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De la chacra a los despachos del poder: la batalla silenciosa de un productor del Valle

Horacio Pierdominici, productor de Cipolletti, estuvo cara a cara con el poder. En una reunión con Sergio Iraeta, hablaron de todo.

En un país en el que la distancia entre los pequeños productores y el poder central parece abismal, la historia de Horacio Pierdominici se alza como una excepción. No es solo un viaje desde Cipolletti a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; es el reflejo de la lucha silenciosa y persistente de cientos de productores frutícolas que, año tras año, enfrentan al clima, los costos, y la indiferencia política y social con el único capital que tienen: el trabajo. ¿Cómo un simple productor del Alto Valle logró ser escuchado por el máximo referente del agro nacional, el secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, Sergio Iraeta?

Horacio Pierdominici no es un improvisado en el mundo de la producción frutícola. Nacido en Cipolletti hace más de seis décadas, es un chacarero de segunda generación que creció entre perales y manzanos. Su historia está atada a la tierra, al sacrificio de su padre y de tantos otros pioneros que transformaron el Alto Valle de Río Negro en una potencia frutícola.

A las seis de la mañana, todos los días sin excepción, Horacio comienza su jornada. El frío, las heladas tardías, las tormentas de granizo y las plagas son viejos enemigos con los que aprendió a convivir. Pero en los últimos años, esos desafíos naturales se vieron superados por los obstáculos económicos y políticos que hacen cada vez más inviable su tarea.

Los costos de producción aumentan de manera exponencial, el acceso al financiamiento es casi nulo, el tipo de cambio desincentiva la exportación y el consumo interno no se recupera. Como él mismo describe: “De la fruta vive todo el mundo, menos nosotros que la producimos”.

Cansado de ver como la actividad es ignorada en los despachos oficiales y de ver cómo las políticas públicas parecen pensadas a espaldas de los productores, Horacio tomó una decisión poco común entre los hombres de campo: viajar a Buenos Aires para hablar, cara a cara, con el secretario de Agricultura.

Llegó ayer por la mañana a las oficinas ubicadas sobre la emblemática Avenida Paseo Colón con una mezcla de respeto y urgencia. Lo recibió Sergio Iraeta, el funcionario de mayor rango del sector, acompañado por Martín Fernández, coordinador de gabinete del Ministerio. La reunión duró más de una hora y media. Un hito que para cualquier productor del interior profundo ya representa una victoria.

Allí, Pierdominici fue directo. Agradeció los fondos enviados para la cosecha, pero los calificó de insuficientes. “Eso no alcanza para nada”, sentenció. Les habló del desfasaje entre los costos reales y los precios que recibe por su fruta. Explicó cómo el costo de cosechar un kilo de pera es de 10 centavos de dólar, mientras que el precio que se ofrece apenas ronda los 16. “¿Qué me queda para seguir trabajando? Ni seis centavos. Y mis costos totales son de 25 centavos por kilo. Me estoy fundiendo”.

Desde el poder: verdad sin anestesia

Iraeta no esquivó la conversación. Fue franco. Les dijo que no hay fondos disponibles. Que no habrá devaluación, ni nuevos créditos subsidiados, ni asistencia financiera de corto plazo. “Si están esperando recursos, tampoco va a haber”, fue la respuesta literal que recibió Horacio. “Volvete al Valle y hacé lo que puedas”.

Más que una respuesta, una sentencia. Pero Pierdominici no bajó la cabeza. Redobló el planteo. Pidió, al menos, campañas de promoción para aumentar el consumo interno. “¿Por qué no publicitan la manzana como se promocionan otros productos?” La respuesta fue vaga: “Vamos a ver”. Un compromiso débil, pero un atisbo de diálogo.

También se abordó la problemática laboral. Iraeta sostuvo que el alto costo salarial surgió de una paritaria firmada por los propios empleadores. “Le dieron el 119% de aumento, y eso fue avalado por ustedes”, le dijo. El productor respondió: “Ese fue el error. En Mendoza y Tucumán fue mucho menos”.

Una foto que no fue

Al término del encuentro, Pierdominici pidió una foto para documentar el momento. Era para la prensa, aclaró. Para tener un testimonio gráfico de lo que considera una pequeña gran victoria personal. Pero Iraeta se negó. “Se la doy para usted si quiere, pero para la prensa no”. Horacio, con su característico humor, respondió: “No, gracias. Yo la quería como testimonio gráfico de nuestro encuentro. Así como lo planea, prefiero una foto con Pampita”.

El funcionario prometió visitar el Alto Valle en julio. Pierdominici le insistió: “Quiero que venga, que escuche a la gente acá, a los pocos que vamos a quedar”. Esa frase resume todo. Porque lo que está en juego no es solo la rentabilidad de una temporada. Es la supervivencia de un modo de vida.

En sus palabras no hay resignación, pero sí una profunda desilusión. “Me trataron muy bien y escucharon todo lo que les dije, eso es importante”, reconoció. Sin embargo, la conclusión es dura: “No nos pueden ayudar. No hay nada para nosotros. Es la realidad”.

Y pese a esa certeza, Pierdominici no se detiene. Porque para alguien que se levanta cada día con el primer sol para cuidar su chacra, rendirse no es una opción. Su viaje no fue en busca de caridad, sino de dignidad. Su historia, aún sin finales felices ni promesas cumplidas, sirve como espejo de una actividad que resiste como puede. Y como puede, avanza.

El símbolo de una lucha colectiva

La reunión con el secretario Iraeta no cambiará de inmediato la situación crítica del sector frutícola. No resolverá el atraso cambiario, ni abaratará los costos, ni revertirá la falta de créditos. Pero marca un precedente. Porque un productor, sin intermediarios, logró que lo escuchen en el corazón mismo del poder agrícola nacional.

Y en tiempos en que las voces del interior pocas veces llegan a los oídos del Estado centralizado en CABA, la de Horacio Pierdominici no solo se hizo escuchar: también interpela. ¿Cuántos más deberán fundirse antes de que se tomen decisiones concretas? ¿Cuántos otros deberán seguir el mismo camino hasta que la política vuelva a mirar al productor como motor y no como carga?

Quizás no haya respuestas inmediatas. Pero hay algo que sí dejó claro esta historia: el campo tiene vocación, tiene ideas, y tiene voz. Solo falta que lo escuchen.

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