Optimismo oficial, realismo de mercado: la otra brecha que no se cierra
Mientras el Gobierno insiste en mostrar señales de control y éxito económico, los mercados reflejan una realidad mucho más inestable.
La volatilidad del mercado cambiario argentino en los últimos días encendió una señal de alerta que trasciende el comportamiento puntual del dólar. Detrás de ese salto en la cotización, más allá de la coyuntura estacional o las decisiones especulativas de corto plazo, subyace una realidad más compleja: el modelo económico que impulsa el Gobierno de Javier Milei aún no logra consolidar una estructura macroeconómica sólida ni sustentable, pese al discurso de confianza que las autoridades nacionales intentan sostener frente a cada cimbronazo.
Lejos de mostrar señales de robustez, el programa económico da síntomas preocupantes de fragilidad, especialmente cuando se observa el cuadro completo de variables: tipo de cambio, reservas, inflación, nivel de actividad, tasas de interés, deuda pública, flujo de capitales y confianza del mercado. La reacción oficial frente al último salto del dólar, que llegó a tocar los 1.260 pesos, fue una mezcla de ironía e indiferencia. El ministro de Economía, Luis Caputo, optó por desestimar las alertas con una burla dirigida a quienes advirtieron sobre la subvaluación del dólar: “Comprá, no te la pierdas, campeón”, dijo esta semana durante un evento en la Universidad Austral. El mensaje, más allá del tono desafiante, deja entrever una peligrosa subestimación del contexto y una respuesta puramente política frente a un problema económico de fondo: la falta de dólares en la economía.
La declaración del exministro Domingo Cavallo en su blog personal fue más elocuente: “Hay muchas evidencias de que el peso sigue sobrevaluado y eso es peligroso cuando se va abriendo la economía y la competencia externa es más fuerte de lo habitual”. No es una afirmación menor, viniendo de quien fue artífice de la convertibilidad y conocedor de los desequilibrios cambiarios. Esta claro que el modelo necesita ajustes.
El mercado, por su parte, no tardó en reaccionar. El salto del dólar, que ya se sitúa por encima del promedio de la banda cambiaria establecida (969 a 1443 pesos), tiene fundamentos concretos. Por un lado, la demanda minorista creció con fuerza, impulsada por el cobro del aguinaldo y las vacaciones de invierno, así como por el levantamiento del cupo mensual de 200 dólares y la eliminación de impuestos a la compra de divisas. Por otro, empresas e inversores comenzaron a dolarizar carteras ante la cercanía del calendario electoral, y tras la advertencia de JP Morgan sobre el agotamiento del ‘carry trade’.
Este fenómeno marca un punto de inflexión: el régimen de libre flotación del tipo de cambio se está viendo forzado por intervenciones disimuladas, ventas en el mercado de futuros y estrategias poco transparentes. El Gobierno se jacta de no intervenir directamente en el mercado cambiario, pero la operatoria en futuros creció de manera notable, y la intervención del Banco Central en los últimos meses llegó a 1.500 millones de dólares en ventas netas.
Otro de los mayores problemas que enfrenta hoy el modelo económico es la escasa acumulación de reservas. Este es un punto central tanto en términos de sostenibilidad financiera como de credibilidad internacional. La reciente visita del Fondo Monetario Internacional (FMI) dejó en claro que la meta sigue lejos de alcanzarse. La estrategia oficial, que ahora consiste en trasladar al Tesoro la responsabilidad de acumular divisas a través de colocaciones de deuda, abre un frente riesgoso: se cambia emisión monetaria por endeudamiento en divisas, en un contexto de riesgo país aún elevado.
La colocación de bonos BONTE en pesos a una tasa del 28,5% efectiva anual, con vencimientos a cinco años, parece una fórmula riesgosa si se considera la incertidumbre que rodea las proyecciones inflacionarias del propio Gobierno. Además, se complementa con la emisión de BOPREAL, títulos que restringen la liquidez y habilitan a las empresas a pagar compromisos en el exterior, pero que suman presión sobre los compromisos futuros del Estado en dólares.
El resultado es una red de operaciones cruzadas que quita claridad sobre los precios de referencia, tanto en el mercado de dinero como en el cambiario. En este esquema, no hay certezas sobre cuál es el verdadero valor de equilibrio del dólar ni cuál debería ser el nivel adecuado de las tasas de interés. La opacidad se impone sobre la transparencia y las señales al mercado se diluyen entre parches y discursos.
La lucha contra la inflación es, sin dudas, el eje discursivo del programa económico. El Gobierno ha presentado como su mayor logro la caída sostenida del índice de precios al consumidor (IPC), que en mayo se ubicó en 1,5% mensual. Sin embargo, los analistas advierten que el proceso no es lineal ni garantizado a la baja. El esfuerzo por controlar precios está sostenido fundamentalmente por una política de “ancla cambiaria”, que en la práctica significa mantener el dólar oficial estable como mecanismo indirecto de contención inflacionaria. Pero esta herramienta tiene un límite, especialmente si se produce una corrección abrupta del tipo de cambio, como ya ocurrió esta semana. Además, el proceso de desinflación ha sido acompañado por una economía que no se termina de recuperar en su totalidad: la actividad industrial, el consumo y las exportaciones están virtualmente estancadas.
En este contexto, la política monetaria se mueve en un terreno de incertidumbre. Las licitaciones del Tesoro son ahora el principal mecanismo para regular la liquidez, reemplazando la operatoria tradicional del Banco Central (BCRA). No obstante, esta sustitución implica una centralización riesgosa del manejo financiero, ya que pone en manos del Tesoro funciones que antes eran competencia técnica del BCRA. Además, la necesidad de mantener “pesos escasos” para evitar presión sobre los precios se enfrenta con una economía cada vez más golpeada y una demanda interna debilitada.
El dilema estructural: ajuste sin crecimiento
El ajuste fiscal que implementa el Gobierno ha tenido efectos inmediatos en la reducción del déficit, pero al mismo tiempo no ha podido sostener una economía con un fuerte crecimiento. Sin un plan integral y sin un shock de inversión externa —que no llegará en tanto no se resuelva el problema de la deuda y el riesgo país—, el programa pierde tracción. La confianza de los mercados no se compra solo con disciplina fiscal, sino con señales de previsibilidad institucional, reglas claras y una visión de desarrollo a largo plazo. El informe de JP Morgan es una clara advertencia de lo que estamos mencionando.
Mientras tanto, el superávit comercial que podría alimentar las reservas se debilitó en forma progresiva. En los primeros meses del año se observó un repunte, producto de la caída de las importaciones y una mejora estacional de las exportaciones. Pero este proceso se frenó abruptamente. La economía argentina necesita divisas genuinas, no solo para estabilizar el tipo de cambio, sino también para sostener el aparato productivo, financiar importaciones clave y recomponer la credibilidad.
De cara al segundo semestre de 2025, el Gobierno enfrenta desafíos crecientes. Las metas con el FMI están lejos de cumplirse, las reservas netas siguen deprimidas y el frente político comienza a complicarse conforme se aproximan las elecciones de septiembre y octubre. La falta de un programa integral de desarrollo y la excesiva dependencia del humor del mercado conforman un cóctel peligroso. Si no se avanza en la resolución de problemas estructurales —como la informalidad laboral, la presión fiscal distorsiva, la falta de competitividad exportadora y la debilidad institucional—, el modelo actual seguirá navegando en una peligrosa ambigüedad: la de sostener un equilibrio artificial que, tarde o temprano, tendera a resquebrajarse.
La economía argentina vive un momento de aparente calma, pero bajo una estructura profundamente frágil. La volatilidad cambiaria es solo una de las manifestaciones de un sistema que no logra consolidar reglas claras ni bases sólidas para el crecimiento. La estabilidad no puede construirse sobre el terreno movedizo de la especulación financiera ni sobre un relato que niega los signos de alerta.
El Gobierno, que ha demostrado voluntad para ordenar ciertas variables, necesita ahora desplegar una estrategia más ambiciosa, transparente y articulada. Solo así podrá despegar de la lógica de parches y avanzar hacia una economía verdaderamente estable, inclusiva y sostenible. De lo contrario, la Argentina seguirá atrapada en su laberinto histórico: el de alternar entre el ajuste sin salida y la ilusión de una estabilidad que nunca termina de llegar.
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