El peso simbólico de Cristina Fernández no alcanza para ordenar al peronismo
Aunque mantiene la centralidad mediática, Cristina Fernández enfrenta una resistencia creciente en su intento de controlar la interna desde San José 1111.
En la Argentina del presente, una pregunta vuelve con fuerza al centro del tablero político: ¿Quién conduce hoy el peronismo? La cuestión no es menor. No se trata simplemente de identificar a un nombre, un rostro o una sigla. Se trata de entender quién tiene el poder real de marcar el rumbo del principal espacio opositor al gobierno de Javier Milei. Un espacio que, a pesar de su historia y de su caudal político, atraviesa uno de los momentos de mayor fragmentación interna desde su fundación.
En los papeles, la presidente del Partido Justicialista es Cristina Fernández de Kirchner. Pero lo formal hace rato que dejó de coincidir con lo fáctico. Cristina conserva la simbología, la narrativa, el recuerdo potente de un ciclo político. Pero en términos concretos, su conducción ya no tiene la fuerza que supo ejercer hace una década. La Plaza de Mayo colmada en su apoyo tras la confirmación de su condena no alcanza para torcer una realidad evidente: el peronismo está fracturado y cada uno de sus sectores se mueve con intereses propios, aunque por momentos coincidan —por necesidad o por cálculo— en acompañarla.
Los hechos de los últimos días son claros. La centralidad que logró recuperar Cristina Fernández con su aparición en la sede de San José 1111, su discurso, sus mensajes y su mística no fueron acompañados de un verdadero alineamiento interno. Los gobernadores, un grupo cada vez más autónomo y desconfiado del verticalismo K, mantuvieron su apoyo pero con límites bien marcados. La mayoría reconoce en la expresidente un liderazgo simbólico. Pero ninguno de ellos está dispuesto a ceder su poder territorial en pos de un proyecto que no los incluye como actores con poder de decisión.
Y aquí entra en juego un actor clave: Axel Kicillof. El gobernador bonaerense, quien encabeza el Movimiento Derecho al Futuro (MDF), supo construir una identidad propia que, si bien nació bajo el ala del kirchnerismo, hoy se planta con independencia. No sólo enfrenta abiertamente a La Cámpora, sino que cuenta con el respaldo de más de 50 intendentes, legisladores y una parte significativa de la CGT. Su decisión de marcar diferencias públicas con Máximo Kirchner no es una rebeldía personalista, sino una jugada política destinada a proyectarse más allá del corset kirchnerista.
Del otro lado, Sergio Massa —quien lidera el Frente Renovador— también mantiene intacto su poderío en la Provincia de Buenos Aires, pese a la derrota electoral. Su figura no fue opacada por la centralidad de Cristina: todo lo contrario, Massa supo moverse con cautela, acompañando en la foto cuando fue necesario, pero sin resignar su autonomía política. Nadie ignora que, pese a sus derrotas y a su desgaste,sigue siendo un factor de poder y un hábil negociador con el peronismo no-K y con sectores del empresariado.
Lealtades de ocasión en el peronismo
Lo que se vio en la Plaza de Mayo esta semana no fue otra cosa que una lealtad de ocasión. Nadie se sintió realmente convocado a entregar todo. Las ausencias hablaron tanto como las presencias. Nadie quiere quedar fuera del peronismo, pero todos saben que el liderazgo unívoco de Cristina ya no existe. Ni siquiera la épica del "vamos a volver" puede borrar las tensiones internas, las traiciones acumuladas, las heridas abiertas. La frase funcionará para La Cámpora, pero no para el resto de un movimiento que hace tiempo dejó de estar ordenado detrás de un solo nombre.
Los gobernadores, Kicillof, Massa y hasta la CGT saben que Cristina Fernández está fuera de la carrera electoral. Su condena y su situación judicial la inhabilitan, al menos en términos prácticos, para pensar en una candidatura nacional. Por eso mismo, su poder real se reduce a su influencia sobre un sector del electorado (alrededor del 25%) y a su control sobre La Cámpora. Pero ese cuarto del padrón nacional no alcanza para ganar una elección. Y tampoco alcanza para imponer condiciones sin negociar.
Desde el acto en la sede del Partido Justicialista, Cristina Fernández redobló la apuesta. No sólo no bajó su perfil, sino que intensificó su presencia pública. Mensajes grabados, redes sociales activas, intervenciones cuidadas y simbólicas. El paralelismo con Juan Domingo Perón en el exilio de Puerta de Hierro no es casual: es un intento por recuperar una narrativa mística que ya no genera los mismos efectos. La foto de Máximo Kirchner como heredero de la causa, como transmisor del "místico mensaje", busca emular una continuidad dinástica que no se sostiene ni política ni electoralmente.
El problema es que la analogía tiene más de nostalgia que de realismo. Mientras Perón mantenía una autoridad incuestionable en el movimiento durante su exilio, Cristina enfrenta resistencias internas cada vez más abiertas. Los tiempos cambiaron. Las redes sociales, la inmediatez, la multiplicidad de liderazgos locales y la crisis de representación hacen que el viejo verticalismo justicialista sea impracticable. Hoy, cada cacique defiende su territorio como puede, sin aceptar muchas órdenes externas.
Y en este escenario, el intento de instalar a Máximo Kirchner como líder natural del espacio no sólo fracasa por falta de apoyo interno, sino también por su escasa capacidad de generar entusiasmo fuera del núcleo duro. El hijo del matrimonio Kirchner no despierta adhesión mayoritaria, ni representa una renovación esperada. Su figura está asociada a los momentos de mayor desgaste del kirchnerismo. Y aunque conserve poder en el aparato, difícilmente pueda ser el articulador de un peronismo que quiere dejar atrás la etapa de las conducciones unipersonales.
Mientras tanto, las negociaciones electorales vuelven a la mesa, especialmente en la Provincia de Buenos Aires. Todos los actores peronistas saben que deben encontrar un punto de acuerdo si quieren conservar su base de poder. Y ese acuerdo no puede estar atado exclusivamente a la voluntad de Cristina. La clave está en cómo se articula una unidad que contenga a La Cámpora sin ser conducida por ella. Participar sí, liderar no: esa es la consigna que se repite en los pasillos del poder justicialista.
Si Axel Kicillof realmente aspira a ser candidato a presidente en 2027, deberá sostener esta independencia y jugar su propio juego, sin quedar atrapado en el juego simbólico del "vamos a volver". Y lo mismo vale para Massa, para los gobernadores, para la CGT. El futuro del peronismo no pasa por una figura mesiánica, sino por la construcción de una nueva coalición interna que comprenda las nuevas realidades del país.
La era de las ordenes verticales, los mensajes proféticos y los liderazgos unívocos terminó. El peronismo del siglo XXI será colectivo, plural y negociado, o no será. Cristina Fernández puede seguir siendo un factor de poder simbólico. Pero el verdadero liderazgo del peronismo aún está vacante. Y el que logre ocuparlo no será quien grite más fuerte, sino quien logre unir, con una clara propuesta electoral, lo que hoy aparece irremediablemente dividido.
Porque más allá del fervor de una plaza y de la nostalgia por el pasado, el país exige respuestas para el futuro. Y ese futuro, hoy por hoy, está lejos de nacer en San José 1111.
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