Roberto Rosauer, una vida entre frutales y rosales
En diciembre del 2023 se conoció la triste noticia del fallecimiento de Don Roberto Rosauer, segunda generación de la familia que creó uno de los viveros más importantes de Sudamérica en materia de árboles frutales y rosales. Repasamos parte de su historia y su legado.
La producción frutícola en el Alto Valle y Valle Medio de Río Negro y Neuquén, cuenta en su línea de tiempo con las historias de cientos de familias, muchas de ellas provenientes de la inmigración europea que tuvo la Patagonia entre fines del siglo XIX y principios del XX.
Los Rosauer son una de esas familias que llegaron a Argentina de Austria y Alemania. Esa primera generación fue la de Roberto Rosauer y su esposa Hedwig Klein, quienes tuvieron tres hijos, Carmen, Rodolfo y Juan Erich. Todo comenzó en Pomona, antes Paso Peñalva, donde Juan Erich Rosauer, padre de Roberto, fundó en 1920 el vivero Los Álamos. Cuenta la historia que las bellas alamedas eran una característica del paisaje de aquella primera locación que tuvo el emprendimiento.
A partir de allí, Los Álamos se convirtió en uno de los viveros más importantes del país y la familia Rosauer, en expertos viveristas. La empresa fue creciendo a medida que la actividad frutícola se expandía en el valle. En esos comienzos la compañía inglesa que gestionaba el tren, Ferrocarriles del Sud, fue una de las que fomentó esta actividad en la zona. Por ese entonces, en el vivero se comercializaban árboles frutales y además se producía miel, plantas ornamentales, frutas finas y hasta dulces.
Hacia la década del 40 el vivero se instaló en 20 hectáreas de la ciudad de Cipolletti, justo donde hoy se encuentra el barrio Los Álamos. También estuvo asentado en Villa Regina en la década del 50, hasta que finalmente se trasladó a Villa Manzano, en el municipio de Campo Grande, donde está actualmente.
Fue en la ciudad de Cipolletti, lugar de la residencia familiar, donde Juan Erich Rosauer se casó con Irene Toschi, matrimonio del cual nacieron sus tres hijos Martha, Juan Roberto y Juan Erich.
"Siempre se dedicó al vivero"
A fines de la década del 80 fallece el padre de Roberto y se hace cargo del vivero la segunda generación Rosauer. “Nuestra empresa nació en el año 1904, fue empezada por mi abuelo, se llamaba Juan Erich, y le siguieron sus tres hijos, entre ellos Roberto, su hermano Juan Erich y su hermana Martha. Pero yendo más atrás, nuestro bisabuelo (paterno) era alemán, era austríaco-alemán”, explica María Laura Rosauer, hija de Roberto y parte de la tercera generación de esta familia histórica de la zona.
Por su parte, Juan Martín recuerda que su padre comenzó en la empresa desde muy joven “De chico pasaba todos sus veranos en Paso Peñalva. El resto del año él estudiaba en una escuela de pupilos en Buenos Aires. Y una vez que termina su secundario, que lo termina bastante joven, entre los 15 y 16 años, ahí empieza a trabajar con el padre. Él al principio comentaba que sufría el tema del campo. Hay que pasar mucho calor en verano, mucho frío en invierno, distancias largas, y como que lo sufría. Y bueno, él terminó amando la tierra. Era un apasionado de lo que hacía” reconoce.
Juan Roberto Luis Rosauer, nació en 1943 en Cipolletti, pasó por varios colegios hasta que finalizó sus estudios en la zona. Intentó durante dos años cursar agronomía en la universidad de Cinco Saltos, hasta que desistió. Este hecho no le impidió adquirir conocimientos constantemente, ya que el resto de su vida lo dedicó al vivero y a estudiar incansablemente las diferentes variedades de plantas. En la época en la cual Roberto se incorpora a la empresa familiar “ya el vivero era propiamente un vivero de frutales. Ya se vendían rosales, sí, pero principalmente estaba abocado a la fruticultura. Y papá ingresa en ese periodo” recuerda su hija que hoy también forma parte de la empresa.
“El abuelo (Juan Erich) siempre se dedicó al vivero. Cuando aparecieron en escena sus tres hijos, la más grande era Martha, que trabajó un tiempo con su papá y sus dos hermanos en la actividad del vivero. Después Martha se casó y se dedicó a su familia y a otros negocios y siguieron los dos hijos de nuestro abuelo. Con ellos dos en la actividad, empezaron a diversificarse un poco siempre por el lado de la fruticultura. Empezaron a comprar tierras y hacer chacras. Como vendíamos las plantas y los frutales, que es un producto que si no lo vendes cuando está listo, después se tira, se quema. Aprovechando estas plantas que sobraban, se empezaron a hacer chacras y comenzaron con esa actividad como segundo rubro de la empresa” relata Juan Martín, quien agrega que hoy la empresa también se dedica a la producción frutícola orgánica.
"Papá les enseñó absolutamente todo"
Entre los 70 y los 80s los Rosauer construyeron el primer frigorífico en Cipolletti, “para conservar la fruta que teníamos y no tener que venderla toda en la época de cosecha. Después hacia fines del 90, pusimos el empaque para embalar la fruta y poder tener toda la cadena de comercialización” recuerda Juan y asegura que con esta actividad llegaron hasta el año 2018, a partir de allí se cerró la empacadora por la conversión de la producción a orgánica.
Para esas décadas los Rosauer acompañaron el surgimiento de la fruticultura en Chile y, en la década del 80, hicieron lo mismo en el sur de Brasil. “En el vivero como característica lo que tenemos son muchas representaciones internacionales. Argentina no crea variedades nuevas de manzanas y peras, sino que las trae de afuera. La empresa hace ese trabajo de importar el material, testearlo y reproducirlo en Argentina en el caso de que sea exitoso”, asegura Juan Martín y cuenta que este trabajo que comenzó su abuelo, lo continuó incansablemente su padre junto a sus tíos.
“Todo el desarrollo de lo que es cerezas, especialmente en Chile, casi todo, digamos, papá les enseñó absolutamente todo. El tema de las variedades, el asesoramiento, la poda. Papá viajaba muchísimo a Chile. Los productores lo quieren, lo valoraban muchísimo. Bueno, y como decía mi hermano, finalmente Chile terminó creciendo mucho más que nosotros”, reconoce María Laura.
De lunes a lunes
Por su actividad afín, Roberto Rosauer siempre estuvo relacionado con los consorcios de riego, con la Cámara de Productores de la zona, aunque nunca tuvo ningún cargo “era una persona totalmente dedicada al trabajo, trabajaba de lunes a lunes, y era el primero en llegar al campo y el último en volver” recuerda María Laura mientras afirma que su padre estaba “al tanto de todo, todo el mundo lo consultaba”, aunque no participaba tanto de reuniones porque pasaba el día completo en el vivero.
“Es como que sentía que se perdía tiempo, que no se lograba avanzar mucho, era un espacio que le costaba, por eso lo fue delegando en su hermano en un momento, después me tocó a mí. Eso mismo es lo que pasaba también en su vida social, tenía muchísimos amigos desde la infancia” a la vez que remarcan que Roberto “siguió trabajando hasta el último momento, si bien estaba retirado con 80 años, seguía yendo casi todos los días al campo, porque como que lo extrañaba y necesitaba estar ahí, era parte de su vida”.
“En los últimos 20 o 30 años con la globalización y con la posibilidad de tener información de todos lados, la mayoría de los hibridadores del mundo terminaron llegando de alguna manera a nuestra empresa, y llegó un momento que estábamos colapsados con una cantidad de material a experimentar. Entonces, en los últimos años nos hemos vuelto un poco más selectivos y testeamos menos, porque si no se gasta mucho tiempo y dinero en traer el material, en testearlo, en tierras que tenés que tener, y eso a Roberto le gustaba mucho”, rememora Juan Martín Rosauer.
“Mi papá estuvo implantando variedades nuevas una semana antes de morir”, agrega María Laura, para que no queden dudas de que Roberto era un apasionado del tema y recuerda “Salió una variedad nueva hoy en una universidad en España y mi papá hoy a la tarde ya estaba informado de esa nueva variedad. Le traían 15 cerezas diferentes y nos tenía a todos en la oficina, a todo el personal probando… estaba constantemente investigando y compartía mucho ese material con el INTA”.
“Nunca se guardó la información, no era una persona egoísta en cuanto a eso. Vos le preguntabas y mi papá te iba a dar una clase técnica, te podía tener tres horas para explicarte algo, porque era como un maestro digamos”, y pensando en la palabra legado María Laura rescata “el valor al trabajo, el respeto por la vida, la gente que trabaja, la honestidad… era una persona sumamente deportista, así que siempre nos tuvo en actividad, nos enseñó muchísimos deportes y lo más importante para mí, que nos dejó, es el amor a todo lo que es la vida natural”, reconoció su hija.
Roberto formó su propia familia a los 20 años, se casó con María Rosa Giulietti, de ascendencia italiana. “Mamá venía de Rosario, su padre era farmacéutico e ingresó a trabajar con el ejército y lo conoce a mi papá a los 14 años y de ahí nacemos nosotros cuatro. Vivieron toda la vida juntos. De ese matrimonio nacieron los 4 hijos, María Laura, Juan Martín, Juan Federico y Juan José, una tradición con el nombre Juan para los hombres y María para las mujeres que continúa hasta el día de hoy.
El último abrazo
El Ingeniero Juan Carlos Pujó, recuerda sobre su amigo. “Mi padre era conocido de la familia del padre de él, así que tengo muchos recuerdos con Roberto. Ha sido una persona muy íntegra en el aspecto profesional, brindando siempre sus conocimientos, muy inquieto, siempre buscando información, muy observador y nosotros realmente teníamos un muy buen entendimiento. Yo soy medio parecido en la forma de ser de él y, bueno, por eso hemos tenido tan buen entendimiento. Creo que va a ser una persona que lo vamos a extrañar muchísimo. Sobre todo, todo lo que respecta a la parte laboral, digamos, comercial, profesional de él, que en este momento estaba muy abocado a todo lo que era el estudio y desarrollo de nuevas variedades, tanto de cereza como de durazno, nectarines, ciruelos, manzanas, y peras”.
Desde otro punto de vista Daniel Martínez, trabajador histórico del vivero, reconoce que Roberto siempre tenía eso “de enseñar mucho”. “Don Roberto fue una gran persona, un gran hombre, con muchos valores. Un hombre muy respetuoso, un hombre que sabía hablar muy bien, hablarle a su gente” expresa Daniel que trabaja en la empresa familiar hace al menos 40 años “excelente como patrón y para uno como un padre” asegura uno de los empleados más antiguos de la empresa.
“El último día que yo pude compartir con él, tengo una anécdota tan linda que yo calculo que nunca se me va a olvidar, siempre lo voy a llevar adentro en mi corazón, que fue la fecha el 23 de diciembre del 2023, yo pude estar con él en su departamento en Neuquén, hizo algo que nunca en mi vida él me lo había hecho, me dio un fuerte abrazo dándome las gracias por todo, bendiciendo a mi familia, que me vaya bien. La verdad que a mí se me cayeron las lágrimas, de cuando sentí el abrazo de este hombre, le dije a mi esposa que el señor Roberto se estaba despidiendo de mí y, el día 26, me dan la noticia que él parte” recuerda conmovido Daniel.
Roberto Rosauer falleció el 26 de diciembre del 2023 a los ochenta años, hasta sus últimos días vivió en un departamento en Neuquén junto a su esposa María Rosa Giulietti y hasta los vecinos de su edificio lo recordaron con cariño. En cada chacra, en cada variedad de frutal, en cada rosal y en la historia de la fruticultura del Valle, su legado estará siempre presente.
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