Lácteo

Lácteos Verónica atraviesa su peor crisis: los desafíos de una industria olvidada

Con tres plantas casi paralizadas y 700 trabajadores con sueldos atrasados, la empresa enfrenta una crisis que expone la fragilidad del sector lácteo argentino.

En las calles de Clason, un pequeño pueblo del centro santafesino, el movimiento cotidiano se apagó. Lo que hasta hace pocos años era rutina —camiones que entraban y salían cargados de leche, operarios en turnos rotativos, sirenas de planta que marcaban horarios— hoy se convirtió en un silencio que duele. Lácteos Verónica, una de las empresas más emblemáticas de la región, atraviesa una de sus peores crisis. Y con ella, 700 trabajadores directos quedaron atrapados entre la incertidumbre, la demora en los sueldos y la amenaza de despidos.

Hablar de Verónica en Santa Fe es hablar de tradición. Fundada hace más de nueve décadas en Lehmann, creció junto con la cuenca lechera santafesina y se volvió un símbolo nacional. En su mejor momento, la empresa procesaba un millón de litros diarios de leche, que se transformaban en quesos, yogures, dulce de leche y la clásica leche fluida que ocupaba un lugar en las mesas argentinas.

Durante años, la marca construyó una relación de cercanía con consumidores y productores. Era un engranaje que parecía indestructible: miles de tambos pequeños y medianos entregaban su producción, los trabajadores encontraban estabilidad y las góndolas se llenaban con productos que competían de igual a igual con otras grandes firmas. Esta semana, volvieron a emerger malas noticias sobre el futuro que enfrenta la empresa.

El comienzo de un derrumbe anunciado

El quiebre empezó a sentirse con fuerza en 2017. Ese año, la familia Espiñeira —dueña de la compañía— apareció en los titulares por un blanqueo millonario de activos en el exterior, que derivó en una multa de 63 millones de pesos. El episodio dejó un sabor amargo en la industria: mientras la empresa mostraba dificultades para pagar a proveedores y mantener niveles de producción, sus dueños aparecían asociados a maniobras financieras lejos de los tambos y las plantas.

Desde entonces, la caída fue paulatina pero constante. Menos litros procesados, dificultades para financiarse, cambios en la conducción y decisiones empresariales que no lograron frenar el retroceso. Lo que alguna vez fue un motor de la cuenca santafesina se fue apagando, como una maquinaria que ya no recibía mantenimiento.

Hoy, el panorama es crítico. De los 700 trabajadores directos, la mayoría no cobra a tiempo. Los salarios llegan en cuotas, cuando llegan, y en las plantas de Clason, Lehmann y Suardi la producción se redujo a mínimos históricos: menos de 200.000 litros diarios, apenas una quinta parte de lo que se procesaba en tiempos de esplendor.

En paralelo, la empresa presentó ante el Ministerio de Trabajo un Procedimiento Preventivo de Crisis (PPC) que incluía la posibilidad de despedir al 30% del personal, reducir jornadas y pagar solo el 75% del sueldo bajo la forma de suma no remunerativa. El gremio Atilra rechazó la propuesta de manera contundente y el trámite quedó frenado, a la espera de más documentación.

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La empresa siempre se destacó por ofrecer productos de alta calidad.

La empresa siempre se destacó por ofrecer productos de alta calidad.

Los trabajadores, mientras tanto, organizaron medidas de fuerza y denunciaron un intento de vaciamiento. “No es solo la economía del país, acá hubo decisiones que nos llevaron hasta este lugar”, dicen en las asambleas.

La situación financiera de Verónica es un laberinto sin salida. La empresa acumula 2.800 cheques rechazados por más de 9.500 millones de pesos, un número que grafica la magnitud del colapso. A eso se suman denuncias por triangulación de activos con otras firmas vinculadas a la familia Espiñeira, lo que enciende aún más la desconfianza entre proveedores y acreedores.

El corte en la cadena de pagos golpea de lleno a los tambos de la región, que ven cómo su producción no tiene destino o se liquida a valores que no alcanzan para cubrir costos. El efecto dominó se siente en cada pueblo: desde estaciones de servicio hasta almacenes, todos dependen, en parte, del funcionamiento de la planta.

El contexto: inflación, tarifas y segundas marcas

La crisis de Verónica no ocurre en un vacío. La industria láctea argentina enfrenta un cóctel explosivo: inflación persistente, caída del consumo interno, tarifas dolarizadas y un mercado cada vez más volcado a segundas marcas. Lo que antes era un lujo ocasional, hoy se volvió una necesidad: millones de familias eligen productos más económicos, incluso resignando calidad.

Las exportaciones, que podrían haber funcionado como un colchón, tampoco dieron respiro. La falta de previsibilidad cambiaria y de políticas claras impidió que el sector encontrara una salida sostenida en el mercado externo.

A pesar del telón de fondo económico, los trabajadores insisten en que buena parte del derrumbe es responsabilidad de los dueños. Hablan de una crisis “autoinfligida”, nacida de decisiones equivocadas y de un desinterés por reinvertir en la empresa. “Había espalda para resistir, pero eligieron otro camino”, repiten con resignación.

Ese contraste —entre la potencia que alguna vez tuvo la marca y su presente de parálisis— genera desazón en la región. Para muchos, Verónica era más que una empresa: era sinónimo de orgullo local, un emblema que ahora se desmorona.

El futuro que se avecina

Las chances de recuperación parecen cada vez más lejanas. Con plantas prácticamente detenidas, deudas multimillonarias y un conflicto gremial abierto, el horizonte se vuelve borroso. En los pasillos de las fábricas, el miedo es que el PPC sea apenas la antesala de un ajuste masivo, o incluso del cierre definitivo.

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Las plantas industriales de la firma se encuentran prácticamente paralizadas. El futuro es sombrío e incierto.

Las plantas industriales de la firma se encuentran prácticamente paralizadas. El futuro es sombrío e incierto.

Si eso ocurriera, el golpe no se limitaría a los 700 empleados directos: alcanzaría a toda una región que giró durante décadas alrededor de la empresa. Comercios, tambos, transportistas y familias enteras dependen del funcionamiento de un engranaje que hoy está a punto de romperse.

La caída de Verónica no es solo la historia de una empresa. Es el reflejo de un sector que, pese a contar con una de las cuencas lecheras más importantes del mundo, no logra construir un modelo estable y sostenible. Es también el retrato de un país que suele oscilar entre el potencial productivo y la fragilidad estructural.

En Clason, Lehmann y Suardi, la pregunta se repite: ¿Qué pasó con aquella empresa que fue sinónimo de trabajo y progreso? Nadie tiene una respuesta definitiva. Lo único claro es que el gigante que alguna vez procesó un millón de litros diarios hoy lucha por no desaparecer, dejando tras de sí un silencio que pesa tanto como la leche que ya no se produce.

Fuente: Redacción +P.

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