Tregua con el dólar y batalla política: los frentes abiertos del Gobierno
Un dólar calmo, objetivo logrado con tasas altas y absorción de pesos, contrasta con un frente político que suma tensión al Gobierno.
La última semana dejó una postal que, aunque aliviadora en el corto plazo, esconde tensiones latentes: el dólar oficial cerró a la baja por sexta jornada consecutiva en el arranque de agosto, completando una racha que interrumpió el vértigo cambiario de julio. El billete verde retrocedió 50 pesos desde el pico de $1.387 alcanzado el 31 de julio, para ubicarse en $1.337, una baja del 3,5% que, sin embargo, no compensa el salto del 19% registrado desde el piso de $1.160 el pasado 18 de junio.
El Gobierno celebra la tregua como un triunfo táctico, producto de una combinación de intervenciones, absorción de liquidez vía licitaciones del Tesoro, encajes más altos y tasas de interés que volvieron al 45% anual. Sin embargo, ese logro tiene un costo evidente: el endurecimiento de las condiciones financieras puede frenar la actividad económica y alimentar nuevas tensiones políticas, justo cuando el oficialismo se prepara para un calendario electoral de alto riesgo.
La reacción del presidente Javier Milei ante la inestabilidad cambiaria fue doble. Primero, con una cadena nacional en la que defendió con énfasis el equilibrio fiscal como pilar innegociable de su gestión. Luego, con un extenso texto en redes sociales —impulsado por su asesor Santiago Caputo para clarificar el mensaje— en el que desmenuzó, en cinco puntos, por qué considera que la suba del dólar no tendrá impacto inflacionario.
Su razonamiento, enmarcado en la tradición de la Escuela Austríaca, descansa en la idea de que la inflación es siempre un fenómeno monetario, y que los cambios en el tipo de cambio solo trasladan a precios si hay una “convalidación monetaria” por parte del Banco Central. Según Milei, sin emisión o caída de la demanda de dinero, el alza del dólar es un cambio de precios relativos que no debería derivar en inflación sostenida.
El presidente invocó el “Efecto Hume-Cantillon” para argumentar que la asociación entre devaluación e inflación, válida en buena parte de la historia argentina, responde a episodios en los que efectivamente existió esa convalidación monetaria. “La historia se cuenta sola”, insistió, recordando que, salvo en la convertibilidad, cada salto del dólar vino acompañado de inflación. Pero esta vez, afirma, es diferente.
En el otro extremo, los informes privados que circularon por la city porteña fueron menos enfáticos. Ninguna consultora prevé un colapso inflacionario inmediato, pero la mayoría coincide en que, tras un julio moderado, agosto podría registrar un repunte de precios superior al 2% mensual. El ajuste cambiario, aunque moderado, genera presión sobre rubros sensibles, especialmente en un contexto de rezago de costos y precios regulados.
Para el Gobierno, que contaba con mostrar datos inflacionarios aún más bajos en la antesala de las elecciones bonaerenses, este pronóstico es incómodo. Si bien Milei confía en que su narrativa económica pueda neutralizar el impacto político, la experiencia argentina muestra que la percepción social sobre el dólar es más fuerte que cualquier explicación técnica.
Frente político y financiero
La economía es el principal sostén político de Milei. Su credibilidad se apoya en dos pilares: superávit fiscal y desinflación. Pero en la última semana, el Congreso le mostró al Ejecutivo que tiene poder para erosionar esa base. La Cámara baja avanzó en proyectos que amenazan las cuentas públicas —aumentos jubilatorios, extensión de moratorias, emergencia en discapacidad— y, en algunos casos, reunió mayorías cercanas a los dos tercios, suficientes para rechazar vetos presidenciales.
Esto pone al oficialismo en un terreno resbaladizo. Defender los vetos se vuelve una cuestión de supervivencia política, más aún cuando el superávit financiero que exhibe el Gobierno es cuestionado por no incluir intereses de deuda, algo que el mercado tampoco convalida, como refleja la persistencia de un Riesgo País elevado.
En este marco, la Casa Rosada intensifica negociaciones con gobernadores, algunos con la presión de cierres electorales, otros con promesas de recursos puntuales. El Senado y su dinámica territorial serán clave para frenar iniciativas que, de prosperar, debilitarían la disciplina fiscal.
Por otra parte, el alivio cambiario de la última semana se explica, en parte, por el endurecimiento monetario. La absorción de pesos y la suba de tasas frenaron la demanda de dólares, pero esa medicina tiene efectos secundarios. A partir de mañana, el Tesoro enfrentará un desafío mayúsculo: licitar bonos y letras para cubrir vencimientos en pesos por casi $15 billones en esta primera ronda, y un total de $23 billones (unos US$17.500 millones) a lo largo de agosto.
La operación de la semana pasada —un canje de $5 billones con el Banco Central para despejar parte de los vencimientos— dio aire, pero el verdadero test será el 'rollover' que logre con el sector privado. Si los bancos deciden no renovar y buscan liquidez, las tasas cortas podrían subir aún más, alimentando un círculo que enfría la economía y reaviva tensiones cambiarias.
El mercado, por ahora, acepta la receta, pero su paciencia tiene límites. La refinanciación constante de deuda en pesos a tasas tan elevadas es un ejercicio que, aunque exitoso en el corto plazo, encarece el crédito, limita la inversión y puede poner a prueba la narrativa de crecimiento que el Gobierno aspira a instalar.
En economía, la percepción es tan importante como los datos duros. El mensaje de Milei busca romper con décadas de comportamiento casi reflejo: dólar que sube, precios que suben. Sin embargo, esa pedagogía requiere tiempo y credibilidad sostenida. Basta un repunte inflacionario en agosto o septiembre para que el escepticismo vuelva a instalarse y la promesa de una desinflación inalterable quede bajo sospecha.
El contexto electoral añade otra capa de complejidad. Los gobernadores y bloques legislativos opositores ven en este momento una oportunidad para condicionar al Gobierno. La ciudadanía, por su parte, enfrenta un escenario donde el alivio cambiario no necesariamente se traduce en mejora inmediata del bolsillo, mientras que las tasas altas enfrían la actividad y afectan el empleo.
La calma cambiaria de esta semana es real, pero no necesariamente duradera. Está sostenida por tasas elevadas, una absorción monetaria agresiva y una dosis significativa de intervención oficial. El mensaje presidencial intenta instalar que este esquema es suficiente para aislar la inflación de los vaivenes del dólar, pero la historia económica argentina, la dinámica política en el Congreso y la presión de la deuda en pesos plantean dudas razonables.
El Gobierno enfrenta, en paralelo, tres exámenes decisivos:
-En el mercado, lograr un 'rollover' exitoso sin disparar aún más las tasas.
-En el Congreso, sostener los vetos que blindan el ajuste fiscal.
-En la opinión pública, convencer de que la inflación seguirá bajando pese a un dólar más alto.
Cualquier tropiezo en uno de estos frentes puede tener efectos cruzados en los otros dos. El oficialismo, por ahora, camina por una cornisa en la que cada paso requiere un delicado equilibrio entre teoría económica, pragmatismo político y manejo de expectativas. La pregunta, inevitable, es cuánto durará la cuerda antes de tensarse al límite.
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