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Ignorancia, falta de empatía e impunidad: el triple error de la electa senadora Lorena Villaverde

Un posteo desafortunado reveló la desconexión entre la clase política y el drama cotidiano de quienes producen en los valles rionegrinos.

La escena parece salida de una ironía que solo la política argentina puede ofrecer. Mientras los productores de los Valles de Río Negro miraban con angustia cómo la tormenta de agua y granizo destruía en minutos el esfuerzo de todo un año, la flamante senadora electa Lorena Villaverde compartía en redes sociales un video desde el parque de su confortable hogar, celebrando “lo hermoso que es ver caer las piedras sobre la región”. Lo que para algunos puede parecer un gesto trivial o una simple torpeza comunicacional, en realidad encierra un conjunto de actitudes que no pueden ni deben pasar inadvertidas: ignorancia, falta de empatía e impunidad.

Ignorancia, porque resulta evidente que la senadora electa desconoce —o elige ignorar— la magnitud del daño que una tormenta de granizo representa para la economía regional. Los Valles de Río Negro no son un paisaje bucólico ni un mero atractivo turístico: son el corazón productivo de la provincia, sostén de miles de familias que dependen de la fruticultura, la horticultura y otras actividades agroindustriales. Cada piedra que cae sobre una chacra no es un espectáculo natural; es un golpe al sustento de productores que invierten, arriesgan y trabajan durante once meses para ver cómo, en cuestión de minutos, el esfuerzo se pierde. No hay romanticismo en la tragedia. Lo que Villaverde mostró no fue una apreciación estética, sino una desconexión alarmante con la realidad de la provincia que dice representar.

Pero más allá de la ignorancia, lo que verdaderamente duele es la falta de empatía. Una representante del pueblo debe, ante todo, tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Y en este caso, el otro es ese productor que ve cómo se destruye su cosecha, cómo sus cuentas bancarias entran en rojo y cómo su futuro se tambalea con cada piedra que cae del cielo. La empatía no se mide en discursos de campaña ni en fotos sonrientes con vecinos, sino en la sensibilidad para entender el sufrimiento ajeno. Villaverde, al compartir su video, no solo mostró indiferencia: mostró desdén por una realidad que afecta a miles de trabajadores. Quizás no sean muchos en número, quizás no sean decisivos a la hora de ganar una elección, pero son el alma productiva de Río Negro, el motor que durante décadas ha sostenido la identidad y el desarrollo de la región.

Y finalmente, impunidad. Porque, después de este desliz que para cualquier ciudadano común sería motivo de repudio y reflexión, la senadora electa no enfrentará consecuencia alguna. Ni sanción política, ni reproche institucional, ni siquiera una disculpa convincente ante quienes se sintieron ofendidos. La impunidad es el terreno fértil en el que germina la desconexión de la clase política. Cuando los funcionarios sienten que pueden actuar sin consecuencias, se distancian de la realidad, pierden la noción del límite moral y se refugian en la soberbia del poder. Este episodio no es menor: refleja cómo algunos dirigentes consideran que su investidura los coloca por encima de la sensibilidad social.

Los políticos deberían comprender que la confianza pública se construye con gestos, no solo con palabras. Y gestos como el de Villaverde profundizan la grieta entre la sociedad y sus representantes. En tiempos donde la política enfrenta un descrédito creciente, actos de este tipo son gasolina para el fuego del descontento. No se trata de pedir perfección, sino de exigir humanidad, sentido común y respeto.

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Lorena Villaverde tuvo la oportunidad de solidarizarse con los productores, de reconocer la tragedia y ofrecer su apoyo. Eligió, en cambio, la frivolidad del espectáculo. Y aunque las redes sociales se encargaron de juzgarla con dureza, la verdadera condena será el recuerdo de este acto de inconsciencia como símbolo de lo que no debe hacer un representante del pueblo.

Ignorancia, falta de empatía e impunidad. Tres palabras que definen no solo un error personal, sino una forma de ejercer el poder que la sociedad ya no está dispuesta a tolerar.

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