y sin embargo, el resultado inmediato fue decepcionante. A pesar del flujo multimillonario de dólares, los bonos argentinos cayeron, las acciones retrocedieron y el peso volvió a su nivel previo a la crisis. La reacción del mercado fue casi una ironía: cuanto más dinero inyectaba el Tesoro norteamericano, más profunda parecía la desconfianza. El mensaje fue claro: el problema no era la falta de dólares, sino la falta de credibilidad.

Scott Bessent, conocido en Wall Street como un hábil estratega financiero, parece haber subestimado la naturaleza imprevisible del mercado argentino. Acostumbrado a sistemas estables donde la intervención del Estado produce resultados inmediatos, no calculó que en Argentina la economía opera con una lógica propia, moldeada por décadas de crisis, defaults y desconfianza estructural. En dos semanas se colocaron cerca de 2.000 millones de dólares para sostener la paridad, pero el mercado respondió con una demanda casi infinita de divisas. Como si el gesto de Washington hubiera reforzado, paradójicamente, la sensación de que el peso argentino carece de un valor real.

Algunos informes filtrados desde los bancos de inversión más importantes sugieren que Bessent no ignora esa dinámica. Que, en realidad, su estrategia podría ser de “corto largo plazo”: vender dólares ahora, cerca del techo de la banda cambiaria, para recomprarlos más adelante a un valor más bajo, obteniendo así una rentabilidad marginal y, de paso, legitimando la intervención estadounidense como un acto de inteligencia financiera y no de auxilio político. Pero detrás de esta posible maniobra se esconde una tensión más profunda: la presión política interna que enfrenta Bessent.

Milei con Trump 10-25
Los Demócratas acusan a Trump de prestar dólares de los contribuyentes a países que muestran crisis recurrentes.

Los Demócratas acusan a Trump de prestar dólares de los contribuyentes a países que muestran crisis recurrentes.

En Washington, los demócratas acusan a Trump de utilizar recursos públicos para sostener a un “amigo ideológico” en el extranjero. Desde el Congreso, varias voces han pedido explicaciones sobre por qué el Tesoro decidió arriesgar fondos de los contribuyentes norteamericanos en una economía crónicamente inestable como la argentina. El argumento oficial es que se trata de “una inversión estratégica para la estabilidad regional”. Pero pocos dudan de que la estabilidad a la que se refiere la administración Trump no es la macroeconómica, sino la ideológica: un respaldo abierto a un gobierno que representa, en el sur, la contracara del progresismo latinoamericano.

Si la apuesta fracasa, el costo político sería alto. No solo para Milei, que enfrentaría una nueva corrida sin el blindaje norteamericano, sino para el propio Bessent, cuya gestión podría ser presentada como un símbolo de improvisación y favoritismo. En ese escenario, el experimento argentino no solo fracasaría como política económica, sino como modelo exportable de intervención selectiva de Estados Unidos en economías emergentes.

Argentina: un territorio ajeno a las lógicas previsibles

Para entender por qué las intervenciones de Washington no logran estabilizar el mercado argentino, hay que reconocer una verdad incómoda: Argentina no se comporta como una economía emergente convencional. Es un sistema donde la política y la economía se confunden hasta la simbiosis, donde cada movimiento financiero tiene una lectura ideológica y cada decisión política tiene consecuencias monetarias inmediatas.

En este contexto, ninguna cantidad de dólares es suficiente. El país vive en un estado de dolarización psicológica tan arraigado que pareciera que cualquier inyección externa solo posterga el desequilibrio. La demanda de divisas es estructural, casi cultural, y responde menos a la lógica de los flujos comerciales que a la desconfianza histórica en el peso. Y más aún cuando se percibe un atraso cambiario en la economía.

La “banda cambiaria” establecida por el gobierno, respaldada en parte por el rescate del FMI de 20.000 millones de dólares en abril y reforzada por los recientes movimientos del Tesoro estadounidense, solo logró contener temporalmente la presión. La inflación cedió, sí, pero al costo de asfixiar la actividad económica y disparar los tipos de interés a un día por encima del 100%. La economía argentina está atrapada en un dilema clásico: cada punto de estabilidad cambiaria se paga con una porción de recesión.

Esa fragilidad se traduce en un escenario político volátil. Los mercados, más atentos a las encuestas que a los fundamentos, descuentan que una derrota de Milei en las elecciones del 26 de octubre podría provocar una fuga inmediata de capitales y el retiro del apoyo estadounidense. La posibilidad de que Washington “apague la máquina” de dólares se ha convertido en una amenaza latente que sobrevuela cada análisis, cada operación y cada especulación.

dólar cara
Para gran parte del mercado, el atraso cambiario es el determinante de la actual demanda de dólares.

Para gran parte del mercado, el atraso cambiario es el determinante de la actual demanda de dólares.

No hay forma de entender la actual estrategia de Trump sin verla como parte de su ambición global de construir una nueva alianza de líderes afines: autoritarios en su estilo, liberales en su discurso económico, nacionalistas en su retórica. Milei encarna, con su histrionismo y su ideología de mercado extremo, el espejo ideal de Trump en el sur. Su éxito o su fracaso serán leídos en Washington como una señal sobre la viabilidad del modelo “trumpista” fuera de Estados Unidos.

Por eso el apoyo financiero no es un acto técnico, sino un gesto político. En la Casa Blanca se percibe a Milei no solo como un socio estratégico, sino como un experimento de legitimación global: si Argentina logra estabilizar su economía bajo un gobierno libertario con respaldo directo de Washington, el mensaje sería claro para el resto del continente. Pero si fracasa, el golpe simbólico podría ser devastador.

Trump no solo arriesga capital financiero; arriesga capital ideológico. El apoyo a Milei se ha convertido en una extensión de su propia narrativa interna: la idea de que la “mano dura” en política económica puede redimir incluso a los países más caóticos. De ahí la intensidad de las medidas, la rapidez de las operaciones y la insistencia en intervenir directamente en el mercado cambiario argentino. Es, en última instancia, una apuesta política disfrazada de rescate monetario.

El día después

El horizonte inmediato es tenso. A una semana de las elecciones, la economía argentina se sostiene con muchas dificultades. Las reservas del Banco Central están virtualmente comprometidas, las tasas de interés ahogan el crédito y el consumo, y los dólares alternativos ya perforaron los límites de la banda. En los despachos oficiales se habla de “resistir” hasta el domingo 26, conteniendo una corrida que, en rigor, ya comenzó.

Lo que ocurra el lunes 27 de octubre será decisivo. Si Milei gana, se abrirá un breve margen de legitimidad que podría permitirle renegociar condiciones con Washington y los bancos. Si pierde por amplio margen, el escenario podría ser de pánico. En ese caso, el gobierno debería tener preparado un Plan B inmediato: liberar la banda cambiaria, flexibilizar el cepo y reactivar el crédito interno para evitar una recesión prolongada. Pero incluso esas medidas podrían resultar insuficientes si Estados Unidos decide retraer su apoyo.

El mayor temor que recorre hoy los despachos oficiales —y los pasillos de Wall Street— es que una derrota de Milei sea interpretada en Washington como un fracaso político y no solo económico. Si Trump percibe que su apuesta simbólica fue desairada por los votantes argentinos, podría cortar el flujo de dólares de manera abrupta, precipitando una nueva crisis financiera que devolvería al país al punto cero. Sería, en términos políticos, la consumación de un divorcio tan rápido como fue el matrimonio.

Argentina se encuentra, una vez más, frente al espejo de su historia: un país que espera salvación del exterior, mientras el capital extranjero calcula tiempos y rendimientos. La novedad, esta vez, es que la salvación viene con nombre propio y una ideología detrás. No se trata solo de un préstamo, sino de un proyecto político.

El gobierno de Milei parece haber aceptado, de hecho, la condición de laboratorio financiero de la nueva derecha global. Washington lo ve como un terreno de prueba, un espacio donde medir los límites del liberalismo extremo en un contexto de fragilidad estructural. El riesgo, claro, es que el experimento fracase y deje no solo una economía devastada, sino un legado político de desilusión y cinismo.

Milei con Trump 10-25 2
Trump se comprometió a ayudar a la Argentina en todo lo necesario, condicionando esta promesa al triunfo de Milei en las elecciones.

Trump se comprometió a ayudar a la Argentina en todo lo necesario, condicionando esta promesa al triunfo de Milei en las elecciones.

Porque si algo enseña la historia argentina es que ninguna intervención externa resuelve los problemas internos. Los dólares pueden calmar momentáneamente el fuego, pero no apagan la desconfianza. Los swaps, los préstamos y las compras de pesos son apenas paliativos en una economía que necesita, más que divisas, una narrativa de confianza propia.

Al final, el verdadero dilema no está en los mercados ni en las bandas cambiarias. Está en la confianza. Sin un plan económico que permita ver una luz en el horizonte la desconfianza de los inversores se mantendrá, independientemente de la entrega a la lógica de Washington. Pero también si el Gobierno rompe con ese vínculo sin un plan alternativo, se precipitará en un vacío financiero que nadie podrá llenar.

Entre la fe en el “amigo del norte” y el cálculo de la supervivencia, el futuro argentino está condicionado. Trump y Milei han sellado una alianza que mezcla economía, ideología y ambición personal. Pero las alianzas fundadas en la necesidad rara vez sobreviven al primer fracaso.

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