Gastar dólares sin generarlos: los datos que el relato oficial ignora
El déficit récord de la cuenta corriente en el primer trimestre de 2025 expone la falta de dólares y las contradicciones del modelo económico de Javier Milei.
La narrativa oficial del Gobierno de Javier Milei sostiene con firmeza la idea de que la Argentina inició un sendero de orden macroeconómico, disciplina fiscal y estabilidad monetaria. Bajo esta concepción, los primeros 18 meses de gestión se presentan como el preludio de una transformación estructural sin precedentes, avalada por los mercados, celebrada por organismos multilaterales y bendecida por parte del ‘establishment’ económico. Sin embargo, los datos duros y las inconsistencias que emergen desde el propio esquema de política económica plantean una conclusión inquietante: el programa de Milei se asienta sobre un delicado equilibrio de apariencia, profundamente erosionado por sus propias contradicciones internas.
Esta semana, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) publicó el dato correspondiente a la balanza de pagos del primer trimestre de 2025, y la sorpresa fue tan contundente como ineludible: la cuenta corriente registró un déficit de 5.191 millones de dólares, un giro drástico respecto del superávit de 176 millones de dólares en igual período del año anterior. La cifra representa un desequilibrio externo de magnitud y supera ampliamente las proyecciones del propio Fondo Monetario Internacional (FMI), que estimaba un déficit anual de 2.700 millones de dólares para todo 2025.
El número no sólo expone un desequilibrio estructural, sino que coloca en entredicho la sostenibilidad del modelo que impulsa el oficialismo. En apenas un trimestre, se duplicó el déficit de servicios de todo el año anterior, alcanzando los 4.502 millones de dólares. Dentro de esta categoría, el turismo internacional se llevó el protagonismo: una salida neta de 3.464 millones millones, récord histórico, alimentada por la masiva salida de argentinos al exterior incentivada por el abaratamiento relativo del dólar.
Este desbalance no es casual ni transitorio. Es la consecuencia directa de una política económica que, en los hechos, viene favoreciendo la apreciación del tipo de cambio real. Bajo un esquema inicial de crawling peg del 2% mensual y en un contexto de inflación interna aún elevada, el peso se revaluó en términos reales, encareciendo los costos locales en dólares. Hoy con un dólar casi si movimiento entre la banda cambiaria e inflación ente el 1% y 2% mensual, las tendencias continúan.
Según datos de GMA Capital, el peso argentino se apreció alrededor de un 40% durante 2024, volviendo al país más costoso para los extranjeros, pero a su vez fomentando la demanda de bienes y servicios externos por parte de los argentinos.
El Gobierno celebra esta “fuerza del peso” como un símbolo de confianza en su programa. Sin embargo, la apreciación real de la moneda en economías con una estructura productiva frágil y elevada dependencia del financiamiento externo no es sinónimo de fortaleza, sino de vulnerabilidad. El deterioro de la cuenta corriente es el síntoma más evidente de esta distorsión: una economía que “gasta” más dólares de los que genera, aún cuando mantiene un modesto superávit comercial en bienes.
De todas formas, desde el entorno de Javier Milei confiaron en que el déficit de cuenta corriente superior a los 5000 millones de dólares que se produjo en el primer trimestre no será un problema y que incluso es esperable que se incremente, dado el nivel de crecimiento de la actividad económica.
La explicación más técnica la había dado anteriormente el viceministro de Economía, José Luis Daza en un seminario ante banqueros y financistas, cuando indicó que no le “preocupa el déficit de cuenta corriente” porque es un fenómeno “absolutamente esperable y razonable" en el contexto de crecimiento del país. Según Daza, un déficit de “2% en un contexto de un país que crece al 6% es algo absolutamente esperable es algo absolutamente razonable”.
Se descuenta que el "rojo" de la cuenta corriente prosiguió en este segundo trimestre por el alza de las importaciones y el incremento de la cuenta de servicios y de viajes y turismo al exterior.
¿Por qué el superávit comercial no alcanza?
Las exportaciones alcanzaron en el trimestre los 18.702 millones, contra importaciones por 16.642 millones de dólares, generando un superávit de poco más de 2.000 millones. No obstante, este resultado no fue suficiente para cubrir el creciente rojo en servicios y rentas. Peor aún, el superávit fue 3.010 millones inferior al de igual trimestre de 2024, lo que sugiere una tendencia decreciente en la capacidad exportadora del país.
Este fenómeno no debería sorprender. En un entorno de costos dolarizados, presión tributaria intacta y caída del consumo interno, el aparato productivo argentino enfrenta limitaciones estructurales para expandir su oferta exportable. El “modelo Milei” no ha generado hasta ahora una mejora sustancial en competitividad real ni en productividad sistémica, mientras el tipo de cambio oficial se atrasa cada mes frente a una inflación aún resistente.
La economía argentina sufre hoy de un “desequilibrio de cuenta corriente” generado no por un shock externo, sino por una sobreexpansión de la demanda de divisas a partir de decisiones de política económica interna. En palabras del economista Martín Polo a Infobae, jefe de estrategia de Cohen, “la cuenta corriente te muestra que en las operaciones corrientes de la economía te faltaron 5.000 millones de dólares que tuviste que financiar o, si no lo financiaste, perdiste reservas”.
El análisis es claro: mientras muchos celebran el superávit comercial en bienes, el deterioro en la cuenta de servicios y rentas pone en jaque la estabilidad externa. A su vez, la sostenibilidad de este esquema depende crecientemente del ingreso de capitales financieros, como el reciente desembolso del FMI por 12.000 millones de dólares o la colocación de Bontes 2030. El modelo Milei necesita cada vez más deuda o ingreso de capitales especulativos para sostener su propio desequilibrio estructural.
¿Una apuesta a la bicicleta?
La decisión de mantener una tasa de devaluación muy por debajo de la inflación, en combinación con altas tasas reales positivas y desregulación de flujos financieros, revive los fantasmas de la bicicleta financiera. El ingreso de capitales busca aprovechar rendimientos en pesos valorizados por un tipo de cambio planchado. Esta lógica, como en experiencias pasadas, genera una falsa sensación de estabilidad mientras se acumulan pasivos externos o se erosionan reservas por la vía del turismo, fletes, regalías o pago de intereses.
Incluso desde el staff del FMI, se señala que “la balanza por cuenta corriente externa pasará de un superávit del 1% del PIB a un ligero déficit este año, reflejando condiciones de intercambio menos favorables y una recuperación cíclica de la demanda interna”. Pero el propio organismo ya advirtió que el desequilibrio del primer trimestre supera toda su proyección anual. La lógica de austeridad fiscal no compensa un tipo de cambio artificialmente atrasado, que distorsiona toda la estructura de precios relativos.
Milei ha justificado su programa en base a una premisa: el shock inicial es el precio de una corrección profunda. Pero la creciente inconsistencia externa pone en duda la viabilidad de esta hoja de ruta. No sólo porque la cuenta corriente no cierra, sino porque los mecanismos de ajuste que utilizó (tarifazo, licuación de ingresos, caída del gasto público) son cada vez menos efectivos para contener la presión de demanda de divisas.
A su vez, la caída de ingresos reales y el encarecimiento de los precios en dólares reducen la competitividad turística, deprimen el consumo local y minan el respaldo social. Según The Economist, el Big Mac en Argentina es el segundo más caro del mundo. Son indicadores anecdóticos, pero reflejan un hecho ineludible: el programa Milei ha distorsionado los precios relativos de forma regresiva.
Frente a este contexto, el dilema central del oficialismo radica en su negativa a corregir el tipo de cambio. La persistencia en una política de apreciación cambiaría solo puede sostenerse con más endeudamiento, más ingreso de capitales especulativos o pérdida sostenida de reservas. Ninguna de esas vías es sostenible a mediano plazo. Al mismo tiempo, una corrección abrupta podría reavivar la inflación y poner en riesgo el principal logro político del Gobierno: el freno (relativo) a la suba de precios.
En este escenario, el oficialismo queda atrapado entre dos lógicas contradictorias: la búsqueda de una macro ordenada frente a los ojos del mercado y el FMI, y la creciente pérdida de consistencia interna de su programa económico. Ni la estabilidad nominal es real, ni el equilibrio externo se sostiene, ni las bases de una recuperación sólida están sembradas.
La experiencia argentina está llena de programas económicos que buscaron imponer disciplina desde el corto plazo sin resolver las causas estructurales del desequilibrio. El plan de Javier Milei, más allá de su retórica disruptiva y su relato libertario, termina replicando viejos errores de modelos que priorizaron la apariencia de estabilidad por sobre la consistencia macroeconómica real.
Si el Gobierno no revisa su política cambiaria, no articula una estrategia exportadora de largo plazo y no frena la salida de divisas por servicios, el espejismo de la estabilidad actual se disipará más temprano que tarde. Y cuando eso ocurra, el ajuste podría ser aún más doloroso y desigual.
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